En el 2014, Podemos irrumpió en la tradicional política española con promesas de una izquierda renovada y progresista. El mundo político tomó nota del quiebre del bipartidismo ibérico y de las lecciones que el éxito popular de la nueva agrupación suponía.
Diez años después, el partido y sus representantes de entonces se terminaron de despintar. Esta semana, el diputado Íñigo Errejón, portavoz de la coalición de izquierda Sumar y exlíder de Podemos, renunció a su cargo tras ser acusado de violencia sexual. En su carta de salida, Errejón escribió que se despedía de la política institucional, pues había llegado “al límite de la contradicción entre el personaje y la persona”. Su caso está ya en manos de un juzgado en Madrid y se habla de casi una docena de testimonios incriminatorios contra el político. La violencia sexual es siempre un acto despreciable y condenable, pero hiere aún más cuando viene de alguien que hizo de la defensa de los derechos de la mujer un componente central de su identidad política. La hipocresía es ofensiva y desmerece una lucha legítima por justicia.
Errejón está lejos de ser el único de los fundadores de Podemos a los que el tiempo ha descolorado. Juan Carlos Monedero, exdirigente de la agrupación, ha demostrado ser uno de los aliados más incondicionales y vergonzosos de la dictadura venezolana de Nicolás Maduro. Si en el 2014 no debía existir ya mayores dudas del talante antidemocrático del “socialismo del siglo XXI” en Latinoamérica, en el 2024 persistir en su defensa –con todo el rosario de crímenes con el que carga– es inconcebible. Al igual que Errejón, Monedero dejó Podemos disconforme con la dirección que le daba su figura principal, Pablo Iglesias. Este último también fue escudero de diversos autócratas latinoamericanos y además dilapidó rápidamente el capital político del partido con frivolidades y errores estratégicos serios.
Vale recordar que los lazos de esta agrupación con el Perú se estrechaban sobre todo alrededor de la figura de Verónika Mendoza, quien ha demostrado en más de una ocasión compartir su instinto oportunista muy al margen de los principios que dice proteger. La defensa de causas políticas progresistas legítimas, como algunas de las que esbozó en su momento Podemos y grupos similares en el Perú, se debilitan seriamente cuando sus líderes demuestran que, más allá de su búsqueda personal de poder, hay solo vacío. Y la evidencia de estos cantos de sirena debe sonar fuerte mientras el país se acerca nuevamente a las elecciones generales. No son progresistas, son oportunistas.