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“Cristal y por qué el fútbol no es cualquier negocio”, Ortiz Bisso y una crítica al duro presente dirigencial que vive el club rimense
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Hubo una época en que no había futbolista peruano que no ansiara jugar por Sporting Cristal (por más que algunos lo nieguen).
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El trato era de primera. Las canchas de entrenamiento eran las mejores, los hoteles de concentración solían ser de cinco estrellas, los dirigentes antes que prepotear, conversaban. Pagaban muy bien y, detalle no menor, al día. Un jugador noventero, acostumbrado a hacer su colita para recibir su paga en efectivo (cuando a los dirigentes de su club se les ocurría hacerlo) recordaba lo extraño que fue para él que le abrieran una cuenta de ahorros y le entreguen una tarjeta de débito.
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Pero había algo más: el equipo siempre peleaba por el título. Afuera lo miraban con respeto
¿Qué fue de ese club modelo? ¿La partida de la Backus fue la causante de este incendio que hoy sufren miles de hinchas celestes?

El exitoso modelo Cristal de esos años hizo también que se instalara una idea: la mejor fórmula para profesionalizar nuestro fútbol eran las sociedades anónimas. El argumento detrás parecía irrefutable: el propietario hará siempre lo imposible por ofrecer un buen producto porque eso le permitirá obtener ganancias. En otras palabras, estaba obligado a ser eficiente, a ser un ganador. No es extraño que bajo ese contexto apareciera la propuesta del mexicano Jorge Vergara para comprar Universitario, rechazada bajo el lema “El sentimiento no se vende” (solo se roba, dirían algunos).
Los años han venido a confirmar que las S.A. no garantizan el éxito. Y no solo por lo que pasa hoy con Cristal: ahí están la UCV y San Martín, que pese a nadar literalmente en dinero, andan penando en la segunda división. Ni Barcelona ni el Real Madrid son sociedades anónimas y todos sabemos cómo les va. Hay, cómo no, ejemplos de éxito como los clubes brasileños, que llevan años metiendo miedo en Sudamérica gracias a las mieles de los fondos de inversión y, en el extremo, los clubes-Estado como el PSG o el City.
El gran diferencial, al margen de la estructura societaria, está en la gestión. Eso no pasa solamente por tener los objetivos claros y un plan de desarrollo adecuado, sino en saber rodearse de gente experimentada, que conozca de manejo corporativo, formación de menores y los claroscuros del mundo futbolístico, que tiene mucho de emocional, pero también de político. Y, en el caso de Cristal, tener decidido el camino: o eres un club de fútbol cuyo objetivo es siempre salir campeón o eres una agencia de jugadores con un club de fútbol cuyo objetivo es vender jugadores… y salir campeón.

Universitario y Alianza, con todos sus defectos, han demostrado que es posible resucitar clubes semiquebrados, volverlos confiables, generar recursos y obtener resultados deportivos. En esa senda están Cienciano y Melgar.
Sporting Cristal quizás aún sea un buen negocio para sus dueños. Su manejo corporativo probablemente sea similar al de la empresa mejor ranqueada del país. Pero un club de fútbol no es lo mismo que una fábrica de fideos o un almacén de refrigeradoras. El centro del negocio es la pasión. No saber lidiar con ello, con la irracionalidad del hincha, con la exigencia permanente de siempre ser el mejor, puede quebrar el más firme de los proyectos. Y el camino al fracaso es rápido. Sin escalas.
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