Thalía Cadenas

No combate al con medicamentos, ni mascarillas, sino con pintura sobre las paredes de su barrio en el corazón de . La pandemia acabó con la vida de sus vecinos, pero Daniel Manrique, un muralista de 35 años, se encargó de inmortalizar sus rostros en las calles del asentamiento humano Leticia, en las laderas del .

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Hace algunos meses lo invitaron a ser parte de la dirigencia de este asentamiento humano, en el que viven 10 mil personas. En su barrio, está a cargo de velar por el arte y la cultura.

Desde que inició la pandemia varios vecinos queridos perdieron la vida; sin embargo, muchos continuaban sin cuidarse, continuaban saliendo, continuaban jugando fulbito en las losas deportivas. Retratar a los fallecidos fue a una protesta ante estas actitudes y una manera de visibilizar a las víctimas de la pandemia”, cuenta a Manrique a El Comercio.

Uno de los primeros retratos fue de mi vecina Eustacia Julca. Ella tenía 72 años y era una señora muy especial, vendía dulces. Siempre la veías en el mismo lugar y a la misma hora. Parecía que sería eterna, que no envejecería nunca. Sin embargo, el virus se la llevó. Toda la comunidad lloró su partida”, lamenta Daniel.

Los vecinos de Leticia recuerdan con cariño a Eustacia Julca, una dulce ancina de 72 años, que también falleció debido el coronavirus. (Foto: Carla Magán/ archivo personal)
Los vecinos de Leticia recuerdan con cariño a Eustacia Julca, una dulce ancina de 72 años, que también falleció debido el coronavirus. (Foto: Carla Magán/ archivo personal)

En otro de los murales que pintó el artista, aparece Lizardo Jiménez, un dirigente vecinal de 83 años, que atendió a varios vecinos contagiados de COVID-19, incluyendo a su vecina Eustacia y su sobrina Berena. “Lizardo siempre nos alentó a continuar con la labor de Color Energía y nos respaldaba frente a los demás vecinos. Se fue en una semana”, agrega.

Daniel señala que al inicio algunas familias se molestaron con él. No querían que se sepa que sus seres queridos habían fallecido a causa de virus. “Luego se dieron cuenta de la importancia de mi labor. Ahora varias familias me llaman para que represente a sus seres amados en las calles de Leticia”, explica.

El asentamiento humano tiene doce sectores y los murales están distribuidos en los pequeños pasajes de los sectores cinco, siete y doce.

Las familias que viven en Leticia contactan al artista por las y él no les cobra ni un sol. “Son mis vecinos. Aunque ellos sean desconocidos para la sociedad, con mi arte logro que sean visibles. Hasta el momento he pintado a 10 vecinos, pero mi objetivo es llegar a 80. Este proyecto se llama ‘El cerro de la memoria rumbo al bicentenario’”.

Lutz Sherlock, un joven con habilidades especiales, fue la primera víctima del covid-19 que inmortalizó Daniel en las paredes de su barrio. El joven de 20 años se ganaba la vida recogiendo desmontes de las calles de Leticia. (Foto: Carla Magán/ archivo personal)
Lutz Sherlock, un joven con habilidades especiales, fue la primera víctima del covid-19 que inmortalizó Daniel en las paredes de su barrio. El joven de 20 años se ganaba la vida recogiendo desmontes de las calles de Leticia. (Foto: Carla Magán/ archivo personal)

De la parroquia a las calles

Daniel nunca imaginó que esos talleres de arte en la iglesia Don Bosco a los que asistía con entusiasmo marcarían su destino.

El hoy artista llegó con 6 años y de la mano de sus padres a la emblemática parroquia del Rímac, ubicada en el jirón Madera, una de las zonas más picantes del distrito. Allí se congregó hasta que cumplió la mayoría de edad.

El sacerdote español Cosme Robredo vio mi capacidad y la de otros jóvenes y nos puso como profesor al artista Franco Ochoa, quien nos enseñó dibujo y pintura durante un año. Empezamos ocho, luego fuimos cuatro y terminé yo solo. Esa experiencia me marcó”, narra.

Daniel Manrique, un muralista de 35 años, se ha encargado de inmortalizar los rostros de sus vecinos víctimas del Covid-19 en las calles del asentamiento humano Leticia, en las laderas del cerro San Cristóbal. (Foto: Carla Magán/ archivo personal)
Daniel Manrique, un muralista de 35 años, se ha encargado de inmortalizar los rostros de sus vecinos víctimas del Covid-19 en las calles del asentamiento humano Leticia, en las laderas del cerro San Cristóbal. (Foto: Carla Magán/ archivo personal)

Arte en el corazón

Desde hace 8 años, Daniel, quien se define como un muralista autodidacta, se viene sumergiendo en el arte urbano, al que se introdujo de casualidad.

Lo que busco es unirme a las comunidades para lograr un desarrollo sostenible, es decir, que los pobladores participen del pintado de los murales, que aprendan de manera gratuita”, señala.

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Hizo voluntariado con su esposa en el ; la experiencia que más lo marcó, según cuenta, fue en el distrito de Yanatile, donde pintó murales sobre la actividad agrícola que allí se realiza.

En sus viajes observó a niños que no vivían con sus padres porque sus escuelas quedaban en sitios muy lejanos. “El arte no llega a estos lugares, por ejemplo”.

Todas estas experiencias las trasladó a su barrio de Leticia. “Mi distrito no recibe turistas porque es considerado zona roja”.

El asentamiento humano tiene doce sectores y los murales están distribuidos en los pequeños pasajes de los sectores cinco, siete y doce. (Foto: Carla Magán/ archivo personal)
El asentamiento humano tiene doce sectores y los murales están distribuidos en los pequeños pasajes de los sectores cinco, siete y doce. (Foto: Carla Magán/ archivo personal)

En el año 2013 comencé a trabajar en mi barrio brindado talleres de arte a los niños y adolescentes. La idea de este proyecto era pintar al menos 500 murales, por el momento solo hemos llegado a 20”, explica.

Mi colectivo es un proyecto autogestionado, es decir, no tenemos financiamiento. Sin embargo, hemos conseguido que las comunidades se interesen, sensibilizarlos sobre la importancia del arte. El muralismo es un trabajo duro, fuerte, y al que debes dedicarte al cien por ciento. Para que el arte llegue al corazón de los niños se tiene que comenzar desde casa”, finaliza.

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