Nuevamente el vecindario de la capital comienza a sufrir con el encarecimiento indirecto del pan, que, como se sabe, constituye uno de los artículos de consumo más indispensable.
El público conoce, por haber sido ellas oportunamente publicadas, las medidas que, desde que se iniciara la crisis de las subsistencias, ha adoptado el municipio, a fin de impedir que la especulación se produzca alrededor de esa sustancia alimenticia, cuya baratura conviene, sin duda, mantener, desde que ella constituye el alimento primordial de las gentes de toda condición.
Ante la imposibilidad de aumentar directamente el precio del pan, los industriales recurrieron, según es sabido, al procedimiento indirecto de disminuir el peso, para acrecentar su clientela, primero, y para incrementar sus ganancias después.
En el primer caso, como se recordará, tal vez, el industrial, con el objeto de atraer al revendedor, elaboraba panes pequeños, a fin de hallarse con aptitud de ofrecer al intermediario una alta comisión, dándose, con este sistema, el caso de que hubiera panaderías que vendían a los pulperos su mercancía hasta con un cincuenta por ciento de comisión, entregándole quince piezas —que el intermediario vendía al público a un centavo cada una— por el valor de un real.
Felizmente, la municipalidad, que se dio rápida cuenta del enrome perjuicio que con este procedimiento de los industriales se ocasionaba al consumidor, procedió a dictar las disposiciones más eficaces para impedir que el hecho continuara produciéndose.
Fue entonces que surgió y se puso en práctica la idea de fijar al pan un peso mínimo y de establecer que, en manera alguna, era posible a los elaboradores vender ese artículo con una comisión superior al diez por ciento.
Esta medida, que al principio hubo de tropezar, como toda reforma, con serias dificultades opuestas por los interesados, logró, sin embargo, aclimatarse brevemente entre nosotros, debido, principalmente, a las gestiones de la alcaldía y al acuerdo a que por entonces llegara con los molineros el extinguido Comité de la Alimentación Popular que consiguió fijar un precio equitativo a la harina a cambio de ciertas facilidades otorgadas a los importadores de trigo.
Desde entonces, con la vigilancia constante de la municipalidad, el peso del pan, si bien sufría alteraciones, que han sido siempre oportunamente castigadas, no llegaba, empero, a ser disminuido en forma que pudiera, por su continuidad y por su importancia, constituir una amenaza de nueva especulación.
Parece, sin embargo, que en los últimos tiempos algunas panaderías de la capital no cumplen estrictamente con el compromiso adquirido, pues el pan que elaboran y venden a los consumidores no solo se aparta de las condiciones fijadas por el municipio, sino que es de tal pequeñez que basta mirarlo para darse cuenta de la especulación.
Con las varias quejas que sobre este particular hemos recibido en nuestras oficinas, alguien nos ha traído, en efecto, muestras de pan de uno y dos centavos, que han escapado, sin duda, a la diligencia de los pesquisidores municipales; pero que envuelven una trasgresión de la ordenanza respectiva y un encarecimiento efectivo del artículo.
Convendría, pues, que la municipalidad, dada la situación difícil provocada por el encarecimiento de la vida, se dispusiera a adoptar medidas enérgicas, aumentando, por ejemplo, el monto de las multas, a fin de impedir que torne a producirse un estado de cosas que estaba ya prudentemente resulto en beneficio del público y de los mismos industriales.