Sí, el cuerpo habla. Específicamente, su interior. Es como un gran disco duro imposible de formatear, donde todo se almacena, donde todo se guarda en carpetas, unas más ocultas que otras. Somos, en buena cuenta, un gran aparato que registra calambres emocionales. Allí, dentro de nosotros, están nuestras heridas, algunas cerradas, otras abiertas. Allí están los moretones, los pellizcos, las quemaduras. Están también las cicatrices, las espinillas, las espaldas rotas, las fracturas y, por supuesto, los esguinces del alma que nunca sanan por completo. Si el hombre es la medida de todas las cosas, su propia vida, sus recuerdos y su testimonio pueden resultar las medidas de las historias que nunca nos cansaremos de escuchar.
Lejos de las bondades y la espectacularidad que puede ofrecer la ficción, el testimonio personal es la materia prima de una creación más traslúcida, cercana y honesta. El teatro, el cine, la literatura, incluso la televisión, han reconocido el valor de las historias inspiradas -basadas, influenciadas- por experiencias personales.
La directora de teatro y dramaturga Mariana de Althaus, quien ha dirigido obras y talleres testimoniales, está segura de que hoy, más que nunca, el público está dispuesto a ver, leer y escuchar las historias de otras personas por encima del artificio de la ficción. “Hay una desconfianza ante la mentira que propone la ficción. Hay una necesidad de mirar dentro de nosotros sin intervención de lo ficticio. Estamos cada vez más acostumbrados a lidiar todos los días con la vida privada de otras personas que se exponen y muestran a través de las redes sociales. Estamos habituándonos cada vez más a mirar el interior de las vidas ajenas”, comenta.
“En la situación en la que estamos, conectar con el testimonio de otros que están en situaciones similares a nosotros es equivalente a recibir un abrazo o llorar con alguien que nos comprende. Necesitamos contar lo que nos pasa, detenernos a mirarnos y darle sentido a nuestro sufrimiento;, necesitamos más que nunca vernos reflejados en los otros a través de experiencias artísticas para aliviar nuestra angustia o nuestra pena”, agrega.
Teatro testimonial
Vivi Tellas es una dramaturga argentina que secuestra la realidad, la toma y la lleva al escenario. Ha creado muchas obras testimoniales, algunas de ellas que han estado más de un año en temporada. Para ella hay una frontera que no se debe cruzar al momento de trabajar con testimonios de personas. “El límite es que el otro tiene que estar de acuerdo: por ende hay un pacto, un compromiso. Pero, ante todo, siempre quiero evitar que quede algo que esté controlando al espectador. Porque me gusta mucho lograr que el espectador se ría y llore al mismo tiempo”, aseguró el año pasado durante una entrevista.
Asimismo, reconoció que comenzar, desde cero, con una propuesta diferente, alejada de la ficción, le valió más de una crítica en sus inicios, aunque hoy muchos hayan seguido sus pasos. “Es algo que ocurre todo el tiempo. Cuando creas algo nuevo, son tus propios colegas quienes quieren lincharte. Es curioso, porque uno justamente está haciendo eso todo el tiempo: experimentando”.
Para Mariana de Althaus, el valor del teatro testimonial está en la conexión que tiene con el público, mucho más cercana de lo que sucede con una obra inventada. “El teatro testimonial, al presentarse sin maquillaje, de alguna manera impide al público eludir lo que está viendo y escuchando. Lo confronta mucho más. El teatro testimonial que a mí me interesa es el teatro en el que no hay representación. La persona que está en el escenario, de verdad está contando lo que le ocurrió. No está actuando de alguien”.
Para ella, esta exposición ante lo verdadero genera agradecimiento en el público. “Nuestra disposición como espectadores es mucho más grande que la de una obra de teatro de ficción, donde uno puede ir con desconfianza a juzgar. Es claro que el testimonio te va capturar y te va a obligar a mirarte adentro y hacerte las preguntas que se están haciendo los actores de manera muy genuina y valiente”, sostiene.
Puntos de partida
La verdad puede ser un ingrediente solamente. Pero el macerado, la cocción, la presentación son temas aparte. La literatura puede recostarse sobre la realidad y partir de ella; pero luego, el camino, el viaje transitado es harina de otro costal, o de otro mercado, incluso. Por eso, los escritores peruanos que se han adherido al ‘streeptease’ literario, a la confesión editorial, al revelado íntimo, son varios.
Aunque algunos nombres de personajes cambian sutil o drásticamente, la materia prima de la historia personal es evidente y muchas veces reconocida por los propios autores. Renato Cisneros y el relato sobre su padre en “La distancia que nos separa” y la historia de origen familiar en “Dejarás la tierra”. Jeremías Gamboa, quien pareciera partir de experiencias propias cuando escribió “Contarlo todo”. Jaime Bayly, quien también se amparó en algunos recuerdos -para luego torcerlos, cambiarlos y maquillarlos- para escribir, por ejemplo, “Los últimos días de La Prensa”. Coincidentemente, los tres forjados en el fuego de las redacciones periodísticas, cercanos al oficio de la búsqueda de la verdad.
Otro periodista y escritor que ha publicado mucho usando su vida como combustible literario ha sido Ortiz. Desde 2004, con “Maldita ternura”, dejó claro que la escritura era un tema personal, donde el testimonio era el ají de su ceviche, el maíz morado de su chicha, la papa de su causa rellena. “Soy periodista no solo cuando escribo, sino a tiempo completo. Entonces eso me impide la ficción pura. Si me pides que escriba en tercera persona una historia absolutamente imaginaria, que no tiene nada que ver con lo que yo he vivido, que no se sitúa en los lugares que yo conozco, creo que me costaría muchísimo trabajo y seguramente fracasaría, porque estoy acostumbrado a escribir y buscar mis materiales en mi interior”, explica.
Mario Vargas Llosa, el Nobel peruano, parte de una premisa de su biografía para que luego la realidad y la ficción se confundan, pero el puntapié inicial de “La tía Julia y el escribidor” está marcado por su matrimonio con Julia Urquidi. Claro, modificó las edades de la pareja y muchas cosas más, pero el origen está allí en la biografía del escritor. Lo mismo sucede con “La ciudad y los perros”, donde la memoria de Vargas Llosa cimenta la novela ambientada en una escuela militar, parecida, cercana, similar, inspirada, en la que él mismo estudió.
La cronista Gabriela Wiener, acostumbrada a ser la protagonista de sus propias crónicas, también forma parte del club, pero ella sí marca algunas distancias con la ficción. “Escribo sobre la gente que tengo cerca, a la que quiero más. A veces puede ser un poco cruel escribir sobre una persona desde tu subjetividad, por eso los literatos cambian los nombres de sus personajes y lo llaman ficción. Yo escribo así porque nunca me han gustado las cosas artificiosas. Prefiero la verdad, porque en cada historia siempre hay una búsqueda. Una revelación”, ha llegado a decir en medios cuando se le ha consultado la naturaleza de su trabajo como cronista.
Casos en la pantalla
Pedro Almodóvar, el cineasta español que pareciera dirigir sus películas con una mano mientras con la otra apretuja su propio corazón, es un excelente caso de cómo el séptimo arte recibe y potencia las historias personales. De hecho, su última película “Dolor y gloria” fue calificada por Antonio Banderas, su protagonista, como “un testimonio vital de Almodóvar”. Pero, tal vez, lo más interesante surge cuando lo ficticio puede llegar a ser más real que lo que en verdad sucedió. Específicamente, se trata de una escena en la que el protagonista le dice a su madre lo mucho que le dolió, cuando niño, que no lo aceptaran tal y como era, aludiendo a su homosexualidad.
En palabras del propio Almodóvar: “la historia tiene algo de confesión y repaso reflexivo, pero no es un ajuste de cuentas conmigo mismo”.
Cameron Crowe escribió “Almost Famous”, una película basada en sus años de juventud cuando era un novato escritor de reseñas musicales. La cinta, ganadora del Oscar a Mejor Guión, cuenta la historia de un muchacho de secundaria que debe recorrer varias ciudades de Estados Unidos siguiendo a una banda de rock.
Los temas universales
¿Por qué le interesa al público conocer los problemas de infancia de un extraño? ¿Por qué puede importarle el corazón roto de un desconocido? La respuesta está en la universalidad de los temas: el amor, el desamor, la familia, la relación con el padre o la madre, la traición, los celos, los engaños. Son lugares comunes donde el público puede llegar e identificarse.
“Debes tener la sospecha de que eso que encuentras en ti puede tener cierta universalidad. Que lo que tú dices tenga alguna identificación que resuene en algún nervio en el otro. De lo contrario serías un loco mirándote el ombligo todo el tiempo. Sería ridículo, sería patético si no tienes algo que decir que conecte con los demás”, explica Ortiz.
El dolor de ser uno mismo
Para Mariana de Althaus, el teatro testimonial debe abordarse con cuidado porque el performer debe alejarse de la emoción, o las consecuencias podrían ser muchas. “Podría pasar que las emociones lo desborden, que incluso algo físico se presente y le impida continuar”, indica. Asimismo, la dramaturga explica que usualmente los directores prefieren trabajar el teatro testimonial con personas que no son actores.
Por su parte, para Beto Ortiz, la narración testimonial bien podría venir con una advertencia similar a las contraindicaciones de los fármacos: puede causar dolores, vergüenzas, pudores, sobresaltos, etc. “Si algo que estás escribiendo no te produce un poco de vergüenza, un poco de dolor, un poco de miedo; si no tienes esa adrenalina de ‘puta madre, cómo voy a decir esto’, entonces lo que vas a decir no tiene suficiente verdad. Y probablemente lo que estés diciendo ya lo hayan dicho 100 personas antes que tú y mucho mejor. Así que tiene que haber un esfuerzo extra para atreverse a contar las partes menos ‘contables’ de su vida, para mostrar lo menos presentable, esas partes de tu vida que te generan duda y de las cuales no puedes estar muy orgulloso, que te dan roche, que preferirías no contar. La honestidad en la escritura es contar todo aquello que te sentirás más cómodo no contando”, señala Ortiz.
El testimonio en la virtualidad
Mariana de Althaus dictará gratuitamente, desde el 7 de agosto, “Teatro Inmune”, un taller-montaje de teatro testimonial virtual. “La idea es darle a los participantes un espacio creativo para que puedan crear formas escénicas virtuales desde casa”. La dramaturga señala que en estos meses de pandemia las diferentes obras virtuales presentadas no han abordado aún el testimonio. “No he visto hasta ahora algo así en la virtualidad, y me parece un súper desafío”.
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