Con tantos problemas que ocurren a diario en el país, es difícil pensar que la situación puede empeorar. A nadie le gusta plantearse escenarios catastróficos cuando tenemos noticias de delincuencia, inestabilidad política y hasta desastres naturales que, aunque previsibles como la temporada de lluvias o el fenómeno de El Niño, siguen causando daños. ¿Cómo sumarle a esa carga la posibilidad de un terremoto?
Lo cierto es que hay instituciones científicas que sí analizan todos los riesgos posibles. Somos un país sísmico, un eslabón del Círculo de Fuego del Pacífico que reúne casi el 90% de actividad sísmica del planeta, y el Instituto Geofísico del Perú (IGP) ha logrado identificar la zona de mayor acumulación de energía, Cenepred ha contado las casas y los distritos que resultarían más afectados, la Dirección Nacional de Hidrografía, el alcance de las olas de eventual tsunami; el Cismid, los suelos menos seguros. Toda esta información existe y se sustenta en años de investigaciones. Existe, pero no se toma en cuenta.
Puede resultar desolador pensar en un eventual terremoto, pero solo la preparación puede evitar que las proyecciones de víctimas se cumplan.
El escenario es este: frente a la costa central del país hay una zona de acoplamiento sísmico formado de la fricción de las placas tectónicas Nazca y Continental que lleva 277 años sin un terremoto de gran magnitud.
Según explica el estudio Análisis y evaluación de los patrones de sismicidad y escenarios sísmicos en el borde occidental del Perú(Tavera, 2020), esta conclusión ha sido posible debido al desarrollo de la instrumentación geofísica y los nuevos equipos GPS (Global Positioning System) que “son capaces de monitorear y registrar con precisión los desplazamientos mínimos de la corteza terrestre tomando como referencia un punto estático”. De esta forma se ha identificado las asperezas [zonas de mayor acumulación de deformación por el proceso de subducción de placas] que existen en la costa peruana. El tamaño de la aspereza o asperezas definen la magnitud del sismo y las dimensiones del área total de la ruptura. La de mayor tamaño y más preocupante es la que se encuentra en la costa central: abarca una longitud de aproximadamente 450 km.
Los sismos son cíclicos, dice Hernando Tavera, presidente Ejecutivo del IGP, y el más potente del que se tiene registro en Lima y Callao ocurrió en 1746. Su magnitud fue de 8,8 y aunque desde entonces siguieron otros movimientos potentes en años como 1966 y 1974, ninguno habría liberado la energía acumulada (fueron sismos iguales o menores a M8,0).
Para tener una idea de la potencia de un evento de esta naturaleza, Tavera explica que cada grado en la escala de magnitud es 30 veces más energía que la anterior. Un sismo de magnitud 5 libera la energía equivalente a una bomba atómica como Hiroshima; uno de magnitud 6 la energía de 30 bombas, uno de magnitud 7 la de 900 bombas, uno de magnitud 8 de 27.000 bombas y uno de magnitud 9, 810.000 bombas atómicas.
De ocurrir un terremoto no llegaría solo. El pronóstico del IGP es que un sismo de esta naturaleza provocaría en un lapso de 10 horas por lo menos 200 réplicas - una cada tres minutos -, dos de ellas con magnitudes de M7,5 y M8,0, licuación de suelos en distritos como Ventanilla, Callao, Chorrillos, en las vías Panamericana Norte y Sur, deslizamientos en Ancón, Ventanilla, Costa Verde, Villa el Salvador, en laderas de los cerros y a lo largo de la carretera Central, caída de piedras. Por su ubicación, también están en riesgo las regiones de Áncash, Ica, Arequipa, Moquegua y Tacna. Sin contar con el tsunami que seguiría al terremoto.
El suelo es la clave
Para tener una idea de lo potente que puede ser un terremoto de esta magnitud, el indicador clave es el nivel de sacudimiento del suelo. Este concepto, relacionado con el tipo de suelo, considera que en una misma ciudad las ondas sísmicas pueden amplificarse en unos sectores. Suelos de arena, arcilla o relleno son los que más daño pueden presentar.
La estimación de Tavera es que un sismo de magnitud 8,8 puede generar valores de sacudimiento por encima de los 500 cm/s2 en Lima y entre 700 a 900 cm/s2 en el Callao (con Ventanilla incluso a 1.100 cm/s2).
Para comprender cuán potente significa esto, durante el terremoto de Pisco del 2007, Lima se sacudió a 80 cm/s2 y en el reciente de Mala, el sacudimiento en la capital fue solo de 35 cm/s2. En Ica, el terremoto del 2007 causó 400cm/s2, la mitad de lo que podría registrarse en la capital. Ante este escenario, en Villa El Salvador, Ventanilla o Chorrillos, cuyos suelos están compuestos por arenas eólicas y rellenos, las ondas sísmicas se amplificarían.
En número de afectados en las proyecciones tampoco son alentadoras. El Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres (Cenepred) elabora un informe anual sobre el riesgo ante sismos. Para evaluar el nivel de peligro analiza los tipos de suelo, la densidad poblacional y los niveles económicos de cada distrito. El último informe, de diciembre de 2020, señalaba que solo en Lima y Callao el 76% de la población está en nivel de riesgo muy alto, unas 7 millones de personas. Si solo se consideran viviendas son 226.894 con riesgo muy alto en el Callao y 1′752.970 en Lima, principalmente en San Juan de Lurigancho, San Martín de Porres, Comas, Ate y el Callao.
¿Hay algo que se pueda hacer? Evitar el sismo no, pero sí que una casa esté mal construida y colapse sobre alguien, que un acantilado se desmorone por no haber sido protegido de forma integral o que nadie fiscalice que viviendas sigan levantándose en suelos de relleno. En las siguientes semanas, la campaña #EstemosListos de El Comercio presentará informes para conocer más a detalle qué se puede para reducir riesgos, desde acciones individuales a políticas públicas.