Mucho ha pasado en los últimos ocho años. Un periodo que coincide con el incremento de la conflictividad e incertidumbre política, la misma que hoy tenemos cada vez más presente entre los escenarios de riesgo. La idea de las ‘cuerdas separadas’, qué duda cabe, hoy ya está desfasada.
Allá por el 2016, nuestro potencial económico -sumado a los buenos vientos externos- nos pusieron en momentos de favorables resultados en todo sentido. Pese a tener sectores golpeados, crecíamos a tasas por encima del 3%, los flujos de capitales eran favorables a las economías emergentes y esfuerzos como la reducción de la pobreza mostraban progresos importantes.
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Ese fue el Perú que recibió a los líderes APEC y este año se nos presenta una nueva oportunidad de ser sede. Una más favorable para nuestra posición como parte del referido bloque económico. Proyectos como el terminal portuario de Chancay -y el esperado desarrollo logístico entorno a este puerto-, la ampliación del aeropuerto internacional Jorge Chávez y el trabajo de cara a la firma de nuevos tratados de libre comercio no hacen más que ratificar a quienes nos visitarán en noviembre que el Perú está listo para ser un importante socio estratégico.
Es por ello que ser sede de la APEC este año representa un nuevo punto de quiebre para el Perú. Es la opción de poner en vitrina todo lo que hemos avanzado para, sobre ello, comprometernos a seguir construyendo nuestro país. A seguir apostando por el desarrollo y la modernización para así seguir integrándonos a la dinámica global. De forjar los vínculos y firmar los acuerdos correctos que, en unos años, nos permitan estar en una mejor posición como país.
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Hoy hemos perdido el brillo que teníamos años atrás. Ya no somos de los que ocupan los primeros lugares en la región y hemos retrocedido en algunos indicadores. Seguramente nos tomará mucho más tiempo recuperarnos, pero las oportunidades están para aprovecharlas. Y más vale no desaprovechar esta.