Veinte años sin el señor del teatro nacional: Luis Álvarez
“Falleció ayer el actor nacional Luis Álvarez”, así, escuetamente, titularon la mayoría de diarios del Perú la lamentable noticia que dejó mudos a todos los amantes del teatro en el país. El 17 de noviembre de 1995 -hace 20 años-, a las seis de la mañana, la muerte se llevó a aquella persona que representaba la actuación, la energía y la corrección en las tablas. La grave voz de Luis Álvarez no se dejaría escuchar nunca más.
Tenía 82 años de edad cuando un cáncer cerebral lo venció. Luis Álvarez Torres había sido homenajeado hacía solo dos semanas por sus 50 años en el teatro nacional. Era un clásico, un hombre que sabía que ya era parte de la historia artística del Perú.
Actuó en el teatro y luego en el cine. Pero fue en el teatro donde podíamos verlo interpretar a esos personajes a los que daba un carácter único. El más recordado fue el ‘ingeniero Echecopar’ de la obra ‘Collacocha’, del desaparecido dramaturgo Enrique Solari Swayne.
Don Luis había nacido en Islay, Arequipa, el 29 de julio de 1913. La vida de la familia Álvarez durante los años del oncenio de Leguía fue difícil. El adolescente y joven Luis se dedicó a varias cosas antes de entregarse al teatro. Fue soldado (llegó a sargento en el Ejército), explorador y hasta chofer de tranvías.
Pero de esa estrechez económica, el joven Luis sobresaldría a través de una profunda sensibilidad que se expresó de forma natural en el teatro, al que se dedicó desde sus 30 años, al lado de amigos cercanos como el comediante Jorge Montoro.
Su interés por el teatro llevó a Luis y a Jorge a inscribirse en octubre de 1945 en la recién abierta Escuela de Arte Dramático, que para entonces se inauguraba con el nombre bastante pretencioso de ‘Teatro del Pueblo’. Su debut fue ese mismo año en el Teatro Ritz (en la avenida Alfonso Ugarte), con breves piezas de Pirandello y Chejov.
Su existencia se reorientó a ese mundo de historias, gestos y caracterizaciones. Fue un juego serio que le gustaba tanto que no pudo dejarlo nunca más. Egresó en 1948, en el inicio del ‘ochenio’ de Manuel A. Odría, ya con 35 años encima. Maduro pero con el entusiasmo de un niño, su ímpetu lo llevó a visitar diversas zonas del interior del país, donde actuó y enseñó teatro a los niños.
Fue profesor en el Instituto Pedagógico (luego ‘La Cantuta’) y en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, donde fue ‘profe’ 17 años ininterrumpidos.
Collacocha
Hasta que llegó a su vida una obra inolvidable: ‘Collacocha’, que se estrenó con él en 1956, al final del régimen odriísta. En esos años, era evidente que la obra dejaba traslucir un sentimiento de desigualdad social y de revelación de una situación que parecía denunciar la explotación social del hombre por el hombre y, también, una lucha, la de Echecopar por el desarrollo de mejores condiciones de vida en el Perú.
Para Luis Álvarez, ‘Collacocha’ de Enrique Solari Swayne (que falleció solo un par de meses antes que Álvarez), fue la pieza más importante que interpretó durante su carrera. La hizo suya, tanto que con ella se consagró en el histórico Festival Internacional de Teatro en México, donde el actor brilló sin par y llevó en alto la representación de la obra nacional; especialmente con su interpretación del ‘ingeniero Echecopar’, con este hizo saber al mundo que existía un sueño humano por superar los límites que le imponía la naturaleza.
“Collacocha” fue una puesta en escena del recordado elenco de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), la que dirigió Ricardo Roca Rey. Con el talento de Álvarez, la triple A caló hondo en la memoria del público nacional, en lo que se llamó la ‘edad de oro’ del teatro en el Perú.
Sus frases de Echecopar retumban aún en la memoria por su franqueza y lucidez. Aquí la célebre expresión que resume el ideario de la obra teatral: “Estamos combatiendo la miseria humana y estamos construyendo la felicidad de los hombres del futuro”. Y más adelante: “Mi misión en la tierra es habilitar nuestro maldito país como morada del hombre, hacer su suelo transitable, abrir caminos, para que los hombres se acerquen por ellos…”.
Polifacético
No hay una estadística definitiva que revele la cantidad exacta de personajes que interpretó don Luis (dicen que fueron más de 200 personajes), y menos aún las veces que se subió a un escenario teatral (dicen que alrededor de 3 mil veces), pero su teatro es inolvidable por su dureza y versatilidad; por su energía y autenticidad. Un espíritu clásico que dejó discípulos sin buscarlos.
Quizás los lectores de hoy lo recuerden más por las películas donde intervino sobresalientemente, como en ‘La ciudad y los perros’ (1985), ‘La agonía de Rasu Ñiti’ (1985) y ‘Malabrigo’ (1986). Pero también por sus participaciones destacadas en las telenovelas de moda en los años 70 y 80, como ‘Simplemente María’ (1969-1971), ‘Natacha’ (1970), ‘La casa de enfrente’ (1985) y ‘El hombre que debe morir’ (1989).
Don Luis tuvo el gusto de recibir algunos premios en vida. Uno de los primeros fue el Premio ‘Anita Fernandini’ en 1960; pero sin duda el más significativo fue el Premio Nacional de Teatro en 1990.
Al día siguiente de su muerte, el 18 de noviembre de 1995, los restos de Luis Álvarez fueron llevados desde el velatorio de la parroquia ‘Santa María Reina’ hasta el crematorio del Hospital Naval, donde fueron incinerados.
Fue un señor, el señor del teatro nacional peruano. No necesitó de una medalla, premio o diploma adicionales para que todo el país lo reconociera.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio