Aidee Roca Samanem tiene 16 años y sueña con ser actriz. Su lengua materna es el awajún. Recuerda que tenía seis años cuando sucedió el ‘baguazo’ en la Curva del Diablo, un terrible y lamentable enfrentamiento entre policías, indígenas y bagüinos. Ella recuerda que no podían salir de su comunidad, que las clases se suspendieron y el miedo duró varios meses.
Diez años después, la tragedia se convirtió en una posibilidad: “Desde el ‘baguazo’ nos dimos cuenta de la explotación de los recursos que afectaba nuestra zona, la tala de los árboles y la minería. Cada día que pasa vemos que el medio ambiente se deteriora”, dice preocupada. Es así que Aidee junto con Ingrid, Natalia y Rosalía, sus compañeras del quinto año del Colegio Fe y Alegría N.° 62, de la comunidad Wachapea del distrito Imaza-Chiriaco, en Bagua, decidieron hacer frente a esta situación. Crearon un proyecto llamado Cuidemos la Casa Común y lo promovieron a través de internet y las redes sociales. Acaban de subir un video a YouTube, en el que informan de la situación crítica en Wachapea debido a la contaminación del aire, el agua y el suelo, ocasionada por la tala indiscriminada y la actividad minera.
“Podemos hacer ver a los demás que estamos preocupadas por lo que sucede aquí. Vemos que el calentamiento global avanza y nuestra tierra se va calentando”, comenta. Pero la apuesta no es solo virtual. Buscan información para compartirla de salón en salón y con la población. Preparan obras teatrales, juegos didácticos y canciones que enseñan del cuidado del ambiente y los peligros de la explotación de sus recursos.
Comentan que les indigna la tala indiscriminada y perciben que las enfermedades han aumentado. Antes podían bañarse en los ríos con tranquilidad; ahora les salen ronchas y les pica el cuerpo. Pero la realidad no las amilana: ellas desean volver a ver sus bosques robustos y ríos limpios como cuando eran niñas.
—Cerrando brechas—
La comunidad Wachapea se encuentra a tres horas en auto desde el aeropuerto de Jaén. Para llegar al colegio se debe cruzar el río en peque peque. El tiempo es impredecible, pero ni la lluvia ni las distancias impiden a la comunidad involucrarse con las nuevas tecnologías. El caso de Aidee no es aislado; entre los niños y jóvenes awajún se ha extendido el uso del celular y muchos acceden a internet en las cabinas ubicadas a l otro lado del río, en el pueblo Imaza-Chiriaco.
En mayo pasado, la Fundación Telefónica se contactó con las madres de la congregación Siervas de San José que dirige el Colegio Fe y Alegría N.° 62. El centro educativo celebraba 51 años de fundación y el regalo no pudo ser mejor: iban a ser parte del programa Aula Digital, que busca reducir la brecha educativa entre las zonas rurales y urbanas del país.
Esta semana el colegio recibió dos maletas con 60 tablets para el uso de los estudiantes. Antes, los profesores ya habían sido capacitados para la enseñanza a través de las aplicaciones educativas instaladas en los dispositivos. Se espera que ellos adapten estos programas a la lengua awajún y al contexto de la comunidad.
“Como profesora me siento contenta porque, desde mi experiencia, es importante que los niños y niñas, desde pequeños, sepan dar el uso adecuado a los dispositivos”, dice Elda Cungumas Kujancham, maestra de primaria. Del mismo modo, la directora del colegio, María Jesús Laorden, coincide en que es valioso acercar a los estudiantes a las plataformas digitales, pues dice que los empodera y ayuda a dominar el castellano. Para José Carlos Vásquez de la Fundación Telefónica, el objetivo es mejorar la educación utilizando la tecnología, y afirma que la matrícula en los colegios donde ha llegado el programa se ha incrementado. Con esta entrega, Amazonas se convierte en la región 21 del país en ser parte del programa Aula Digital.
—Solo para valientes—
En el Colegio Fe y Alegría N.° 62, no hay tiempo para perder. Los cerca de 550 alumnos, entre hombres y mujeres de inicial, primaria y secundaria ––muchos son parte del internado––, tienen una fuerte rutina que combina una buena alimentación, clases intensas y deportes.
Con el canto de los gallos, su día empieza a las 5 de la mañana. Alumnos y alumnas se despiertan y limpian sus cuartos, se bañan y asisten a sus clases a las 8 en punto. Almuerzan frente al río Chiriaco al mediodía. Lavan su ropa y realizan otros quehaceres hasta que regresan a la clase de las tres. También rezan y cantan. El awajún se oye en cada salón. La lluvia va y viene durante el día sin molestar y los acompaña hasta la noche que se van a dormir.
María Tania Atamain, cocinera del colegio, es parte de esta rutina. “La primera promoción fue de ocho mujeres y todas son profesionales”, nos cuenta orgullosa. Su hermana fue una de ellas; actualmente estudia una especialización a distancia. Con la meta puesta en estudiar una carrera profesional después de terminar el colegio, encontramos a Rosa Serecam Tsajuput y Fabiola Shimpukat Yampiag de diez años. Ellas asisten al quinto grado de primaria. Viven con sus padres en la comunidad Wachapea cerca del colegio, a veces se cruzan en el camino y llegan juntas a pie.
¿Cómo incidirá el uso de la tecnología en la rutina y en la educación de los niños awajún? Si bien el aporte del sector privado es importante y loable, hace falta que el Estado invierta más en estas comunidades, donde la tasa de comprensión lectora es seis veces inferior al promedio nacional.