“El Hoyo 2″ vuelve a Netflix con una visión más crítica con la sociedad: ¿Vale la pena verla?

El ser humano es una criatura libre, pero las cadenas invisibles que lo atan —el egoísmo, el miedo, el deseo— lo vuelven prisionero en su propia piel. El director español Galder Gaztelu-Urrutia, con “El Hoyo” y su secuela, “El Hoyo 2″, nos arroja de nuevo a esa torre de horror, donde más de 300 pisos de angustia se elevan hacia el cielo, mientras los reclusos, atrapados en una pesadilla sin fin, luchan por sobrevivir. Esta distopía de Netflix no es solo un reflejo de un futuro sombrío, sino una lúcida metáfora de las luchas personales y sociales. Milena Smit (”Madres paralelas”), Óscar Jaenada (”Luis Miguel: la serie”) y Hovik Keuchkerian (”La casa de papel”) interpretan personajes que encarnan los demonios de la sociedad.

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"El Hoyo 2"

Sinopsis

En un futuro distópico, hay una cárcel de arquitectura vertical con un espacio indefinido en el centro, también considerado como un hoyo. Los reclusos ingresan con un solo objeto de su pertenencia, que ellos pueden elegir. Viven hacinados por pisos, que se reasignan cada cierto tiempo con un nuevo compañero. Reciben una cantidad de comida durante determinados minutos al día. Los pisos más altos tienen el privilegio de comer exquisito, pero los de abajo reciben las sobras o platos vacíos durante semanas. En la segunda parte de esta serie de películas de horror, un misterioso líder impone una ley en la cárcel para distribuir mejor la comida, pero una nueva inquilina y un grupo de personas lo consideran un brutal sistema de alimentación implantado. 

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Jerarquías que devoran

En “El Hoyo 2″, la estructura vertical de la cárcel sigue siendo el símbolo de la desigualdad. Mientras en la primera entrega se exploraba la crueldad del capitalismo con los pisos superiores banqueteándose mientras los de abajo se hundían en la miseria, la secuela añade un nuevo ingrediente: la inocencia rota. La primera película mostraba a una niña desconocida, que “es el mensaje”, pero eso todavía dejaba mucho para la interpretación. En la segunda película, los niños que aparecen son más que un símbolo de esperanza; representan el frágil equilibrio que mantiene en pie cualquier sistema. La película se sumerge en una crítica feroz, no solo de la desigualdad, sino la hipocresía de los intentos por corregirla.

La claustrofóbica atmósfera está marcada por la brillante música de Aitor Etxebarria, quien envuelve al espectador en tensión. La producción técnica, que se extendió en la construcción de pisos de madera, también sube el listón con escenarios hechos para amplificar el abismo emocional que la película busca transmitir. Esta secuela es una hazaña cinematográfica, que seguro se pone en carrera para un segundo Goya, pues el primero se obtuvo en 2019.

Milena Smit y los personajes retorcidos

El corazón de esta historia son sus personajes retorcidos, figuras que caminan por la cuerda floja entre la cordura y el caos. Milena Smit da vida a Perempuan, una mujer que, como la mayoría de reos, ingresó en la prisión por voluntad propia, buscando su propio tipo de justicia. Zamiatin, interpretado por Hovik Keuchkerian, es un pirómano convertido en un grotesco y perturbador símbolo de la infancia perdida. Otro más siniestro es ‘El Mesías’ (Óscar Jaenada), quien se erige como el eje central de la sublevación y el antagonismo, encarnando la perversión del poder.

Las interacciones entre estos personajes son una danza macabra, con diálogos que giran en torno a la comida y la supervivencia, pero que esconden dilemas morales. La idea de una “Revolución Solidaria”, que promueve una justicia basada en la repartición equitativa de los recursos, es una idea que traza las fronteras del salvajismo de personas con libertad, pero incluso complejiza las acciones y las emociones de los personajes que sufren y buscan cierta paz. La película, en general, permiten al espectador sacar sus propias conclusiones.

Sangre, revolución y desesperanza

La segunda película de “El Hoyo” lleva las tensiones del sistema al límite. Si la primera dejaba entrever alguna esperanza de redención, en la continuación, todo está teñido de un pesimismo insalvable. La sangre corre en las escenas, y el canibalismo que ya se insinuaba en la primera película se despliega en toda su brutalidad. Contrario a otras cintas que exploran la supervivencia extrema y un sentido de ética palpable, como “La sociedad de la nieve”, en la película española no hay mucho espacio para la empatía. El inframundo de “El Hoyo 2″ se asemeja más a la superficialidad y desventaja de los comensales de “El Menú”, pero, claro, con ese extra de violencia visceral.

Veredicto

“El Hoyo 2″ no es una película para el espectador casual que busca entretenimiento ligero. Es una cinta desafiante, cruda y a veces demasiado pesada para digerir. Para quienes deseen profundizar en las metáforas sociales y los dilemas morales que plantea, ofrece un banquete visual y filosófico. Por eso, de seguro está destinada a brillar en festivales europeos, como sucedió con la primera apuesta de Gaztelu-Urrutia. Sin embargo, aquellos cinéfilos que busquen una simple experiencia de horror pueden sentirse abrumados por la densidad de su mensaje.