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Los cuatro condenados
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Esta no ha sido una semana cualquiera en el Perú, ni debería verse así. Esta es la primera semana en que cuatro expresidentes, ocupantes ahora del penal de Barbadillo, pasan las noches ahí como personas condenadas por la justicia. En meses anteriores, con la reclusión de Pedro Castillo y el breve paso de Martín Vizcarra por ahí, había casos de prisión preventiva. Ahora, sobre los cuatro pesan sentencias.
Es un triste récord, y debería ser ocasión para reflexionar sobre lo que salió mal, sobre todo con miras a las elecciones del siguiente 12 de abril. En el caso de Ollanta Humala, los aportes ilegales de campaña –por los que purga condena– se dieron para los comicios del 2006 y del 2011. Resultó elegido en la segunda ocasión, cuando ya había sospechas de que Hugo Chávez había financiado la primera.
Vizcarra entró a la plancha de Pedro Pablo Kuczynski, y eventualmente a la presidencia, sin acusaciones serias en su momento. Pero luego, cuando postuló al Congreso en las elecciones pasadas (y obtuvo la mayor votación), ya cargaba varias investigaciones y acusaciones serias en contra, incluidas las correspondientes a los casos del Hospital Regional de Moquegua y del proyecto Lomas de Ilo, de los que fue hallado culpable esta semana. Y sobre Castillo, era evidente desde los tiempos de campaña en el 2021 su poco aprecio por la separación de poderes, por la Constitución y por la democracia en general.
Al margen de las simpatías o antipatías políticas por cada uno de los condenados, un desfile de expresidentes en prisión es vergonzoso para cualquier país. Habla de una justicia operativa, sí, pero también de un problema sistémico grave. No hay posición dentro del espectro político que se salve: los sentenciados llegaron al poder en su momento izando banderas de izquierda, de centro y de derecha.
No siempre es posible conocer cómo se comportarán las personas a las que se les encarga una función pública de alto nivel, pero en las elecciones que vienen al menos la ciudadanía debería evitar elegir a quienes llegan con una mochila de sospechas. Esa función de filtro inicial de candidatos debía ser responsabilidad de los partidos políticos. Hoy, con sus capacidades y rol degradados, en la práctica la tarea de escrutinio corresponde a la sociedad civil, la prensa, y sobre todo a los votantes. Y si volvemos a elegir a alguien sobre quien ya existía cuestionamientos serios, no habrá nadie más a quién culpar.

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