La película comienza con una serie de imágenes caseras en blanco y negro. Son escenas familiares, tomadas de cintas mini-DV. Pero ni la baja calidad del formato ni la mano temblorosa que manipula la cámara mellan la intensidad y el amor con que han sido grabadas. Como en todo registro de su tipo, es la memoria y su inmortalización lo que le confieren su auténtico valor.
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Minutos después la película mantiene su blanco y negro, pero las imágenes se limpian, el registro se hace nítido. Entre las primeras escenas y estas últimas han pasado 20 años, y el salto en la calidad de la grabación digital busca dejarlo en claro, hacer explícito el paso del tiempo.
Por eso “Time” lleva tan bien ese título. El documental dirigido por la cineasta Garrett Bradley (Nueva York, 1986) es, antes que nada, un estudio sobre los estragos del tiempo: estéticamente, a través de los contrastes en los videos; y éticamente –sobre todo éticamente–, mediante la historia de su protagonista, Fox Rich, la mujer que lleva dos décadas luchando para que su esposo, Robert, pueda salir de prisión.
Su experiencia es desgarradora. Comienza a fines de los años 90, cuando Fox y Robert eran una joven pareja afroamericana, recién casada y feliz. Tuvieron hijos, compraron un auto, planificaron el proyecto de una tienda de ropa. Pero nada salió como esperaron y, agobiados por los apuros económicos y la desesperación, eligieron el camino equivocado: el asalto a una agencia bancaria que, lejos de resolver sus problemas, los condujo a prisión.
Fox cumplió una condena de tres años y medio, pero Robert fue sentenciado a 60 años de cárcel. Es así como, desde el primer día en que ella obtuvo su libertad, dio inicio a una batalla titánica por recuperar a su esposo. Con seis hijos a cuesta (los dos últimos, un par de gemelos que nacieron con su padre tras las rejas), Fox Rich se convirtió en una madre trabajadora y una activista contra los abusos penitenciarios.
La lucha de Fox Rich contra ese sistema cruel e inhumano, que se ensaña especialmente contra las poblaciones afroamericanas, tiene magnitudes épicas, que ella misma compara con el proceso de abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Una suerte de mecanismo contemporáneo de sometimiento y dominación, que apela al tiempo y al encierro como sus armas.
Pero es el tiempo la misma herramienta que Fox Rich utiliza para buscar su propia justicia. A la par de esas dos décadas de resistencia, ella siguió grabando videos de su intimidad, como una forma de perennizar las imágenes que algún día su esposo podrá ver. Y son esos videos los que entregó a la directora del documental, para que pudiera alternarlos con el registro actual.
Una superposición de tiempos que Bradley lleva a cabo con maestría y delicadeza. En apenas 81 minutos de metraje, se acumulan lógicos momentos de frustración y otros de alegría; breves conversaciones telefónicas desde la cárcel y recuerdos de la vida en pareja; el crecimiento de los hijos desde la infancia hacia la adultez, y el infierno de la burocracia legal que parece empeñada en destruir a una familia.
Pero es quizá el rostro de la extraordinaria Fox Rich lo mejor de “Time”. Concatenadas las tomas de la persistente protagonista, vemos también el correr inexorable de los años, la aparición de las arrugas, los gestos endurecidos, el cansancio que golpea la piel. Y, pese a todo, la entereza para seguir reclamando por justicia y libertad. Su paciencia indómita. “Mi éxito será la mejor revancha”, repite como un mantra que le contiene las lágrimas.
“Time” es una de las cintas nominadas como mejor documental en los Óscar del próximo 25 de abril. Lástima que sea una categoría usualmente pasada por alto, sobre todo porque la de Bradley es una de las películas más bellas y emocionantes del 2020, bastante superior a la mayoría de ficciones en competencia. Su montaje audaz y experimental, el piano que acompaña sus imágenes (de la etíope de 97 años Tsegué-Maryam Guèbrou, un tardío descubrimiento), y la asombrosa fortaleza de sus personajes redondean una de esas experiencias cinematográficas que trascienden el mero espectáculo audiovisual sin ceder al riesgo de perderse en su discurso.
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