Juan Carlos Cruz tenía 15 años cuando conoció a Fernando Karadima. A los 46 recién pudo contar públicamente el horror que vivió con el sacerdote más prestigioso de Chile, futuro santo y el mayor depredador sexual de la Iglesia Católica de ese país.
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Su voz y la de otros dos sobrevivientes permitieron que la Santa Sede reconociera los abusos y emitiera una condena – a “una vida de oración y penitencia” – y su futura expulsión del sacerdocio. Pese a todo, Karadima nunca fue a prisión.
Hoy, Cruz integra la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores para tratar de remediar la impunidad y sobre todo para que nadie tenga que esperar tres décadas para empezar a sanar, o al menos intentar, las dolorosas marcas del daño.
El último viernes llegó a Lima el último viernes para participar en un conversatorio sobre abusos en organizaciones religiosas a propósito de la obra teatral San Bartolo en Teatro La Plaza, basada en el caso Sodalicio.
—¿Por qué ha sido tan fácil que se cometan abusos sin que pase nada?
Organizaciones como el Sodalicio actúan como organizaciones criminales que se refugian en la buena voluntad del gobierno en proteger instituciones religiosas o de caridad y en su propia ley canónica. Son impermeables, nada sale, hay mucho encubrimiento. Por años han vivido en impunidad hasta que víctimas de todo el mundo han empezado a hablar. Cuando yo empecé a hablar, hace como 10 años, era muy difícil, ahora hay una mayor sensibilización en el mundo con un papa Francisco que está haciendo cosas. Por eso las organizaciones están aterradas, se les rompe el muro de Berlín que tenían alrededor de ellas.
—¿Qué coincidencias encuentras en los casos Sodalicio y Karadima?
Es un patrón: corrupción, dinero y sexo. También persecución al que denuncia. Paola Ugaz y Pedro Salinas, [autores de “Mitad monjes, mitad soldados”] o Martín López de Romaña, que cuenta su testimonio en su libro “La jaula invisible”, han sufrido horrores porque nadie les ha creído o porque el Sodalicio se ha encargado de destrozarles la vida. Es lo mismo que pasó con nosotros. La descalificación para que nadie les crea.
—Para muchos ha sido difícil creer que personas “buenas” cometan abusos…
Karadima era considerado el futuro santo de Chile, nadie creía el lado B, a German Doig [número dos del Sodalicio] lo querían beatificar. Figari está en una jaula de oro en Roma. Esto pasa porque hay una organización que se cubre entre ellos.
—¿Cómo se vincula el poder político y económico en estas denuncias?
Hay una cosa que se llama clericalismo que es un verdadero cáncer de la Iglesia y el papa Francisco habla constantemente de eso. Al cura no se toca, al obispo menos, son dueños de la verdad absoluta, es la imagen que quieren dar. También hay mucha corrupción, se van acercando a las clases sociales altas donde hay dinero y tienen en ellos sus defensores.
—Mencionaste que ahora se habla más, pero los casos siguen ocurriendo...
La Iglesia tiene la cultura del abuso y la cultura del encubrimiento. Hemos ido contra la cultura del abuso. Veo al papa Francisco haciendo cosas, tengo la suerte de hablar seguido con él, en Lima tienen al Arzobispo Carlos Castillo que es un hombre fantástico. Hay brotes de mucha esperanza, pero las cosas siguen pasando o se siguen escondiendo. Agradezco a los medios de comunicación que han dado tribuna a las víctimas para que puedan contar sus verdades y puedan sacar las historias de horror a la luz.
—¿Qué busca la comisión que integras?
Es un momento de cambio radical. No sacamos nada con empezar a hablar de la iglesia del futuro si no remediamos los problemas de justicia. Nuestra comisión tiene que ser como un faro de luz para las víctimas y para mucha gente en la misma Iglesia, obispos, curas, que quieren hacer lo correcto. Desgraciadamente, a pesar de todas las buenas intenciones y lo que está haciendo el papa Francisco, de lo que doy fe, el problema es que él no puede hacerlo todo si los que lo rodean no lo acompañan.
—Que no dependa de una sola persona
Carlos Castillo está haciendo cosas buenísimas, pero no puede cambiar todo de un día para otro si no tiene a otros cambiando juntos. Por eso hay que ser muy directos cuando obispos, curas o congregaciones no lo están haciendo bien. Sí creo que se hace mucho, pero aún falta. Hay muchísimas víctimas de la Iglesia que no tienen justicia, ni reparación mientras que el abuso sexual y de conciencia les destruye la vida.
—¿Crees que realmente se pueda reparar a una víctima?
He sido abusado y siento que he podido ir reparando mi vida, pero nadie que ha sido abusado es igual. Hay gente que no puede sanarse porque su vida quedó destrozada, otros que se suicidaron. Lo que sí está claro es que el abuso destruye y que los que lo cometen deben estar en la cárcel, no en un retiro dorado de penitencia y oración.
—¿Qué le dirías a una persona que está en proceso de denunciar y que está preguntándose si vale la pena soportar lo que vendrá?
Tiene que haber una dosis de valentía. Me saco el sombrero por Pedro, Paola y todos los que denuncian, me emociona de corazón cómo lo toman en serio pese a las barbaridades que están viviendo, la persecución judicial contra ellos. El papa me ha dicho que siempre va a apoyar a Paola y Pedro. Por eso se necesita mucho cuero duro. De otro lado es muy comprensible que haya gente que no se atreva y está en su derecho. Monstruos como los que hay en el Sodalicio no permiten que gente que ha sufrido lo indecible salga a hablar, monstruos con sus tácticas mafiosas de intimidación impiden que periodistas citen la verdad.
—¿Qué te pareció la obra?
Es una joya y están saltando vidas. Contando esta situación gente que ve se atreve a hablar y salir adelante. Eso es salvar vidas.
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