
Cada 27 de octubre se conmemora el Día de los Perros Fallecidos, una fecha que invita a reflexionar sobre el vínculo profundo que los humanos compartimos con nuestros compañeros de cuatro patas.
El origen de esta conmemoración tiene raíces en distintas tradiciones que reconocen la importancia espiritual de los animales. En países como México, por ejemplo, la fecha se relaciona con las celebraciones del Día de los Muertos, donde también se recuerda a las mascotas como parte de la familia. Poco a poco, esta idea se ha extendido a otros lugares del mundo, recordándonos que los perros no solo fueron nuestros amigos, sino también miembros amados del hogar.
Recordar a un perrito que ha partido no solo significa revivir la nostalgia de su ausencia, sino también agradecer por el amor incondicional que nos brindó. Para muchas personas, este día es una oportunidad de encender una vela, mirar una foto o simplemente sonreír al pensar en esos momentos compartidos.
Pero también es una fecha para mirar con ternura y compromiso a todos los perros que no tuvieron la oportunidad de ser adoptados. Aquellos que partieron sin conocer el calor de un hogar, una caricia o un nombre propio. Ellos también merecen ser recordados.
Pero también hoy recordamos a los que no tuvieron la oportunidad de ser adoptados, a los que partieron sin sentir el calor de un hogar, sin una caricia o un nombre propio. Ellos también merecen ser recordados.

Entre ellos estuvo Ariel, un pequeño guerrero de cuatro años que vivió tres en el albergue. Nació con el síndrome de sirena, una condición que afectaba sus patitas, y llegó siendo apenas un bebé después de que su mamá diera a luz en la calle. A pesar de sus limitaciones, Ariel siempre encontraba la forma de moverse, jugar y buscar cariño. Creció rodeado de amor, pero sin conocer un hogar propio. Muchos se conmovían al verlo, pero su diferencia los detenía. Ariel partió sin una familia, pero dejó una enseñanza inmensa: que todos los perros, sin importar sus condiciones, merecen amor.

También recordamos a Tito, un abuelito de diez años que pasó seis de ellos en el albergue. Fue rescatado en las torres de Limatambo, caminando despacio y tropezando por las calles porque ya no podía ver. Sufría de presión alta, pero nunca perdió la dulzura. En el albergue encontró cuidados, compañía y cariño hasta su último día. Nadie quiso adoptarlo por su edad y su ceguera, pero en WUF encontró un hogar temporal lleno de amor. Tito se fue tranquilo, rodeado de afecto, y nos enseñó que la compasión también puede ser un hogar.

Otra historia que tocó profundamente los corazones del equipo fue la de Tallarín, un cachorro de apenas tres meses que vivió toda su vida aunque corta en el albergue de Cieneguilla. Fue rescatado siendo un bebé en una zona donde muchos perritos nacen sin hogar ni cuidados. Desde el inicio mostró una ternura inmensa: era juguetón, curioso y siempre buscaba cariño. Participó en tres ferias de adopción, donde robaba sonrisas con su energía y su mirada llena de vida, pero por distintas circunstancias nunca llegó a encontrar una familia definitiva. Todos los que lo cuidaban tenían la esperanza de verlo adoptado pronto, porque sabíamos que tenía un corazón enorme y merecía un hogar donde lo quisieran tanto como él quería a todos. Sin embargo, un resfrío fulminante apagó su vida de manera repentina. Fue un golpe duro para quienes lo vieron crecer y luchar desde tan pequeño. Aunque su tiempo fue corto, Tallarín dejó huella en cada persona que lo conoció y se convirtió en símbolo de lo frágil y valiosa que es cada vida rescatada.

También estuvo Gilver, un noble perrito de ocho años que pasó cuatro de ellos en el albergue de Cieneguilla. Fue rescatado siendo ya adulto, con una mirada que hablaba de abandono y resistencia. Poco después de llegar, se descubrió que padecía cáncer en la mandíbula, y gracias a la rápida intervención de WUF pudo recibir atención y tratamiento. A pesar del diagnóstico, Gilver nunca perdió las ganas de vivir: comía con entusiasmo, movía la cola al ver a sus cuidadores y parecía entender que, por primera vez en mucho tiempo, estaba recibiendo amor. Durante su tratamiento mostró una mejoría que nos llenó de esperanza, pero su cuerpo no resistió más. Gilver partió dejando un vacío profundo, pero también el consuelo de saber que en sus últimos días fue querido, cuidado y acompañado.
Y así como Ariel, Tito, Tallarín y Gilver, hay muchos más wufs que enfrentan realidades difíciles. Perritos que llegaron con heridas, con miedo, con traumas o con años de abandono a cuestas. Algunos aún se están recuperando, otros esperan pacientemente una oportunidad.
Cada mes, perritos llegan a los albergues en condiciones graves malnutridos, heridos o con problemas emocionales, pero todos comparten algo en común: las ganas de vivir y de volver a confiar.
Estas historias son un recordatorio de que honrar a los que partieron también es comprometerse con los que siguen aquí.
Adoptar es transformar: convertir la soledad en compañía, el miedo en confianza y la espera en esperanza.
Hoy, 27 de octubre, recordamos con cariño a todos los wufs que ya no están y reafirmamos nuestro compromiso con los que aún sueñan con un hogar.









