Lulú Beltrán

Miro esta foto de 1961 y no puedo despegar los ojos del hombre que coloca su pie derecho en el borde posterior de la carrocería del tranvía para asegurarse el viaje. Treinta años después así viajarían mis padres y mis tíos, con medio cuerpo afuera, colgándose como sea de las puertas de los buses del Covida o de la línea 73, para llegar a tiempo a la academia o la universidad. En el interior, hacinados como animales de carga, los pasajeros se acomodan como pueden. La escena se repite hoy, mañana y tarde, en cualquier unidad del Metropolitano. Así viajamos los peruanos, al menos en Lima, aplastados, con el alma en vilo, cruzando los dedos para que no te asalten o te metan la mano.

LIMA, 20 DE NOVIEMBRE DE 1961
ENTRE EL CRUCE DEL JIRON LAMPA Y EL JIRON MIRO QUESADA, FRENTE A LA SEDE PRINCIPAL DEL DIARIO EL COMERCIO, UN TRANVIA PASA REPLETO DE PASAJEROS. FOTO: GEC ARCHIVO HISTORICO
LIMA, 20 DE NOVIEMBRE DE 1961 ENTRE EL CRUCE DEL JIRON LAMPA Y EL JIRON MIRO QUESADA, FRENTE A LA SEDE PRINCIPAL DEL DIARIO EL COMERCIO, UN TRANVIA PASA REPLETO DE PASAJEROS. FOTO: GEC ARCHIVO HISTORICO
/ EL COMERCIO

Es curioso: nada de lo que aparece en esta foto existe en la actualidad. Nada salvo el edificio de El Comercio, que sigue mostrándose imponente en la esquina de Lampa y Miró Quesada, pero ya no es el mismo, pues la redacción –la que le daba vida a ese elefante de cemento– hoy funciona en otro local y en otro distrito. Todo lo demás ha desparecido: esos corpulentos autos negros ya no circulan por la capital, el Royal Bank of Canada hace décadas dejó de funcionar allí, y el tranvía (qué palabra tan antigua) fue retirado de las calles ahí nomás, en 1965. Me encantan esos avisos publicitarios anacrónicos: arriba, a la izquierda, al fondo, hay un letrero del saborizante AJI-NO-MOTO (que en japonés significa «fuente de sabor»), y en una ventana posterior de ese vagón número 14 del tranvía vemos un cartel de Kontra, una medicina contra la gripe, dolores y fiebre. Si no fuera por la niña que se distingue a la derecha, cerca de la puerta de El Comercio, a la altura del farol –y que curiosamente parece mirar a la cámara–, si no fuera por ella, no habría mujeres en el encuadre. Lo que vemos son espaldas y rostros masculinos, con sus corbatas, sus bigotes, sus lentes, sus uniformes, sus peinados, sus zapatos. ¿Dónde estaban las mujeres de Lima en noviembre de 1961?, ¿qué hacían?, ¿salían de sus casas?, ¿por qué no las vemos a esta hora de la mañana o de la tarde? Quizá las abuelas sepan responder.

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