Quizá la mejor manera de retratar el mensaje a la nación de la presidenta Dina Boluarte de este 28 de julio sea decir que será más recordado por su duración –se prolongó durante poco más de tres horas– que por su contenido. Que haya sido extenso (72 páginas), además, no significa que haya sido rico en detalles, pues queda la sensación de que, tras el recuento –por momentos interminable– de cifras, cosas hechas y promesas sin plazos, el Gobierno no ha terminado de definir sus prioridades para los próximos tres años.
En buena cuenta, el discurso de la mandataria careció de una columna que vertebrara los diferentes anuncios realizados en materias como reforma política, reactivación económica, salud o lucha contra la corrupción. Con un mensaje disperso e incapaz de captar la atención de la población, asimismo, la jefa del Estado perdió la oportunidad para conectar con un país en el que, según las últimas encuestas, ocho de cada diez ciudadanos la desaprueban y un porcentaje similar pide que se adelanten las elecciones generales.
Pero el mensaje no solo fue desarticulado, sino que, por momentos, dio la sensación de que la presidenta le hablaba a un país de otro contexto y no a uno que lleva varios años ya sumido en una preocupante crisis política, económica y social. Tal vez el ejemplo más patente de esta desconexión fue el intento de la mandataria por desvincularse del gobierno anterior, obviando el hecho de que no solo fue compañera de fórmula de Pedro Castillo, sino también ministra de Desarrollo e Inclusión Social durante 69 de las 71 semanas que duró su administración y al que varias veces defendió aun cuando ya había sólidas evidencias sobre la corrupción que campeaba en su interior.
Por supuesto, sería mezquino no reconocerle algunos puntos positivos al discurso de la presidenta. Entre ellos, su pedido de perdón a las familias de los fallecidos durante las protestas contra su gobierno a inicios de año, así como sus propuestas para luchar contra el creciente problema de la anemia infantil, gestionar la inminente llegada de El Niño global a nuestro país en los próximos meses y atajar el avance desenfrenado de la criminalidad en los últimos años. Aunque respecto de este último, es importante destacar que el Gobierno –a juzgar por las medidas anunciadas ayer– parece priorizar un enfoque punitivo antes que uno preventivo, y que será esencial separar la paja del trigo en lo que se refiere a las medidas tomadas contra las organizaciones criminales foráneas para no exacerbar la xenofobia entre la ciudadanía.
Entre las omisiones más saltantes, por otro lado, destaca la que concierne al flagelo de la violencia de género, que no termina de entenderse, no solo porque la mandataria inició su alocución recordando que es la primera presidenta mujer en dos siglos de vida republicana, sino porque en estos siete meses del año se han registrado al menos 79 feminicidios, algunos de ellos que remecieron al país por su nivel de insania. Tampoco hubo mención alguna a la situación de Essalud, sobre la que este Diario ha destapado graves irregularidades en su interior, ni una autocrítica por la deficiente respuesta de su administración a la epidemia de dengue que este año ha cobrado la vida de al menos 357 peruanos; una cifra intolerable en un país que aspira al desarrollo. Finalmente, nada se dijo de los permanentes ataques que buscan socavar las reformas universitarias y de transporte, muchos de ellos lanzados desde el propio Congreso ante el que la mandataria habló ayer.
En suma, la presidenta Boluarte decidió estrenarse en Fiestas Patrias con un mensaje por demás extenso y desarticulado, que en los próximos días obligará a los ministros –por ejemplo, a través del pedido de facultades legislativas que ha anunciado que su gobierno planteará para ciertos temas– a aterrizar y dar forma a varios de sus anuncios que parecen haber quedado como flotando en una nebulosa. Se puede decir que hubo muchas hojas, pero ninguna ruta. Y ojalá que en las próximas semanas el Ejecutivo corrija esta situación.