Creemos que esta fecha es ocasión propicia para recordar un asunto que, hace muchos años, ocupó las páginas de El Comercio y que quedó debidamente aclarado. Se trata de la supuesta expedición que intentó armar y dirigir lord Cochrane con el propósito de rescatar al gran corso de su cautiverio en la solitaria y lejana isla de Santa Elena.
El historiador y abogado limeño Nemesio Vargas ( 1849-1921 ), autor, entre otros libros, de Historia del Perú independiente, en nueve volúmenes, había escuchado hasta dos versiones del pretendido rescate frustrado. Hombre serio y acucioso, Vargas investigó a fondo el tema y, al no encontrar el más pequeño indicio sobre este, decidió escribir a su amigo Marcial Martínez, político y diplomático chileno, quien había estado en Lima en 1865, pidiéndole que preguntara a su compatriota, el historiador Diego Barros Arana, qué sabía sobre el particular.
Barros Arana, ya famoso por su gran obra historiográfica, contestó el pedido en una larga y erudita carta en la que recordaba que el médico francés Lorenzo Sazié, afincado en Santiago de Chile, le había referido, en marzo de 1858, “según un apunte que entonces tomé”, que el coronel Jorge Beauchef, también francés, quien había sido íntimo amigo del galeno, le había contado que, en enero de 1820, acompañó a lord Cochrane al puerto de Talcahuano y, gracias al apoyo del intendente de Concepción, general Ramón Freire, habían conseguido un contingente de 300 hombres con experiencia militar para dar un golpe de mano sobre el puerto de Valdivia, por entonces en poder de los realistas.
Durante la larga travesía hasta Valdivia, Beauchef, que había estado bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte, conversó muchas veces con Cochrane sobre el triste destino del emperador, preso después de haber sido “el dueño del mundo”. Cochrane, en alguna oportunidad, dijo que estaba dispuesto a tomar el mando de una pequeña escuadra para rescatarlo “y traerlo a esta América para que, al mando de las fuerzas independientes, concluyera de una vez, en una o varias batallas, con el poder español. Todo esto, sin embargo —concluía Barros Arana—, no habría pasado de una simple conversación”.
En otro acápite de la misiva, decía Barros Arana: “Puedo asegurar a usted con completo conocimiento de causa y después de haber leído línea a línea y palabra a palabra toda la correspondencia de Cochrane y toda la de O’Higgins, que aquel no propuso jamás al Gobierno de Chile proyecto alguno que se relacionara de alguna manera con la isla de Santa Elena y con Napoleón”. Algo más y de gran importancia: Barros Arana leyó y utilizó el manuscrito con las memorias de Beauchef, “muy noticiosas y verídicas”, pero en el que no hay una palabra sobre el pretendido rescate.
Como se sabe, lord Cochrane y sus 300 hombres, entre los cuales estaba el coronel Beauchef, en una hazaña realmente novelesca, tomaron la bien armada plaza de Valdivia. Fue allí donde nació la leyenda. En la euforia del triunfo, se pensó que esa misma fuerza podía navegar hasta Santa Elena para derrotar a la poderosa guarnición británica que protegía la isla y poner en libertad a Napoleón, que, por ese tiempo, ya estaba gravemente enfermo. Hacia julio de 1820 —fecha en que más o menos está situada la leyenda—, aparecieron las náuseas y los dolores en la zona del estómago; pronto, Napoleón ya no pudo alimentarse más que con líquidos y gelatinas.
Finalmente, desde un punto de vista logístico, la empresa para liberar al emperador era imposible. En ese momento, lord Cochrane solo tenía a su mando tres buques, dos de ellos casi simples faluchos y la fragata O’Higgins, (la antigua María Isabel, arrebatada a los españoles) que iba haciendo siete pies de agua. Luego de analizar todos estos hechos, Barros Arana sentenciaba: “Por más temerario que fuese en su heroísmo, Cochrane no llevaba esa cualidad hasta la locura insensata”.
Napoleón Bonaparte, nacido en Córcega en 1769, ha pasado a la historia como el gran emperador francés que, durante más de una década, a inicios del siglo XIX, dominó Europa occidental a través de una serie de conquistas. Finalmente, fue derrotado en la batalla de Waterloo (Bélgica) el 18 de junio de 1815, y desterrado por los ingleses a la isla de Santa Elena, donde falleció el 5 de mayo de 1821.
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