Se parecen, pero no son lo mismo. El de “El pianista” (2002) es un músico atrapado en la Varsovia que la Segunda Guerra Mundial despedazó; el Adrien Brody de “El brutalista” (2024) es un arquitecto húngaro que sobrevive al Holocausto y emigra a Estados Unidos. El primero vive el horror bélico directamente, mientras el otro padece los efectos colaterales que lo alcanzan como ondas expansivas desde el otro lado del Atlántico.

Y, pese a las diferencias, es inevitable comparar a estos personajes que parecen hechos única y exclusivamente para que Brody los interprete. Como si no hubiera otro actor que pudiera prestar sus ojos tristes y su nariz ladeada para insuflar de vida a este par de artistas azotados por la tragedia. Tanto “El pianista” como “El brutalista” son relatos sobre cómo la creatividad y la inspiración todavía pueden hacerse espacio frente a la muerte y la más pura maldad.

Quizá por eso es que Brody, según ha dicho en varias entrevistas recientes, no ha podido volver a ver la película de Polansky que lo catapultó a la fama. La historia del pianista polaco Wladyslaw Szpilman le resulta insoportable por la magnitud de su horror. “Es muy difícil para mí revivir y recorrer de nuevo esa experiencia”, afirma sobre el papel que le permitió ganar su primer y hasta el momento único premio Óscar. Con “El brutalista” podría ganar el segundo. Y lo tendría muy merecido.

SOBREVIVIR AL HOLOCAUSTO

Dirigida por el estadounidense Brady Corbet, “El brutalista” se centra en el arquitecto László Tóth, personaje ficticio pero inspirado en una serie de personajes reales, especialmente el húngaro Marcel Breuer (1902-1981). Tras escapar de la guerra, Tóth llega a Estados Unidos y empieza de a poco una nueva vida, arrancando muy de abajo. En esta nueva etapa, dos personas serán claves: su esposa aún atrapada en Europa, a quien busca traer con él a América (magníficamente interpretada por Felicity Jones), y el empresario estadounidense que le tenderá la mano para ayudarlo, no sin exigirle un alto precio a cambio (que también encarna de forma notable Guy Pearce).

De “El brutalista” se ha señalado particularmente su colosal duración: tres horas y media que vienen incluso con un intermedio, a la vieja usanza. Pero sus atributos hacen que la extensión se vea corta. Es una película de talante épico, de narrativa clásica, pero que sorprende por la forma que tiene Corbet de utilizar la cámara para regalarnos planos impensados. Por un lado, parece no experimentar demasiado; pero bien vista, es una obra de gran audacia.

La música compuesta por Daniel Blumberg es un estupendo aporte a la película, pues se mueve ágilmente entre los vientos, el piano y la percusión, entre el jazz y los sintetizadores. Y el elemento arquitectónico también es, por suerte, utilizado en su justa medida: pese a la temática de la película, el despliegue estético y artístico de las edificaciones nunca se come por completo al relato, evitando así el riesgo de regodearse en sus formas en detrimento del fondo.

Pero por encima de todo está Adrien Brody, por supuesto, quien sostiene todo el armatoste con una interpretación fascinante. Su personaje está lleno de matices, de atributos y defectos, de ambiciones y traumas. El sufrido László Tóth representa con dignidad a las mentes y los corazones de quienes supieron sobreponerse a la adversidad más atroz.