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“Hombre con H” y Ney Matogrosso: la rosa marchita de Hiroshima
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El género del ‘biopic’ musical no es nuevo, pero sí parece haberse expandido en años recientes. Basta con hacer un repaso de la última década: “Bohemian Rhapsody” sobre Freddie Mercury, “Elvis” sobre el Rey del Rock, “Rocketman” sobre Elton John, o “Un completo desconocido” sobre el joven Bob Dylan. Con esa tendencia marcadamente anglo, es a priori saludable el estreno de “Hombre con H”, sobre una figura clave de Latinoamérica como el brasileño Ney Matogrosso, vocalista de Secos & Molhados, intérprete de temas emblemáticos como “Sangue Latino”, “Rosa de Hiroshima”, “O Vira” y “Bandido Corazon”.
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Desafortunadamente, las buenas nuevas acaban allí. Porque la cinta dirigida por Esmir Filho es bastante decepcionante en relación al entusiasmo que ha generado entre el público en sus primeras semanas en el streaming, y queda corta en su intento de retratar la vida de un personaje fascinante, iconoclasta y adelantado a su tiempo como fue Matogrosso. Construida como un retrato cronológico de ascenso a la fama, y de esforzada superación de adversidades en el interín, “Hombre con H” nunca intenta quebrar los lugares comunes de las cintas de su tipo, sino que más bien las confirma.
Los pasajes de la infancia y juventud del protagonista (interpretado por un correcto Jesuíta Barbosa) son de un esquematismo agotador. La figura de la madre con sensibilidad artística y la del severo padre militar se bosquejan con un torpe contraste: dicotomía de gestos maniqueos, pobres diálogos melodramáticos, y actitudes en conflicto que –sabemos desde el arranque– eventualmente alcanzarán un punto de ingenua conciliación.
"Con la cada vez más predecible estética Netflix, el resultado de esta película no puede distar más de la osadía salvaje de Matogrosso".
Conforme la cinta avanza en paralelo a la vida de Ney, el director trata de estar a la altura del desparpajo, la provocación y la libertad sexual que Matogrosso tan bien encarnó. Pero su manera de hacerlo está demasiado anclada en el efectismo superficial de la promiscuidad, que se traduce en escenas de un erotismo plano, ni sugerente ni insolente, indeciso en su tono y su aproximación. Otros aspectos que podrían resultar más aprovechables –la androginia que partía desde su inimitable voz de contratenor, o la angustia íntima y social por el VIH– quedan relegados por la fallida exuberancia de los cuerpos frente a la cámara.
El concierto de desatinos se corona con la cada vez más predecible estética Netflix: un cúmulo de decorados televisivos y vestuarios de catálogo que parecen mandados a hacer por un manual de uso de la mencionada plataforma. Como si sus directores de arte trataran de emular la paleta de colores de un Almodóvar en automático, pero quedándose a medio camino entre la telenovela de bajo presupuesto y el cortometraje universitario. Especialmente en una película como esta, el resultado no puede distar más de la osadía salvaje y poco complaciente de Matogrosso. Más vale cerrar los ojos y seguir escuchándolo.
Calificación: 2/5







