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Sobre Jauría, de Patricia del Río: confiar solo en los ladridos
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Hay libros que uno no lee con los ojos, sino con el alma herida. Jauría, de Patricia del Río, es uno de esos libros. Durante la lectura no pude evitar recordar a mi tía Carmela, que hablaba con sus gatos como si fueran ministros de Estado. Entonces pensé: la protagonista de esta historia podría haber sido una Carmela andina, aunque mucho más sola, mucho más golpeada, y rodeada no de gatos, sino de perros.
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El Perú que nos muestra Patricia no es ese Perú de postal, sino el otro, el invisible, el que se desangró entre los años ochenta y noventa en pueblos sin nombre, donde la historia se escribió con sangre, y el olvido pretende borrar como esa bruma limeña que todo lo ablanda y banaliza. Ella elige una voz inusitada para contarlo: la de una mujer vieja, sobreviviente, que ya no confía en la justicia ni en la historia oficial, sino en sus perros. Una mujer que ha decidido vivir como en un cuento de hadas descompuesto, porque la realidad fue más cruel que cualquier ficción.
Lo fascinante —y terrible— es que esta ficción está tejida con documentos reales: recortes, leyes, informes. Porque sí, esta es una ficción que se disfraza de testimonio, o un testimonio que se disfraza de ficción, y eso la hace más devastadora. Pero también hay ternura. No ternura barata sino una ternura herida, que sobrevive como pueden los perros en un mundo que se ha olvidado de ellos.
Leer Jauría es como escuchar una confesión en la penumbra. Una voz rota que aún quiere creer en algo, aunque sea en los ladridos. Patricia del Río ha hecho algo que pocos logran: ha contado lo indecible sin perder la poesía. Y uno termina el libro con un nudo en la garganta, y con la certeza —amarga, sí, pero necesaria— de que hay verdades que no deben olvidarse, aunque duelan. Aunque ladren.
• 26 de julio, 7 pm.
• Auditorio: Clorinda Matto de Turner.
• Participan: Karina Pacheco, Jose Carlos Aguero y Patricia del Río.
• Organiza: Editorial Planeta.







