En los últimos tres años, Alianza Lima, ese equipo de La Victoria al que le cuesta tanto ganar campeonatos, resucitó. No regresó a Primera, con una gesta de por medio, como seguramente le hubiese gustado a más de un hincha, sino más bien con un fallo de un tribunal deportivo. La justicia se manifestó. Pero al mismo tiempo se convirtió en la comidilla de quienes viven implorando justicia para no desaparecer.
Todo aliancista sabe dónde estuvo el 28 de noviembre de 2020, el día en que el corazón del pueblo blanquiazul se detuvo. Fue tanto el dolor, que cuando se determinó que Alianza se quedaría en Primera, la gente empezó a valorar a su equipo. Y valorar significa estar. Y estar es ir a la cancha. A Matute, al templo de Don Alejandro Villanueva.
Pero también ir a provincias, viajando con la espalda adolorida, juntando sencillo, caminando cuadras y luego no saber cómo regresar a Lima. Quien lo ha vivido sabe lo que es llegar a casa afónico de alegría.
‘Chicho Salas’ lo entiende perfectamente. Entiende muchas cosas la verdad. Demostró en esta llave ante Melgar que no es solo el entrenador incontrolable que se mete a la cancha para gritar los goles, porque todavía se siente futbolista. Que nadie subestime más al primer técnico peruano que saca campeón a Alianza luego del ‘Chueco’ Marcos Calderón.
ESPECIAL | Alianza Lima: 10 claves del campeón del fútbol peruano
Que nadie subestime tampoco a Yordi Vílchez, el defensor que llegó para jugar Segunda, el que no se quejó cada vez que lo pusieron de lateral, el del autogol involuntario y el de la peinada que abrió la cerradura rojinegra y nos calmó los nervios un rato. Que nadie mire nunca más por debajo del hombro a Ángelo Campos. No es más el arquero marcado por una atajada de dibujos animados. Es fantástico y habita entre nosotros. Y para fortuna nuestra, protege el arco victoriano.
A Hernán Barcos, que jugó magullado, los blanquiazules tenemos que buscar alguna manera novedosa de darle las gracias. En un par de años ha tenido más gestos de solidaridad que un par de generaciones enteras. No fue la figura de la final, pero fue el mejor del campeonato. En la grama, y fuera de él.
Lavandeira, gracias por contagiarle el aliancismo a tu nena que se sabe todo el cancionero de ‘pe’ a ‘pa’. Tu gol de cabezazo es la corona de un año donde todo lo hiciste bien. Palmas también para Melgar, un dignísimo rival que, seguramente, hubiera llegado con más piernas si los ‘genios’ organizaban mejor el torneo. El ‘Dominó’ nos hizo sentirnos menos avergonzados este año a nivel internacional, pero además nos ha enseñado un camino.
A Míguez, gracias por ese coraje descomunal que suple tus carencias; a Lagos, créetela más el próximo año a ver hasta dónde despegas: a Peruzzi, gracias por bajar del avión para jugar y no vernos la cara de giles, como sucedió con los extranjeros en otros clubes; a Ballón, el líder silencioso, quédate por cada litro de sudor; a Concha, no te conviertas en el nuevo “si tú quisieras”, tienes para más; a Aldair Rodríguez, el obrero sin gol, ya estás en la historia; a Arley, no sé qué pasará mañana, pero ya tienes qué contarle a tus nietos en Colombia; al ‘Zorrito’ Aguirre, el legendario ‘Zorrito’, se hizo justicia contigo; y, finalmente, a la ‘Foquita’ Farfán, el ídolo que no da más, gracias por todo, pero respétate.
A quienes estuvieron con el equipo disfruten. Esa es la manera. En la mala y en la buena.