Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) tiene fama de ser un tipo duro. Hasta hace no muchos años solía levantar pesas en el gimnasio y montar una enorme Harley-Davidson modelo Super Glide rojo brillante. Enfundado en una chaqueta de cuero negro y lentes oscuros, rodaba por las calles y carreteras de los Estados Unidos, disfrutando con avidez el rugido del poderoso motor bajo sus piernas y los azotes del viento que arreciaban a medida que iba agarrando velocidad. Quien entonces lo hubiese visto pasar nunca se habría imaginado que aquel hombre de cabello plateado y aspecto feroz era ya uno de los escritores más importantes de las letras contemporáneas en lengua inglesa.
Ahora, a los 73 años, Richard Ford sigue siendo un tipo duro. Si bien las pesas y los viajes en moto han quedado atrás, cada vez que puede regresa a las canchas laminadas a jugar squash, se escapa a los bosques con sus perros para pescar y cazar aves al llegar el otoño, y aún es capaz de asestarle un buen jab en la mandíbula a quien se lo busque. Porque aunque Ford es todo un caballero sureño, un hombre de trato expansivo, generoso y amable, es también brutalmente honesto y, como él mismo reconoce, un tipo impulsivo y temperamental.
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Aunque desde hace tres décadas es señalado por la crítica y los lectores de todo el mundo como un maestro de la narración y un perspicaz observador de la sociedad estadounidense, su inicio en la literatura fue relativamente tardío. Durante la adolescencia, los síntomas de una dislexia aún sin diagnosticar y los brutales dolores causados por la migraña —sumados a la muerte prematura de su padre y la monotonía de la vida en un estado conservador y racista— lo habían mantenido alejado de la lectura y, en su lugar, lo arrastraron a la frustración y la rebeldía. Por aquellos años, Ford era un chico problemático: robaba autos, se involucraba en peleas y participaba en carreras ilegales. Hasta que, a los 19 años, un ejemplar de ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, llegó a sus manos, y su lectura marcó un punto de quiebre en su biografía incierta.
Desde entonces continuó devorando libros y, tras pasar por varios empleos y carreras universitarias —desde asistente de ingeniería en una línea ferroviaria, pasando por la administración hotelera y el periodismo deportivo, hasta la Marina de Guerra de los Estados Unidos—, Ford decidió dedicarse por completo a la escritura. A los 31 años publicó Un trozo de mi corazón (1976), su primera novela; y cinco años más tarde apareció su segundo libro, La última oportunidad. Pero no fue sino hasta 1986, con la publicación de El periodista deportivo —la primera entrega de su aclamada tetralogía protagonizada por el entrañable Frank Bascombe, en quien la crítica ha querido ver a su alter ego— que su nombre empezó a adquirir cada vez más peso en los círculos literarios.
Luego llegaron tres libros de relatos— Rock Springs (1987), De mujeres con hombres (1997) y Pecados sin cuento (2002)—; otras cuatro novelas —Incendios (1990), El Día de la Independencia (1995), Acción de Gracias (2006) y Canadá (2012)—; un libro de ensayos y una colección de novelas breves —Flores en las grietas (2012) y Francamente, Frank (2014), respectivamente—; y dos volúmenes de memorias dedicadas a sus padres —Mi madre (2010) y Between Them (2017), este último aún inédito en español—. Y con los libros, llegaron también los reconocimientos, entre los que destacan el Pulitzer y el Faulkner, el PEN/Malamud y el Princesa Asturias de las Letras.
Charlamos con Ford durante la última Feria Internacional del Libro de Bogotá luego de una magnífica conversación que sostuvo con la escritora y cofundadora de la revista Granta en español, Valerie Miles, a la que asistieron cerca de 600 personas. Hablamos sobre su carrera literaria, su nuevo libro y la política norteamericana.
En diferentes oportunidades ha dejado en claro que no se considera un escritor “sureño”. Sin embargo, también ha dicho que haber nacido y crecido en Mississippi ha influido en su escritura. ¿De qué manera lo ha hecho?
Sí, definitivamente me influyó haber crecido en Mississippi. No creo que haya nada muy especial acerca del sur de los Estados Unidos, pero en Mississippi destacaba el racismo, que se arrastraba desde la época de la esclavitud. Eso tuvo una gran influencia en mí porque al crecer ahí me vi forzado a aceptar ciertas creencias que me presentaban como verdades naturales. Me hizo comprender que lo que convencionalmente se entiende como verdadero quizá no lo sea: que los negros u otras razas era inferiores, por ejemplo. Realmente traté de creerme ese discurso porque era la idea hegemónica, era parte de la sabiduría popular, pero simplemente nunca pude hacerlo. Y esta es una idea que aparece en todo lo que escribo: que existe la posibilidad de que tus creencias sean falsas, que siempre habrá una discrepancia entre la verdad y cualquier interpretación de esta, y que lo que tienes que hacer es guardar para ti mismo lo que es verdadero.
Para la mayoría de las personas la escritura es una actividad mental; sin embargo, en su caso se trata casi de un ejercicio físico. Es sabido que antes de escribir hace una investigación extensa, toma miles de notas, y escoge las palabras que utilizará de una forma muy meticulosa…
Es cierto. Pienso la escritura más como el oficio de un artesano que como una forma de arte, de modo que para mí esta tiene una cualidad física. Con ello no quiero decir que la escritura sea una tarea físicamente ardua, sino que la siento más como una actividad corporal que intelectual.
¿Y es cierto que cada vez que termina un libro tiene que ser internado en el hospital?
Sí, es que para mí acabar un libro es un proceso muy estresante. Tienes que limpiar el texto, corregir, asegurarte de que todas las palabras estén en el lugar correcto; lo cual es algo muy antinatural para mí, que no soy un perfeccionista nato… Es decir, soy disléxico; de modo que ser extremadamente preciso y cuidadoso es una tarea agonizante para mí. Y esto inevitablemente crea demandas físicas en mi cuerpo que me enferman. Pero tengo que hacerlo, es mi trabajo. Y bueno, la escritura en sí no es un actividad que se me dé naturalmente, sino que me obligué a mí mismo a hacerlo porque me encanta leer, la lectura significa mucho para mí.
¿Cree que la dislexia influyó en su decisión de convertirse en escritor? Es decir, ¿lo tomó como una especie de reto personal?
Pues, la verdad, yo no supe que era disléxico hasta que cumplí 40 años, más o menos. Siempre supe que había algo en mí que no estaba bien, porque no era capaz de hacer ciertas cosas con la facilidad de otras personas. Sin embargo, igual las hice. Superar los síntomas de la dislexia fue, sin duda, indispensable en el aprendizaje de las disciplinas que necesitaba desarrollar para tener éxito, al menos marginalmente, en este mundo. Y aquellas resultaron ser las disciplinas precisas para la vocación de la escritura.
Como usted mismo acaba de decir, su trabajo con el lenguaje es muy artesanal: busca el sentido y el sonido precisos de las palabras, e incluso se preocupa por la métrica de las oraciones… ¿Alguna vez ha pensado escribir poesía?
Sí, así es como escribo, pero no es tan difícil como parece. Te cuento cómo funciona: escribes una oración, y si dentro de esta hay una palabra que no te gusta (pasa todo el tiempo), empiezas a buscar la palabra correcta, la palabra: lees en el diccionario, buscas sinónimos, tratas de corregir la frase… Y usualmente, la palabra a la que llegas o la que se te ocurre no es la que pensabas que estabas buscando, sino una que tiene la cantidad correcta de sílabas o los sonidos precisos. Luego pones esa palabra que escogiste dentro de la oración, y te das cuenta de que, de pronto, la frase ha cambiado; de modo que tienes que ajustar el resto de la oración para que se amolde y complemente aquella palabra. Esto, en un nivel muy oral, es para mí la creatividad.
Sí he pensado en escribir poesía pero, en cierta forma, soy demasiado bruto, no soy lo suficientemente fino. Y además estoy interesado en temas grandes. Es mucho más atractivo para mí utilizar más palabras que ponerme a escribir poesía, donde probablemente tendría que usar menos. Si me pusiera a escribir poesía, me saldría simplemente prosa partida en versos. Entonces ¿para qué molestarme? Mis poemas preferidos son aquellos que son relativamente naturales y fáciles de leer, como los de Withman o Heaney… Sabes, T.S. Eliot dijo que la poesía debería ser, al menos, tan buena como la prosa, y concuerdo con él.
Ha dicho que cuando empezó a escribir no era para nada bueno. Y luego llevó un curso de Escritura Creativa en la Universidad de California. ¿Cree que esto contribuyó decisivamente en su trabajo? ¿Se puede aprender y enseñar a escribir bien?
Me ayudó muchísimo. Me tomé el curso muy en serio, tenía 24 años ¡y a E. L. Doctorow como profesor, nada menos! Creo que es algo muy útil pero no es que te “enseñen a escribir”. En los cursos de Escritura Creativa, al menos en los Estados Unidos, no te enseñan reglas para escribir, sino que lo que hacen los profesores es leer tus textos, y responder como lo haría un editor.
Hay mucha gente que se queja de estos cursos, pero es porque no saben nada sobre ellos o porque tienen una idea equivocada de lo que son. Y bueno, estos tampoco son para todo el mundo. Uno puede volverse un muy buen escritor sin necesidad de haber llevado nunca un curso como este. Pero también hay otros como Tennessee Williams, Mary-Anne O’Connor o John Irving que sí llevaron el curso de Escritura Creativa, y es algo que no mucha gente sabe. Y es que este curso es solo una especie de sustituto de la figura del mentor, que es algo con lo cual casi todos los escritores han contado.
Antes de descubrir la literatura, usted fue un adolescente problemático. ¿Cómo cree que esta impactó en su vida?
Sí que lo era, me metía en cada lío… La literatura cambió mi vida, me ofreció la posibilidad de pensar que había algo más en el mundo además de la vida como la vivía. Que existía toda una esfera aparte, donde la vida era reflexionada, donde era confirmada, y a la que podía ir por medio del lenguaje. Y pensé que era una alternativa atractiva a la existencia que yo llevaba, que era una con la que estaba aburrido e inconforme. No era un adolescente exitoso. Aunque tampoco tenía muchas probabilidades de convertirme realmente en un criminal, porque mi madre se involucró, y ella no iba a dejar de ninguna manera que eso sucediese. Creo que tuve las mismas posibilidades que cualquier otro chico de hacer las cosas mal, de ser un imbécil… Pero la literatura llegó y me salvó de ese camino. Me dije: “Oh, está esto; hay todo un mundo nuevo en estos libros”.
Usted dice que no escribe porque sienta la necesidad de expresarse ni para conocerse mejor a sí mismo, sino que su objetivo es escribir sobre las cosas que considera más importantes. ¿Cuáles son?
Así es; me interesan los grandes temas, como los asuntos que tienen que ver con la vida y la muerte, la intimidad entre seres humanos, las relaciones familiares… Esas son las cosas más importantes para mí, y también las que más me asustan.
También ha dicho que escribe para saber que “hay alguien afuera, que no estamos solos”. La empatía es, al parecer, una parte importante en su trabajo…
Lo es, sin duda, pero en mis libros no siempre aparece una empatía que se dé exitosamente; porque, en la vida, las cosas no siempre resultan bien al final. Me interesa presentar a los personajes correctos, y ver cómo triunfan o fracasan en entablar relaciones íntimas. Con esto no me refiero necesariamente a la intimidad sexual, sino a la intimidad en todas sus manifestaciones: desde la que se establece cuando dos personas consiguen entenderse, hasta la que se da entre un adulto y un niño.
Todos esos temas aparecen en la tetralogía protagonizada por Frank Bascombe. Hablando de este personaje, en su última aparición lo encontramos mucho más decepcionado y crítico de la sociedad estadounidense. ¿Cuánto cree que ha cambiado él a lo largo de estos 28 años que separan El periodista deportivo de Francamente, Frank?
¿En serio? La verdad, yo no me he percatado de este cambio en él. A lo mejor los lectores sí, pero yo no soy sensible a ello. Creo que en Frank, como en toda la sociedad estadounidense, podemos encontrar una cierta frustración mezclada con una sensación de conflicto permanente, y una tendencia hacia el escepticismo; pero creo que se trata simplemente de la condición natural del ser humano. Es la condición que llega cuando se empiezan a tomar las cosas en serio, cuando nos damos cuenta de que la muerte se acerca hacia nosotros todo el tiempo.
Si pudiera categorizar satisfactoriamente a Frank en términos de su posición crítica frente a la sociedad en la que vive, pues entonces creo que no escribiría estos libros, porque lo que trato de crear es algo para lo que no hay una sabiduría convencional. Las ideas ya admitidas y consensuadas, el vocabulario de los discursos ordinarios, los principios que difunde la prensa… simplemente no son suficientes, no hablan realmente de la verdad.
Hablando de la sociedad norteamericana, en alguna ocasión, debido a determinados pasajes de sus libros, usted ha sido acusado de ser sexista y hasta misógino. Pareciese que la opinión pública se encuentra muy susceptible a la más mínima señal de incorreción política. Sin embargo, Donald Trump fue elegido como presidente de los Estados Unidos por aquellas mismas personas. ¿Cómo cree que se podría explicar esta tremenda contradicción?
Sí, eso es simplemente estúpido, es una lectura muy básica y superficial de mis libros. Y ciertamente tengo puntos de vista que no siempre son políticamente correctos, pero de ninguna manera soy un sexista ni un misógino. He estado casado por 50 años con la misma persona, con una mujer exitosa, inteligente y admirable que tiene un doctorado en Economía. Uno no puede ser misógino y compartir su vida con alguien como ella.
Por otro lado, simplemente no puedo explicar esta contradicción. Sabes, hay misterios en el mundo que la racionalidad no puede penetrar. Y la verdad, ni siquiera me interesa desentrañar este. Hay gente que hace acusaciones como estas en mi contra, y yo simplemente pienso: “Jódete, eres un estúpido”. Y del mismo modo pienso que, si votaste por Trump, pues también eres un grandísimo estúpido.
¿Cómo cree que Trump está desempeñando su rol como presidente?
Creo que va terrible. Es un mentiroso, un necio, un idiota. Si por algún motivo hace algo bien, estoy seguro de que se trata de un error.
En una entrevista dijo que, si él ganaba las elecciones, entonces aquello cambiaría drásticamente la percepción y la relación que usted mantiene con su país. ¿En qué sentido ha cambiado?
Sí, mi visión y sentimientos respecto a la política y la sociedad estadounidense se han visto bastante afectados por el resultado de las elecciones. Yo sabía que aquellas personas que votaron por Trump existían, pero no sabía cuán descontentos estaban. Tampoco sabía cuán desconectado estaba el Partido Demócrata del país.
Hay ahora un extraño brote de —no puedo llamarlo filosofía porque los norteamericanos no tienen ninguna, salvo el “yo primero”— nihilismo en la manera de pensar, de responder y de sentir. Esto es algo que ignoraba por completo, y no se da solamente entre los republicanos o entre la clase conservadora, sino entre los demócratas también. Y es que no están viendo los detalles de la vida, simplemente están actuando en función de sus propias necesidades, de sus propios deseos, codicia y narcisismo. Esto es algo nuevo para mí. Y a lo mejor yo también estoy incluido, quisiera pensar que no es así, pero cuando miras a tu alrededor y ves que tu país está atravesando problemas graves, la primera persona a la que tienes que cuestionar es a ti misma: ¿Acaso yo no soy parte también de esto?
Usted tiene su propia teoría sobre Trump: dice que padece de dificultades de aprendizaje o de déficit de atención. ¿Por qué lo dice?
Creo que tiene serios problemas para el aprendizaje. Y lo digo porque yo mismo soy disléxico y sé de qué se trata eso. Pero él es demasiado rico como para preocuparse por ello, simplemente puede pagar por cualquier cosa que quiera hacer o tener. Además, pienso que no le gusta leer. Pero si uno es el presidente de los Estados Unidos, y no le gusta leer, pues entonces hay un gran problema. Trump tiene que leer, tiene que escuchar a las demás personas, pero él no lo hace, solamente se dedica a hablar. No me sorprendería que también fuera disléxico, pero en su caso, ya es demasiado tarde: tiene 70 años, nunca va a cambiar. La verdad, si no lo detestara tanto, le tendría lástima.
Pasando a temas más amenos, acaba de publicar Between Them, un libro de memorias dedicado a sus padres. En la charla que sostuvo con Valerie Miles, citó a Wittgenstein.
Dijo: “Quien vive en el presente vive en la eternidad”. Me preguntaba si este libro podría ser un intento por traerlos de vuelta, en cierta forma, y llevarlos a la eternidad. No lo había pensado, sería una pretensión muy ambiciosa. Pero ciertamente es una forma personal de tratar de acercarlos a mí, de compensar su ausencia, porque los extraño mucho. Tengo 73 años, mis padres llevan muertos bastante tiempo. Y me encanta mi vida, pero es una vida vacía de ellos, solo somos mi esposa y yo. Todos los días tomo consciencia, en una manera no conflictiva, de que mis padres ya no están aquí. Los amo, y si puedo escribir sobre ellos, captar la atención de los lectores, y darles a sus vidas una sustancia que nadie más que yo podría; entonces les habré hecho un favor, no solo a mis padres, sino a la gente que lea sobre ellos, porque mis padres fueron la clase de personas de las que nadie habría escrito, quizá porque sus vidas fueron bastante normales. Para mí este libro es un regalo al mundo, es como decir: “Miren a estas personas, ellos tenían virtudes”.
Hacia el final de esta misma charla, dio unos tips a los jóvenes que quisieran convertirse en escritores. Dijo que, en primer lugar, no deberían tener hijos. ¿Cree que, si los hubiese tenido, su carrera como escritor y su escritura en sí hubiesen sido muy diferentes?
Sí, creo que todo habría sido muy diferente para mí. Porque, en primer lugar, no soy un hombre muy inteligente. Lo que soy es muy obstinado: trabajo con persistencia y paciencia hasta lograr lo que me propongo. Y si tuviera un hijo, estas cualidades que son innatas en mí se verían en peligro, porque me vería obligado a distraerme de mi trabajo para cuidar de mi hijo o hijos. Y si esto pasara, me vería privado de la única cualidad esencial que tengo, que es la capacidad de comprometerme incondicionalmente. Así que creo que no habría tenido éxito en ninguna de las dos tareas.
#En la feria
Lunes 24 de julio
Hora: de 20:00 a 20:45
Richard Ford conversa con Alonso Cueto y Johann Page
Lugar: Sala Blanca Varela
Sábado 22 de julio
Hora: de 19:00 a 20:45
Richard Ford conversa con Jerónimo Pimentel
Lugar: Sala Blanca Varela