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“Frankenstein”: Guillermo del Toro da vida al monstruo más humano de su carrera
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Durante más de tres décadas, Guillermo del Toro soñó con esta película. Desde que era un niño y vio por primera vez al Frankenstein de Boris Karloff arrastrar los pies por la pantalla, el director mexicano guardó el anhelo de reinterpretar ese mito. Y ahora, con “Frankenstein” (2025), finalmente le da forma a su obsesión más antigua: una historia sobre la creación, el abandono y el perdón.
La nueva producción de Netflix no es una simple adaptación del clásico de Mary Shelley, sino una obra que mezcla el romanticismo gótico, el horror corporal y la tragedia espiritual. En ella, Del Toro explora las heridas del alma tanto como las del cuerpo, y convierte una historia de ciencia en una meditación sobre lo divino y lo humano.
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Entre el hielo y los fantasmas del pasado
El relato arranca en los confines del Polo Norte. Un barco atrapado en el hielo rescata a un hombre al borde de la muerte: Victor Frankenstein (Oscar Isaac). Su cuerpo está quebrado, pero su mente sigue atormentada por el recuerdo de lo que creó. A partir de ahí, la narración se convierte en una larga confesión, un viaje a los orígenes de su desgracia.
De niño, Victor creció bajo la mirada férrea de su padre (Charles Dance), un médico severo que lo educó sin ternura. La muerte de su madre (Mia Goth) lo marcó para siempre y lo llevó a desafiar a Dios con la ciencia: prometió que nunca más permitiría que la muerte ganara. Esa ambición lo empuja a convertirse en un médico brillante, pero también en un hombre obsesionado.

Su destino cambia cuando conoce al carismático y peligroso Herr Harlander (Christoph Waltz), un mecenas que financia su proyecto de reanimar cadáveres. En una noche de tormenta, el experimento culmina: un cuerpo hecho de fragmentos humanos cobra vida. Nace la criatura (Jacob Elordi), un ser que pronto descubrirá que su existencia es tanto un milagro como una condena.
La creación como acto de amor y pecado
Guillermo del Toro siempre ha entendido el cine como un espejo de sus obsesiones. En "Frankenstein", su visión alcanza un punto de madurez emocional: más que un relato de terror, es una reflexión sobre la creación y sus consecuencias.
El director coloca a Victor Frankenstein en el papel de un artista que, al igual que Dios, busca insuflar alma a la materia muerta. Pero el resultado no es una revelación, sino un castigo. En su taller, la mesa donde trabaja tiene forma de cruz; el cuerpo del monstruo se eleva como un mártir. Y cuando Victor pronuncia “Está terminado”, el eco religioso es inconfundible.
Del Toro no juzga a su protagonista. Lo entiende como un creador perdido entre la devoción y la soberbia, un hombre que ama lo que hace pero no sabe amar lo que produce. La película convierte el mito de Shelley en una parábola sobre los límites de la paternidad, el arte y la fe. Porque, en el fondo, el monstruo es un hijo que solo pide ser querido.
El universo gótico de Del Toro en su máxima expresión
Visualmente, "Frankenstein" es un festín. La fotografía de Dan Laustsen alterna entre sombras azuladas y luces doradas, como si cada plano respirara melancolía. Las mansiones victorianas, los laboratorios llenos de engranajes, los espejos empañados y los vitrales bañados en sangre conforman un mundo que parece sacado de un sueño barroco.
Del Toro fusiona géneros con naturalidad: el cuento de hadas, la fábula moral, la tragedia romántica y el horror anatómico. En una escena escalofriante, Victor disecciona cuerpos entre el zumbido de sierras; en otra, el monstruo contempla la nieve con la inocencia de un niño. Esa mezcla de ternura y espanto es la esencia del cine del director mexicano.
Hay también un homenaje constante a la literatura: la criatura lee "El paraíso perdido" de Milton, y a través de sus páginas se reconoce a sí misma como un nuevo Adán, abandonado por su creador. Del Toro retoma ese vínculo teológico para preguntarse qué significa realmente ser humano y qué precio se paga por jugar a ser Dios.
El elenco: interpretaciones de carne, alma y cicatrices
Oscar Isaac ofrece una actuación intensa, llena de contradicciones. Su Victor Frankenstein no es un loco, sino un hombre devastado por su propia genialidad. Oscila entre la ternura y la arrogancia, entre la culpa y la desesperación.

Jacob Elordi, en cambio, entrega quizás el papel más complejo de su carrera. Su criatura no es un monstruo torpe ni un espectro mudo; es una presencia sensible que aprende a hablar, a leer y a sentir. Con su altura imponente y su piel azulada, Elordi logra transmitir vulnerabilidad pura. Sus movimientos —primero torpes, luego conscientes— relatan su evolución sin necesidad de palabras.
Mia Goth, en un doble rol como madre y prometida, se convierte en la figura que une la vida y la muerte, el amor y la pérdida. En su Elizabeth, Del Toro encuentra el alma femenina que Shelley imprimió en su novela: alguien capaz de mirar a la criatura no con miedo, sino con compasión.
Por su parte, Christoph Waltz aporta el toque siniestro necesario: su Harlander, elegante y ambiguo, recuerda a los villanos de los cuentos góticos clásicos, moviendo los hilos del destino con una sonrisa.
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Una elegía para los marginados
Al final, la pregunta que se formula tanto Shelley como Del Toro es la misma: ¿quién es el verdadero monstruo? La criatura que solo quiere ser amada o el hombre que no puede aceptar su fracaso. La respuesta, como en toda buena tragedia, no es simple.
En su último acto, “Frankenstein” se transforma en una historia de redención. Del Toro no se burla de sus personajes ni los castiga. Los entiende. Les da la posibilidad de perdonarse, de reconciliarse con el mundo. Su mirada, cargada de compasión, convierte a esta película en su obra más personal.
Conclusión: el creador y su criatura se encuentran por fin
“Frankenstein” es una película desbordante, visualmente exquisita y emocionalmente devastadora. Es el testamento artístico de Guillermo del Toro: una oda a los monstruos, a los inadaptados, a los soñadores que crean belleza a partir del dolor.
No es una historia de terror tradicional, sino una elegía gótica sobre el amor y la culpa. En cada fotograma palpita la obsesión de su autor, su necesidad de construir algo eterno, incluso a costa de su propia paz.
Como el propio Frankenstein, Del Toro ha dado vida a algo que lo trasciende: una criatura hecha de melancolía, pasión y perdón. Y al hacerlo, demuestra que en sus manos los monstruos, una vez más, son los que más humanidad poseen.
“Frankenstein” ya está disponible en Netflix.
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