Hubo una época en la que Magaly Medina hacía escarnio de Gisela Valcárcel llamándola “la seis puntos”. Era una forma de enrostrarle a quien alguna vez fuera “la reina del mediodía” lo bajo que andaba su rating y sugerir, de paso, que la corona había mudado de testa. Luego las cosas entre las dos divas criollas cambiaron, pero el apodo quedó. Y resulta que hoy le viene de perillas a la señora Boluarte. En la última encuesta nacional de Ipsos, en efecto, la presidente ha obtenido un 6% de aprobación, confirmando lo que otras empresas que se dedican a hacer ese tipo de mediciones ya habían registrado: que los ‘waykis’ de la gobernante entre los peruanos de a pie andan escasos. No es que antes navegase ella sobre una marea de popularidad, pero ahora todo indica que está por explorar la napa freática que se esconde debajo del 0.
La mandataria, por supuesto, finge que el asunto no le produce desvelo, pero lo hace bastante mal. “El desarrollo de nuestro querido Perú no se basa en encuestas”, proclamó días atrás frente a un auditorio compuesto esencialmente por escolares que aplaudían contentos por haber podido faltar a clases de matemáticas, mientras una mueca de pesadumbre ensombrecía su rostro: la claque de ocasión no conseguía engañar a nadie, empezando por ella misma.
El Gabinete Ministerial, sin embargo, bulle de espontáneos que se ofrecen a maquillar retóricamente la situación en un aparente empeño por convertirse en los favoritos de la nueva “seis puntos”. Los titulares de Interior y Cultura, por ejemplo, han visitado en ese afán tópicos tan inmortales como fuleros: el Gobierno no trabaja para buscar popularidad y el verdadero resultado de las encuestas lo recogen los representantes del Ejecutivo cuando viajan al interior del país y entran en contacto con la población agradecida... El premio gordo, no obstante, lo disputan dos auténticos gladiadores de la lustrada y el agasajo.
–¿Franela o fajín?–
Nos referimos, claro está, al presidente del Consejo de Ministros, Gustavo Adrianzén, y a ese epígono de Leonidas Carbajal que hoy ocupa el despacho de Educación: don Morgan Quero Gaime. Estos dos esforzados funcionarios darían la impresión de estar entregados a la escenificación de un nudo de guerra en el que, a diferencia de lo que ocurre en kermeses y gincanas, lo jaloneado no es una soga, sino un pedazo de tela en el que predominan los tonos bermejos. Unos dicen que es solo una franela; otros, en cambio, sostienen que se trataría del fajín que corresponde a quien ejerce el premierato.
Sea como fuere, desde su esquina, Adrianzén ha lanzado una tesis bizarra. “Pronto las encuestas tendrán que mostrar lo que ahora ocultan”, ha dicho. Y si bien alguien podría argumentar que se refería a la napa freática de la que hablábamos antes, lo más probable es que haya querido dar a entender que existe una devoción ciudadana por la señora Boluarte que, con ardides estadísticos, las encuestadoras mantienen camuflada. Es desde luego un lance de vida corta, pero cargado de incienso.
Quero, por su parte, ha querido ser ingenioso y ha ensayado la teoría de que, si quien lidera los sondeos para la presidencia del 2026 merodea el 2,9% de la intención de voto, la mandataria con su actual 6% no está tan mal. En un arrebato extático, además, ha soltado la especie de que, a lo mejor, la idea de la reelección presidencial merecería una reconsideración. Y, con ello, debe de haber escalado hasta la cima del ‘ránking’ de la chochera palaciega. El pobre Adrianzén no termina de sacudirse la sombra que sobre él proyecta el “vocero de la presidencia” Fredy Hinojosa y ahora encima tiene que lidiar con la competencia de este verbo florero y mucho menos pudoroso que el suyo.
No todo, sin embargo, está perdido, don Gustavo. Saque usted fuerzas de flaquezas, tire de esa franela con denuedo y que gane el peor.