Pedro Ortiz Bisso

Además de provocar la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de los Estados Unidos y una revolución en el periodismo, el caso Watergate dejó como herencia una mala costumbre: el uso del sufijo ‘gate’ para bautizar cualquier escándalo que involucre a un gobierno. Ahí están el ‘Irangate’, que tantos dolores de cabeza le trajo a Ronald Reagan, o nuestro ‘vacunagate’, que fue cómo se bautizó a la revelación de una lista de funcionarios privilegiados que se vacunó en secreto durante la pandemia.

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En el fútbol ocurre algo parecido. Desde el ‘Maracanazo’, cuando Uruguay le dio vuelta a un partido imposible en la final del Mundial del 50, suele añadirse la terminación ‘azo’ al nombre del estadio o de la ciudad donde se gestó un resultado hazañoso. En Brasil 2014, al 7-1 de los alemanes sobre el ‘Scratch’ se lo llamo ‘Mineirazo’ y al increíble triunfo de nuestra selección sobre Colombia, en las eliminatorias para Qatar, se lo bautizó como ‘Barranquillazo’.

Si acaso volviera a ocurrir un accidente feliz este viernes 9, y la blanquirroja venciese a Colombia, no quedará otra que seguir con la tradición y llamarlo ‘Limazo’, ‘Nacionalazo’ o inventar alguna palabra que dimensione el significado de este triunfo. La selección de Lorenzo es una de las mejores del mundo y ganarle por un penal, un autogol o las manos cómplices de un golero (¡nunca te olvidaremos, Ospina!) solo merecería un calificativo de esa altura.

Pero la posibilidad de este “accidente feliz” no parece estar en el radar de nadie. El ambiente, por ahora, es de resignación. Ni los regresos de Renato Tapia y Miguel Trauco han despertado entusiasmo. Apenas ha habido reclamos por la ausencia de Catriel Cabellos y la sorpresiva inclusión de Jorge Murrugarra. Poquísimas voces han expresado su asombro por la no convocatoria de André Carrillo y Paolo Guerrero, mucho menos del cuasijubilado Christian Cueva.

Qué lejanos han quedado los tiempos en que un partido de estas características encendía las emociones. La sensación de que vamos camino al cadalso se respira en cada rincón. Ni siquiera nuestra proverbial gitanería -que tantas veces nos ha salvado la vida- genera esperanza.

Futbolísticamente es poco lo que pueda transmitir Jorge Fossati en estos días previos. La blanquirroja carece de los intérpretes adecuados que puedan adaptarse a su sistema de juego, como se confirmó durante la Copa América. Carecemos de carrileros y los interiores tienen una participación pasiva en la generación de juego. Pese a que se ganó cierta solidez en la retaguardia, no hay mayores señales de que vayan a ocurrir mejoras profundas. Pretender un resultado positivo en estas circunstancias es como creer que la Copa Perú es un torneo del primer mundo o que Guardiola no se pierde un partido de nuestra Liga 1.

¿Qué queda? Sacarse el alma. Entregar todo en la cancha. Poner el escudo por encima de cualquier interés. Asumir este partido como si fuera el último de nuestras vidas, desde los jugadores hasta los -ojalá- cuarentaypico mil hinchas que asistan al Nacional. En la cancha, la misión debe ser pelear sin desmayo. Y en la tribuna -y nuestras casas- alentar, alentar y alentar. Una de las razones por las que el fútbol es el más bello, y noble, de los deportes es porque deja espacio para los milagros. Un ‘Limazo’ lo sería.