Carlos de la Puente

Vista desde la parte alta de la tribuna de Occidente la escena se parecía a algún momento de la Guerra de las Galaxias, o a las descripciones épicas de Tolstoi en Guerra y Paz. Los dos ejércitos estaban perfectamente alineados, listos para una batalla. En la tribuna Norte, decenas de miles de barristas de la `U’ ya habían roto la alambrada que los separa del campo. Frente a ellos, unos 40 policías en tres filas, 20 de ellos sujetando perros Doberman. Como refuerzo, al lado del contingente policial estaba, sereno, un rochabús, con su cañón mirando de perfil (con algo de desdén y autosuficiencia) a sus inminentes contrincantes. La policía parecía esta vez segura de impedir que los hinchas entren al campo. Es una imagen preciosa para muchos de los modernos intérpretes del Perú actual. Allí estaba la alegoría del desborde popular frente a la autoridad. Allí la escenificación del instinto (miles de hinchas semidesnudos o con las caras pintadas) que no quieren someterse al orden.

Como sucede frecuentemente en nuestros días, esta mini- batalla la ganaron los descamisados hinchas de la `U’. Resistieron los furiosas escupitajos del Rochabús, aguantaron las cachiporras de los policías y los ladridos -aunque también una que otra mordida- de los poderosos Doberman. Primero de a pocos, y después en mancha, se descolgaron desde las graderías y se adueñaron del campo del Estadio. Una vez dentro, la mayoría rodeó a sus jugadores y se entregó a la celebración.

Viendo a esa respetable fuerza policial eludida uno se pregunta ¿hay algo que pueda controlar a estos guerreros de la banderola y el cántico, a estos jóvenes que no parecen reconocer límites cuando quieren defender su pasión por la `U’? Sí. Sí existe una fuerza que es capaz de domar tanta furia. Son los lentes de los reporteros gráficos y los camarógrafos de la televisión. Ellos les producen una mudanza de ánimos que hubiera asombrado al doctor Freud. Los indomables se convierten en sumisos, los jóvenes contestatarios y rebeldes, los feroces de las caras pintadas están dispuestos -como ayer- a hacer piruetas, a acomodarse y arreglarse, a repetir cuantas veces se lo pidan sus gestos amenazantes y la mímica de los insultos. Ayer hubo dos que querían, casi rogaban, que un reportero gráfico les tomara una foto bailando una especie de valse, en medio de las banderolas de la barra.

Tanta vocación por el retrato y el video (a veces por posar se olvidan de sus obligaciones como barristas) no se debe, principalmente, a un afán exhbicionista. Responde más bien a un apremio psicológico que es la escencia de estas barras: el reconocimiento.

Verse al día siguiente en un periódico o en los noticieros de la noche da a la mayoría de estos jóvenes una carta de ciudadanía. Es finalmente lo que buscan. Ser hoy día de la barra de la ‘U’ es, para muchos chicos peruanos, una manera de ser influyente en nuestro país, en algo socialmente importante como el fútbol.

Dicen los de la `U’ que en su hinchada hay de todo. De todos los bolsillos, lugares y colores. Puede ser. Pero en la explosión de esa barra, en los últimos años, hay un grupo que predomina. La mayoría de estos chicos se parecen. Quizá la mirada, acaso el tipo racial, puede que la expresión; pero es algo más que el uniforme, las pinturas, o las canciones. Y como seguramente se trata de una categoría económico-étnico que algún científico social ya debe haber nombrado, la mejor manera de definirlos es con el jugador que mejor representa y simboliza: José Carranza.

No es casual que la numerosa barra de la `U’ tenga al jugador como su ídolo máximo. “O la, la, O le, le, Carranza es lo más grande del fútbol nacional”. Cantan sin cesar. En verdad no sólo quieren decir lo más grande sino también lo más extenso. Porque Carranza es como la mayoría de esos barristas. Se parece, física y espiritualmente a la mayoría de los nuevos jóvenes limeños que forman el segmento social y políticamente más influyente de nuestros días.

Para enfrentarse a la vida Carranza no sabe mucho, pero se recursea muy bien. Sustituye esa falta de conocimiento con un empuje que no tiene igual en el fútbol peruano. No es muy técnico pero siempre encuentra la manera de salir del atolladero, con recursos ingeniosos y extraños en las situaciones más apremiantes. No sabe mucho pero está dispuesto a hacer de todo. Ayer jugó de lateral izquierdo. En la selección de stopper; otras veces en la `U’ de líbero, de `6′ o de volante ofensivo. Antes jugó de lateral derecho. Achoradísimo, reclamón, José Carranza, que debe tener un poco de todas las sangres, tiene incluso la pretensión -estética diríamos- de ser un fino dribleador.

Su indiscutido éxito como futbolista se debe no sólo a su probada garra -probada también internacionalmente- sino a que con él se identifican los nuevos hinchas del fútbol peruano.