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| Crónica
José Romanet: el piloto que no tenía miedo y el último mensaje que dejó antes de desaparecer en el mar de Ancón
Peleó en la “Gran Guerra” y vino al Perú a enseñar a volar a los jóvenes y sentar las bases de nuestra aviación civil. El aviador francés José Romanet era una mezcla de audacia y sentimiento, así lo dejó entrever en una entrevista a El Comercio días ante de su muerte hace un siglo.
José Romanet (1893-1921) era francés y había llegado al Perú dos años antes del accidente fatal, en 1919. Pisó tierra peruana como parte de la Misión Militar Francesa de Aviación y decidió quedarse entre nosotros para enseñar en la Escuela Civil de Pilotos de Bellavista. Y también en la Escuela de Aviación de Maranga. En la “Gran Guerra”, la primera del siglo XX (1914-1918), fue primero mecánico de aviones, luego se hizo aviador y llegó a combatir.
Hombre de pocas palabras y más de acción, el Teniente José Romanet empezó a enseñar en la escuela en julio de 1920. Allí trabajó en el adiestramiento aéreo con los primeros aviones ensamblados en el Perú. El primero fue el Curtiss JN-4D Nº 1, que pilotaba el Jefe de Instructores de Vuelo, Lloyd R. Moore. Para fines de ese año, el joven instructor francés podía ver a sus primeros alumnos graduándose como pilotos.
Eran tiempos en que la aviación civil cobraba víctimas, las máquinas fallaban por más habilidad de los aviadores; pero, en medio de esa extrema vivencia aérea, José Romanet destacaba como uno de los más audaces y expertos aviadores. Sus exhibiciones aéreas, donde demostraba gran dominio técnico y estético del aire, fueron muy recordadas en ese Perú de los primeros años del ‘oncenio’ de Leguía (1919-1930).
Con todo, la fatalidad aérea estaba cerca de él. En ese corto lapso de 1920 a 1921 algunos de sus alumnos sufrieron accidentes fatales, por eso El Comercio lo entrevistó días antes de su propia fatalidad, y Romanet accedió pese a su conocida parquedad. El aviador francés indicó entonces que las aptitudes de un aviador debían ser: “Coraje, inteligencia, voluntad y afición”.
El reportero le hizo una pregunta radical:“Usted Romanet, que ha estado en la guerra, que ha visto despedazarse tantos aviones, y hundirse para siempre en la nada a tantos camaradas queridos, ¿no conoce usted el miedo?”.
A lo que el aviador francés con corazón peruano contestó: “Miedo, nerviosidad, nunca. Tengo, como todos, días de decaimiento o de amargura; pero puedo asegurarle que esas mismas incertidumbres las ahogo o las calmo remontándome en mi aeroplano. La primera vez que volé tuve la impresión de haber corrido en bicicleta. Todo creo que es cosa del temperamento, y yo soy positivamente sereno”.
¿QUÉ SUCEDIÓ ESA NOCHE TRÁGICA EN ANCÓN?
Dos días antes del accidente del 27 de setiembre de 1921, el domingo 25 Romanet decidió acompañar a Casma, en Ancash, a un alumno de la escuela de Aviación Civil, Aurelio Gonzales Husted. Sin embargo, por Huacho, al norte de Lima, les falló el motor del Curtiss y tuvieron que aterrizar de emergencia. Luego de arreglar el problema, en un intento por despegar, dañaron el tren de aterrizaje y la hélice, debido al terreno sumamente accidentado.
Ante ello, Romanet y Gonzales decidieron retornar a Lima por tren, ya el lunes 26. Al día siguiente, el martes 27, el Teniente Romanet, en su avión Morane, junto con Elmer Faucett en su Curtiss, se elevaron en Bellavista con dirección a Huacho. Un vuelo matutino tranquilo. Allí compusieron la máquina. Ese mismo día, avanzada la tarde, optaron por regresar a Lima, a Bellavista. Ambos en sus respectivos aviones. Romanet en el avión reparado por él y Faucett.
El vuelo fue normal, pese a que ya anochecía en la capital. Llegaron a la altura de Ancón, y fue allí que decidieron tomar rutas distintas: Faucett voló sobre la costa y llegó a Bellavista, según lo previsto. Romanet, en cambio, siguió la ruta del mar.
Faucett sintió la demora con preocupación. Con los minutos que corrían, empezó a presentir lo peor: Romanet había caído al mar, con seguridad. Entonces no tardaron nada en iniciar la búsqueda. La tarea empezó esa misma noche. De Ancón salió una escuadrilla de hidroaviones para buscarlo. Faucett estaba desesperado por su amigo y sin importarle nada hizo su primer vuelo nocturno por unos 40 minutos. Pero todo fue inútil. No hubo rastro de él.
En la mañana del miércoles 28 de setiembre, un aeroplano levantó vuelo en Bellavista para dedicarse solo a buscar a Romanet. Pero, no hubo feliz final ese día. Ni lo habría en los días siguientes. Cada jornada sin hallarlo aumentaba la resignación de su deceso en el mar. Lanchas, botes, todo tipo de nave se sumaron a la búsqueda en el mar de Lima, desde Ancón hasta el Callao. No hubo resultados.
Se hizo el llamado de auxilio a las capitanías de puerto de Chancay y Huacho, para que coordinaran el rescate del piloto en todo tipo de naves menores disponibles. La hipótesis más lúcida indicaba que el avión Curtiss de Romanet había caído al mar y “luego fue arrastrado por la corriente al norte”, se decía en El Comercio.
Uno de los que más empeño puso en rescatar al hombre del aire francés fue su amigo personal, el Jefe de Instructores de Vuelo, Lloyd R. Moore, quien no podía creer que esto le estuviese pasando a un aviador tan experimentado como José Romanet.
EL TRISTE HALLAZGO DEL CUERPO DEL AVIADOR FRANCÉS
Casi un mes después, las búsquedas solo habían logrado rescatar trozos del Curtiss dispersos en el mar. La impotencia había vencido a todos, y solo parecía que quedaba el consuelo de que el mar devolvería el cuerpo de Romanet algún día a sus amigos y colegas. Entonces surgió por fin la noticia que todo el Perú esperaba: el domingo 23 de octubre de 1921 se halló un cadáver que luego se identificaría como el del aviador francés, en una zona de difícil acceso en Ancón.
Los diarios de Lima abrieron su edición del lunes 24 de octubre con titulares de portada llamativos y dramáticos. El Comercio: “Hallazgo de un cadáver en Ancón. Identificando al piloto Romanet. Investigaciones en esa villa”. El lugar del descubrimiento de los “despojos humanos” se denominaba ‘El Bajo’, y estaba cerca de la playa ‘Conchitas’, en el balneario anconero.
Un grupo de vecinos hallaron los restos. Esa misma noche del domingo 23, fue velado en una habitación de la Escuela de Hidroaviación de Ancón, con una escolta permanente de alumnos que así rendían su homenaje a uno de los pioneros de la aviación civil en el Perú. Al día siguiente, el lunes 24 de octubre de 1921, se sumaron a ese velorio público miembros de la Escuela de Aviación de Bellavista y de Maranga, así como los representantes de la Misión Militar Francesa, y amigos cercanos también para ayudar en la identificación definitiva del cuerpo.
Luego de las diligencias policiales y forenses debidas (participaron los dentistas Gaillour y Figari), se confirmó que se trataba del cadáver del querido aviador francés José Romanet. En el tren de Ancón, ese mismo día, por la tarde, fue transportado el cuerpo a Lima para su entierro al día siguiente.
Romanet había dicho a El Comercio días antes del accidente, en un gesto que lo pintaba como un hombre alegre y soñador: “La otra tarde –y sonreía ruborizado– bajé en espiral desde ochocientos hasta cuarenta metros sobre la Plaza de Armas, y tomé por Mercaderes hasta la Exposición, y de la Exposición hasta la Magdalena. Me divertía y encantaba el espectáculo de los niños y las mujeres saludándome con las manos en alto desde las azoteas. Hay en esta ciudad mucha bondad y mucha simpatía”.
José Romanet era así, un hombre que sabía disfrutar de los momentos, que sabía que volar era como volver a nacer. Sencillo, candoroso, tierno; alguien que era un gigante en el aire, y un ser humano especial en tierra.
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