(Foto: El Comercio)
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Gloria Montanaro

Antes de cada contienda, mientras Fiorella Conroy se alista para pelear, su abuela Luchi la bendice desde Pacasmayo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enuncia al otro lado del teléfono, invocando protección divina para su nieta, aquella a la que ha visto crecer desde niña, entre tablas, a veces de surf y otras de skate. Ese ritual le da confianza y seguridad. “Es mi cábala, siento que me protege y me cuida para que no me pase nada malo y tenga un buen resultado”, reconoce Fiorella, la protagonista de una historia de luchas, dentro y fuera del ring.

Nació hace 27 años en Pacasmayo y creció bajo el cuidado y los cariños de sus dos abuelas, en el seno de una familia que fue migrando cuando ella todavía era adolescente: su madre a Francia, su padre a Estados Unidos y sus hermanos a alguno de los dos países. “Estar lejos de mi familia, no haber podido crecer junto a ellos, ha sido la experiencia más fuerte de mi vida”. Sobrellevar ese desprendimiento fue el origen de una fortaleza que hoy la planta firme en la vida.

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Al terminar la secundaria, Fiorella también dejó su tierra natal; en su caso, para estudiar Diseño Publicitario en Lima. Lo aprendido hoy lo utiliza para promocionar su carrera como peleadora de , un arte marcial de origen tailandés. Desde hace dos años compite profesionalmente en el circuito internacional. El año pasado, viajó por primera vez al Mundial en Tailandia y regresó con la medalla de bronce. Este año, del 12 al 20 de marzo, lo hará por segunda vez y promete la de oro.

Su diestra no solo golpea con fuerza, también con ideas, por eso tiene tatuado en ella el signo de igualdad. “Siempre voy a luchar por la igualdad de género. Me ha pasado de ver que al hombre le daban un premio de mil soles y a la mujer uno de cien o un polo. Ese premio desmerece el trabajo de la deportista. Lo he ido viendo en los distintos deportes que he practicado y no me gusta”, sostiene.

Su mayor desafío durante estos años, confiesa, ha sido el que a diario atraviesan la mayoría de los deportistas: lograr una solvencia económica mientras se entrena de manera profesional. Su camino ha sido especializarse en métodos de enseñanza en entrenamientos funcionales, de muay thai y de boxeo, para dar clases personales y grupales con un enfoque personalizado.

Aunque practicó deportes toda su vida, al muay thai llegó un poco de casualidad y otro poco por hacerle frente a la adversidad. Luego de lesionarse durante un campeonato sudamericano de Downhill Skateboarding, en el 2014, buscó alternativas para mejorar su físico y volver a competir y así dio con esta disciplina. “Fue tanta la alegría que me dio el deporte y el lugar donde entrenaba, que me fui enamorando y perdiendo el miedo. Al comienzo me daba nervios el tema del golpe, pero me fui dando cuenta de que es un deporte pacífico, que ayuda a tener mucha reacción, a evitar que te golpeen, a tener una mayor autodefensa”.

Además de su propio miedo, Fiorella tuvo que vencer los ajenos. “Muchos me decían que era un deporte muy brusco, que cómo iba a practicarlo, que era más para hombres, que iba a quedar tonta. Son prejuicios de personas que no lo conocen”. Para contrarrestar ese desconocimiento, planea promocionar más deportes, sobre todo el muay thai, en el norte y en las provincias donde no hay tanta información de deportes diferentes al fútbol o el vóley. En especial a niñas y jóvenes, para quienes cree que la oferta de actividades es más limitada.

Cada vez que puede, Fiorella regresa a Pacasmayo para reponer energías y estar con esas dos mujeres que la criaron e hicieron confiar en sí misma. “Ellas están muy orgullosas y les encanta que practique muay thai, es el mejor premio que puedo tener. Verlas felices, que vean que estoy creciendo y me costeo todo, es algo que me empodera y engrandece y me da ganas de seguir haciendo este deporte”.

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