Si te ofrecieran la posibilidad de extender tu vida más allá de lo que tu cuerpo puede, ¿aceptarías? ¿Qué te parecería que esa vida, además, sucediera en una realidad virtual con un contenido que tú eligieras previamente? ¿Te imaginas la posibilidad de que tu mente, tu personalidad, tus gustos y todo aquello que te define como persona sobreviviera de alguna manera, infinitamente? Bueno, pues todo esto sucede en “Sinfín”, la más reciente novela del escritor y periodista argentino Martín Caparrós, publicada poco antes de iniciarse las primeras cuarentenas en América y Europa, y que sirvió como un estremecedor preludio que pareció anticipar ciertos efectos colaterales de la pandemia del coronavirus… y exagerar otros.
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Gobiernos casi desaparecidos después de desesperados enfrentamientos entre sí; nacionalismos cegados por la ambición; poderosos empresarios tramando insospechadas conspiraciones; la muerte como una presencia cotidiana, pero transformada; la iglesia moviendo influencias no muy divinas; la sombra de China detrás de todo; un mundo que parece ser solo los escombros de lo que alguna vez fue. Carne apetitosa para los conspiranoicos de hoy, pero en un libro escrito “ayer”, en los meses previos a que la pandemia cambiara nuestras vidas y las fake news nos invadieran. “Toda la construcción está basada en tendencias existentes, que sí están exacerbadas, porque se supone que el paso del tiempo las va a aumentar. Pero toda esa construcción geopolítica, económica, social, está basada en lo que veo en el mundo actual”, nos dice el autor desde su casa, a 30 kilómetros de Madrid, desde cuya ventana tiene un paisaje de postal navideña –o de película de terror, como él mismo dice–, consecuencia de la intensa nevada vivida hace unos días. Esta es una imagen lejana al tsian que él quisiera para su “postvida”: los tsian –pronunciación del símbolo que puede verse llenar la portada de Sinfín– son una especie de realidades virtuales que se convierten en la nueva “experiencia vital” para quienes eligen dejar sus cuerpos de lado en la historia que es columna vertebral de su novela. Y es que Caparrós no quiere un encierro en pandemia, sino la posibilidad permanente de sorprenderse.
Martín Caparrós es conocido, sobre todo, por tres cosas: la calidad de su pluma, lo portentoso de su bigote y el incansable espíritu viajero que lo ha llevado por décadas a distintos y distantes lugares del mundo, desde dónde ha sabido inventarse la comodidad para escribir crónicas, artículos o libros como “Larga distancia” (1992), “Boquita” (2005), “A quien corresponda” (2008), “Contra el cambio” (2010) o “El hambre” (2014).
No está muy acostumbrado a permanecer en casa y, de hecho, en los primeros días de marzo tuvo que interrumpir los eventos de presentación de “Sinfín” que tenía pensados realizar en Sudamérica y volver en el último avión desde Buenos Aires para iniciar, como casi todo el planeta, el confinamiento obligatorio. A pesar del incordio, la novela parece haber seguido su ruta natural: un libro sobre la vida y la muerte, afectado por la vida y por la muerte. Un virus con origen en China, interrumpiendo el camino de un libro en el que China es un eje central. La obra de un mortal sobre la inmortalidad. Como se pregunta en algún momento de “Sinfín”: “¿Cuándo fue, digamos, que estar vivo dejó de depender de ese capricho natural que llamamos estar vivo?”.
- Martín, con esto de las cuarentenas obligadas en el mundo, ¿cómo ha hecho para mantenerse encerrado y quieto alguien como tú, que es un trashumante?
Yo lo que digo es que he buscado refugio en la mala literatura, visto que no tenía más remedio que quedarme aquí encerrado. He buscado refugio en la mala literatura, es decir, me puse a escribir como loco (risas). Entonces, estoy produciendo mala literatura sin parar. Llevo en esto como casi un año, desde marzo que estamos encerrados. He podido escribir un poco, he producido cuatro novelas, novelitas, simplemente porque es la forma en que la paso mejor teniendo que estar encerrado. En realidad, cuando en la vida normal estoy aquí en casa, en España, estoy bastante, porque es un lugar apartado donde escribo tranquilo. La gran diferencia es que más de la mitad del tiempo estoy fuera de casa y ahora, obviamente, eso no sucede. Lo extraño, por supuesto y hay momentos en que me da un poco de desesperación, pero me ha dado gusto, por lo menos, poder meterme en estos mundos inventados y estuvo bien. A veces sirve para escaparse de todas las acechanzas, ¿no?
- Claro que sí. ¿Y alguna de estas que llamas “novelitas” tiene serias posibilidades de ser publicada?
Bueno, todas van a ser publicadas. El problema es cuándo, porque normalmente uno publica una novela cada tanto, digamos, eso es lo que el así llamado “mercado editorial” acepta. Así que ahora estamos viendo cómo hacemos para publicarlo. Tengo en este momento 6 libros inéditos que deberían ser publicados en los próximos años, no muchos años, porque tengo ganas de que vayan saliendo, porque voy a seguir escribiendo. Así que tengo que pensar con la gente de Random House cómo hacemos. Tres son novelitas de un personaje que me inventé hace unos años, que es como un buscavidas porteño de los años 30, Rivarola, que quiere ser compositor de tangos, también periodista y se mete en líos. Todo por la patria, la primera de sus novelas, salió hace 2 o 3 años. Y tenía ganas de seguirlo desde antes, así que cuando vi que iba a estar encerrado pensé que era el momento. Ya hice tres y estoy terminando la cuarta. Son novelitas que quizás salgan en edición de bolsillo. No sabemos todavía qué vamos a hacer.
- Además del encierro, ¿qué ha sido lo más difícil para ti en este tiempo?
Mira, yo soy un privilegiado, quiero decir, mis problemas serán de estilo “¡Ay, qué pena que no he podido viajar!” o “No voy a ver a mis amigos”. En ese sentido si soy muy privilegiado, porque pude seguir haciendo mí trabajo en un lugar agradable, sin problemas de dinero. Pero sería injusto que yo me quejara por lo que me pasó en estos meses, habiendo tanta gente para la que supuso una angustia muy seria el cómo iban a ganarse la vida o darle de comer a su familia. O aún, si no es así, pasan situaciones de cierto apretujamiento en que sabes que tienes más chances de contagiarte, que no puedes dejar de hacer ciertas cosas que te ponen en riesgo. Quiero decir que si te tienes que tomar el bus en las mañanas estás jodido y no tienes más remedio que arriesgarte porque hay que trabajar, hay que ganarse la vida. Entonces, hay tanta gente que ha tenido mayores problemas que yo, que sería un poco conchudo que me quejara por lo mío.
- Sí, te entiendo perfectamente. Ese es un tema del que se habla aquí mucho en estos días. Justo pensaba que otro de los problemas, específicamente en nuestro rubro, fue que muchos periodistas se quedaron sin trabajo, sin poderlo evitar, pero tú te quedaste sin una columna, decidiéndolo. Renunciaste de golpe al New York Times. ¿Qué pasó? ¿Cómo se sigue defendiendo la independencia en tiempos como estos, en uno de los medios más poderosos del mundo?
Bueno, estaba harto de que, de vez en cuando, me dijeran qué podía o debía o no escribir. Ya estoy grande, nunca lo soporté y no voy a empezar a soportarlo ahora, por más que el medio que intentaba hacerlo tenga un título con letras góticas y cierto poder en el mundo. Traté de adaptarme durante un tiempo hasta que dije “¡Basta!, no, no hay ninguna razón para hacerlo” y entonces nada, me fui, en un momento particular en el que me dijeron que no debía publicar algo que había escrito y no estaba dispuesto a soportarlo, así que armé un sitio propio que se llama Chachara.org donde publico lo que se me ocurre cuando se me ocurre. Pero claro, esto es un privilegio, porque yo finalmente vivo de otras cosas. Es muy curioso, porque durante muchos años se podía decir que viví del periodismo para poder escribir libros, pero ahora escribo libros para poder hacer periodismo. Vivo de los libros para poder hacer periodismo. Tengo el privilegio de poder armar mi propio sitio y mantenerlo, aunque no pague. No es una solución habitual, aunque hay cada vez más gente que se busca la vida armando espacios porque no tiene ganas de soportar los límites que les ponen los medios tradicionales, que no necesariamente tienen que ver con censura ni con limites políticos, sino, simplemente, con formas de trabajar que se han quedado un poco obsoletas. Ahora es más fácil que nunca armar sus propios sitios y en América Latina hay mucha gente que ya empezó a hacerlo.
- Ahora, parece complicado conservar la ética del periodismo en tiempos de fake news. ¿Cómo informar bien a personas que cada vez más parecieran rechazar o resistirse a los medios tradicionales, porque piensan que siempre mienten?
Yo te digo, Ricardo, que con eso de las fake news estoy muy sorprendido. Estoy sorprendido de que se hable de fake news y su imperio y que se diga tanto que empezaron hace 4 años, en un país que hace 17 años invadió Irak con una noticia mentirosa de que tenían armas de destrucción masiva, cosa que el mismo NYT investigó con todo detalle y era falso. Entonces, que no me cuenten que ahora inventaron las fake news. El mundo se dedica a inventar el agua tibia dos veces por semana y uno de esos grandes inventos es este que ya existía hace tanto, el de las fake news, así que no me cuenten cuentos. No es ahora, es algo que siempre se ha hecho, pero claro, como lo hacía un personaje particularmente repugnante como Trump, los que lo han hecho antes vieron la paja en el ojo ajeno y no la viga en el otro, como lo de las armas de destrucción masiva en Irak que provocaron una guerra.
- Eso me recuerda la película “Wag the Dog”, con De Niro y Dustin Hoffman, en la que organizan todo un show y hasta inventan una guerra para distraer la atención de un probable caso de abuso infantil del presidente de Estados Unidos…
Sí, sí, sí. Estaba muy bien esa película...
- Sí, y es una materialización cinematográfica brillante –y exagerada, claro– de esto que estás diciendo…
Y, claro, sí, porque les creemos cuando ahora vienen a decir que hay tantas fake news. Sí, hay, y antes también. Yo soy de un país donde en 1982 hubo una guerra ridícula contra los ingleses y siempre recordamos cómo la revista que más se vendía en esa época, Gente, el 9 de junio o algo así, publicó una tapa que decía “Seguimos ganando”. Dos, tres días después el ejército argentino se rindió. Que no me digan que lo de las fake news es de hoy. O mira ahora, vivo en un país que, en marzo del 2004 sufrió un grave atentado terrorista en la estación de Atocha y todos los diarios publicaron que había sido ETA, porque el jefe de gobierno (José María Aznar) les había dicho que fue ETA. Al día siguiente tuvieron que rectificar y decir que eran los terroristas islámicos. Entonces, digo, fake news ha habido siempre y muchas infinitamente más brutales que estas, lo cual no quiere decir que está bien, pero sí que tengamos la perspectiva de no creer que el agua tibia se inventa todas las semanas, cuando nos conviene, digamos, pensar que acaba de ser inventada.
- Bueno, hay otros políticos que han querido robar protagonismo a la fuerza en estos meses. Aquí en Perú esperamos que pase lo mejor en las elecciones que vienen en abril, porque esta situación exige que tengamos a los mejores al mando.
Eso no sucede mucho últimamente. No sucede en ningún lado. Es muy impresionante cómo se han degradado –bueno, no sé si alguna vez fueron mucho mejores-, pero uno tiene la imagen de que, en algún momento, los buenos trataban de ser dirigentes de algún modo. Y ahora son los mediocres los que buscan esos lugares y que cuando alguien es un poco inteligente, educado y demás, se dedica a otras cosas, a hacer otras cosas por el país. Porque hay una gran cantidad de brutos entre los que están ahí en la política, pero brutos, realmente. Yo tengo la sensación general de que es gente muy mediocre la que intenta hacer carrera política. Que a los buenos, los más inteligentes, cultos o preparados, no se les ocurre hacer carrera política, porque está todo muy desprestigiado, es un ambiente muy detestado en el que, además, se sabe que las habilidades que se necesitan para hacer una buena carrera política son habilidades de mierda. No sé cómo se dice en Perú, pero son maniobreros, ventajistas y con una cantidad de habilidades que no son las que tiene la gente pensante.
- Sin querer, lo tuyo fue un preludio “interesante”: una novela que se adelanta a los tiempos y que pinta y configura algunas situaciones que se están dando ahora con ciertas variantes. Esto de evitar de algún modo la muerte, reemplazándola con una especie de “postmuerte”, de vida virtual posterior, parece que se hubiera anticipado a muchas cosas que están ocurriendo ¿Cómo lo ves tú?
Sí bueno, convengamos de todas maneras en que esto, el peso de la muerte y el intento de disfraz para ponerle es una de las grandes constantes de la civilización. Quiero decir que hace muchos miles de años nos inventamos unos cuentos de terror llamados “religión” que nos sirven, justamente, para creer que cuando nos morimos no nos morimos. Entonces, el cambio es que ahora como alguna gente, mucha gente, empieza a dejar de creer en esos cuentos llamados religión, busca esa vida después de la muerte en la ciencia o en la técnica y eso es verdad y es un poco la base de Sinfín, y es cierto que algo así pasó durante la pandemia. Yo he escrito por ahí que me impresiona mucho cómo, ante una situación en la cual muy a menudo -o sea, durante buena parte de la historia- los hombres recurrían a los dioses, sea frente a una peste o una guerra, lo que siempre había eran misas, procesiones, rogativas y sacrificios. Esta vez fue al contrario. Esta vez, algo que a mí me parece muy metafórico, fue que el 6 de abril cerraron las iglesias de Roma. O sea, la sede del cristianismo tuvo que ver cómo cerraban todos sus templos por la pandemia en lugar de, como hubiera sido habitual, abrirlos, sacar a los santos a las calles y pedir a Dios y todas esas cosas. Entonces, eso fue para mí una especie de quiebre fuerte. Lo que pasa es que, bueno, como la gente necesita, como todos necesitamos creer en el algo, los que dejan de creer en la religión tratan de creer en la ciencia, lo cual es un problema, porque en la ciencia no se puede creer, porque no está hecha para creer, está hecha para buscar, contradecirse, para trabajarse un mejor método de ensayo y error, entonces no hay forma de creer en ella, no está estructurada como una creencia. Entonces, te digo, Ricardo, esto es un poco la base de Sinfín. Sinfín es ese traspaso de la solución religiosa del miedo a la muerte a la solución técnica o científica, que es el traspaso, es también el que hemos visto durante estos meses. Como ahora, que creemos en la vacuna, más que nada. Y otra cosa: lo que más me impresionó de esta coincidencia de la que hablabas, es que, como sabes, la condición para que funcione el TSIAN, esta vida virtual después de la muerte en Sinfín, es el aislamiento de cada cerebro. Cuando los cerebros se comunican se arruina todo y eso me llamó mucho la atención. Cómo, en cuanto empezó la pandemia, todos los gobiernos dijeron ¡Aíslense!”, porque la condición para sobrevivir es aislarse. Supongo que tiene que ver con cierta tendencia de nuestras sociedades, más separadas, más distanciadas por estas supuestas redes que nos juntan.
- Me parecieron sumamente curiosos muchos detalles alrededor de los nombres, los orígenes diversos de los personajes, tus procesos. ¿Cómo hiciste el trabajo previo de investigación, de desarrollo e ideas antes de “Sinfín”? ¿Cuál fue tu método?
Bueno, lo que sí quise averiguar antes de empezar a escribir era el estado de la cuestión técnica, digamos, porque efectivamente, esto que parece un delirio que es que haya intentos de deshacer la muerte, de solucionar la muerte como un error técnico que podría ser arreglado, es algo que existe. Ya hay una cantidad de gente que está intentándolo. Básicamente, muchos de ellos son estos nuevos magnates de Silicon Valley que han ganado tanto dinero y viven tan bien que no tienen ninguna gana de que se termine. Nadie tiene ganas de que se termine, pero ellos muchos menos que nadie. Ellos, como tienen tanta plata, piensan que pueden invertirla en lo que más les importa, que es su propia vida. Entonces, hay gente de esta que ha puesto fortunas en equipos de investigaciones para ver cómo prolongar la vida. Y esto que en la novela cuento un poco caricaturesco sobre los “cuerpistas” y los otros y qué se yo, es un poco cierto, hay como dos grandes ligas de investigación. Una que intenta alargar todo lo posible la supervivencia del cuerpo, con todo tipo de técnicas de órganos artificiales, de terapias complejísimas, etc, etc, pero estos saben que de todas maneras el cuerpo, en algún momento, se acaba, puede ser que con la ciencia viva 100, 200 años, pero se acaba. Entonces, otros dicen que prefieren buscar por el lado de lo que hacen en Sinfín, que es la transferencia de la identidad de las personas, digamos de las mentes de las personas, a un soporte virtual donde pudieran durar indefinidamente. Esto se está trabajando. Entonces, sobre eso sí estuve leyendo porque me interesaba saber cuál era el estado de esa cuestión. Todo el resto es invento, es ficción.
- En un momento, “Sinfín” me hizo recodar a un dibujo animado antiguo, “Capitán futuro”, donde había un genio, el profesor Simon Wright, del que solo vivía su cerebro. Era un científico que, antes de morir, había logrado conectar su cerebro a una máquina que permitió que su mente siguiera viviendo y su inteligencia fuera aprovechada…
Ah no, no lo he visto, no lo recuerdo. Pero es una idea que está ahí hace tiempo. Es que sabes qué, en realidad, el origen de esta novela, que lo había olvidado y recordé hace relativamente poco, tiene que ver con eso, con esa extrañeza o pena que me produce el hecho de que cada vez que muere alguien se pierdan tantas cosas. En el caso de un genio, bueno, tantas ideas geniales, pero en esta son de todos, de cualquiera, se pierden todas las historias, todos los recuerdos, todas las ideas, todos los saberes que cada uno va coleccionando a lo largo de su vida. Es impresionante la cantidad de cosas que mueren irremisiblemente cada vez que alguien muere. Entonces, frente a esa barbarie, a esa verdadera arma de destrucción masiva, pensé “Bueno, ¿y cómo se podría solucionar esto?” Y desde ahí empecé a pensar en la idea de Sinfín, de Tsian y todas esas cosas.
- Estas ideas sobre todo lo que se pierde con la muerte, la memoria o la presencia incluso de los muertos también lo habías desarrollado en otros libros como “Los Living”. ¿Hay una especie de hermandad tácita entre esos libros?
Sí, sí, lamentablemente he escrito varias veces sobre esto. No me da ningún orgullo (risas), pero sí parece que es un tema que me preocupa más de lo que debería. Y sí, no solo Los living, también en otra novela que se llama La historia, el centro de la cuestión es una sociedad supuestamente arcaica o más o menos arcaica que me inventé donde el centro del relato es una gran revuelta para conseguir la vida, lo que se llama la larga, que es la vida larga después de la muerte, etc. O sea, efectivamente, he retomado el tema en demasiados libros, probablemente.
- ¿Y cómo te da vueltas ahora mismo el tema de la muerte, viéndola tan de cerca, tan masiva con la pandemia en frente nuestro?
Bueno, sí me impresionó que todos, incluso una enorme mayoría que trata de no pensar en la muerte siempre que puede, ahora se vieron obligados a pensar en ella. De hecho, fue el miedo a la muerte el que definió nuestras vidas en el último año, todo lo que hicimos, hicimos cosas muy raras y aceptamos órdenes muy extrañas. Todo fue debido a ese miedo a la muerte. Entonces, este miedo que está siempre muy presente, en el último año tomó un lugar ya estrepitoso.
- Pensé que quizás podías sentir ciertos paralelos entre el miedo a la muerte actual y el que viviste en los 70, cuando tuviste que exiliarte de una Argentina en la que convivía la generación hippie de Sui Generis, los artistas rebeldes del Instituto Di Tella contra los militares, con desaparecidos y todo ese clima denso…
Sí, sí. Lo que pasa es que esto es muy distinto, me parece, porque yo entonces tenía 18 años. Cómo ves e imaginas la muerte a los 18 años es distinto que a los 50 o los 60. Quiero decir, 18 años es casi una aventura, aunque la ves de cerca y ves que gente que conocés está cayendo, de todas maneras es algo como irreal y evitable y hasta de algún modo glorioso. Yo escribí mi primera novela, No velas a tus muertos, que es sobre eso, la militancia juvenil en la Argentina en los años 60 y 70, sobre todo, y tiene un epígrafe que ahora no recuerdo exactamente, pero que decía más o menos: “Qué curiosa esa época en la que a uno le gustaría morirse para ver después de muerto lo que dicen de uno”, que era de Rafael Alberti, me parece. Y es un poco eso. Quiero decir que es una relación mucho más ficcional con la muerte la que uno tiene cuando es joven, ¿No?, como una aventura. Y ahora es otra cosa, es la realidad, la relación que uno empieza a tener con el tiempo se vuelve cada vez más realista a partir del momento en que entiendes que es absolutamente ineludible y pasa a ser algo muy distinto.
- Y en ese sentido, entre la muerte y los tsian, estas realidades virtuales para extender la vida que son parte fundamental de “Sinfín”, ¿has tenido la posibilidad de preguntarte o de pensar cuál sería el Tsian que tú elegirías?
(Lo piensa unos segundos) Sí, sí, de hecho lo he pensado un poco, aunque no lo tengo muy definido, pero sí sé que me gustaría que un elemento de mi tsian fuese uno que aparece en “Sinfín”: que tenga errores, que tenga fracasos. Porque lo que me parece muy insoportable de esta idea de los tsian de vivir en una realidad virtual a medida es que, supuestamente, está garantizado que todo va a ser como quieres y en cambio hay un señor que dice “bueno, yo quiero que haya fracasos, quiero la incertidumbre que me va a permitir pensar que yo estoy consiguiendo lo que tengo. No que ya me viene dado de por sí”. Y entonces le preguntan “bueno, ¿qué porcentaje de fracaso quiere?”. No me acuerdo ahora cómo es. “¿Qué quiere?”, le dicen, “¿15%, como para pensar que, bueno, que lo está consiguiendo? ¿quiere 50%, como para tener más la incógnita de qué pasará? ¿o quiere 75, 80% para que se parezca más a la vida real?”. Y, nada, esa sería un poco la primera condición de mi tsian: tener un buen porcentaje de fracaso para poder valorar los momentos en los que uno consigue lo que quiere. Elegiría también una forma en la que pueda cambiar de lugares, no encerrado como ahora, para poder seguir sorprendiéndome.
- Mientras escribías “Sinfín”, ¿no te daba un poquito de terror de que se hiciera realidad?
(Risas) Bueno, soy prudente, por eso la situé en el año 2070, así que nadie va a poder venir a pedirme cuentas (risas), ni por acertado ni por desacertado. Como dice la hinchada “Ahí está, ahí está, que lo vengan a buscar”. No me van a encontrar en ese momento, así que no va a haber problemas.
- ¿O sea que sí pudo haber ciertos temores propios?
Seguro, seguro, digo, yo tengo la secreta y pequeña esperanza de que algunas cosas que allí cuento se realicen y que entonces, en el año 2078, algún académico aburrido desempolve ese libro y diga “Ah, que curioso, en el año 2020, hace 60 años, alguien previó que esto iba a suceder”. Y, bueno, le servirá para escribir una pequeña tesis y que se yo, pero yo como te digo, lamentablemente no me voy a enterar (Risas).
- Esta es una pregunta colateral que te hago como amante del fútbol que eres, al igual que yo. De entre toda la gente que ha partido durante esta pandemia, hace poco lo hizo alguien importantísimo, Diego Armando Maradona. ¿Qué ha muerto de Argentina con él? ¿Qué se ha ido de Argentina con Maradona?
Uf, es muy complejo, eh, porque yo te cuento: cuando se murió Maradona a mí me dolió más de lo que habría imaginado. Maradona es un tipo que nos produjo muchísimo placer a los argentinos hasta hace veintitantos años, pero que después no dejaba de degradar su imagen haciendo y diciendo tonterías. Entonces, yo le había perdido cariño y, sin embargo, cuando se murió me sorprendió que me dolió más de lo que habría imaginado y lo escribí, lo dije, pero a los pocos días me pareció tan excesivo el homenaje que la Argentina le rendía a Maradona que, de algún modo, reaccioné también escribiendo sobre eso. Me impresionó mucho cuando un grupo de senadores propuso que se hicieran unos billetes con la cara de Maradona. Hay muy poca gente en la historia de Argentina que tiene billetes con su cara y todos ellos son gente que, de algún modo, trató de construir el país. Entonces, que ahora pasemos a idolatrar así a alguien que lo único que hizo, finalmente, fue jugar al fútbol -mejor que nadie, pero fue jugar al fútbol, no cambió absolutamente nada la sociedad en la que vivimos, más bien nos confirmó en ella-, me parece triste. Me terminó molestando la construcción del mito Maradona que, además, se completaba con esta idea de que era como un defensor de los pobres, siendo un tipo que vivió como multimillonario desde los 20. Y cuando tuvo que elegir las últimas décadas lugares para vivir, se fue a los Emiratos Árabes, un lugar donde pegarle a las mujeres es legal, digamos. Después se fue a México, al estado más narco de México. Antes se había pasado 3 o 4 años disfrutando de un resort en una Cuba empobrecida y él pasándola bomba, dejó como 6 o 7 hijos. Qué se yo, es un personaje que, está bien, veo lo que hacía en la cancha y me sigue emocionando, pero de ahí a convertirlo en una síntesis de la argentinidad… qué mal estamos los argentinos si esa es nuestra síntesis. Yo he escrito más de una vez que no sé si lo sabíamos, pero los 40 millones de argentinos, durante mucho tiempo, no fuimos más que la confusa nube que rodeaba la pierna izquierda de Diego Armando Maradona. Hasta que apareció Messi, nadie sabía nada más de la Argentina.
- Para ir finalizando, quería compartirte una duda. Leí en las contraportadas de tus libros que has hecho traducciones a Shakespeare, Voltaire. Pero leí también que a Quevedo y me quedó la duda. ¿Quevedo no escribió toda su obra en castellano?
(Risas) Bien ahí, bien ahí. Son pocos los que se dan cuenta, es como una trampita para ver quién se da cuenta (risas). Es que es cierto. Yo, hace muchísimos años, traduje un texto de Quevedo al francés, una cosa que se llamaba “Los sueños de Quevedo” para un librito, una cosa particular, pero te digo que fue el año 80, 81, por ahí, hace 40 años. Pero lo puse en las contraportadas, justamente, porque me entretiene comprobar que la enorme mayoría de las personas no se pregunta por qué este imbécil dice que tradujo a Quevedo si Quevedo no necesita traducción (risas). Entonces, me gusta cuando alguien se lo pregunta, así que te lo agradezco.
- Justo en estos días vi una entrevista en la que decías que, para encontrarse a sí mismo, “uno tiene que encontrarse con otra gente en la ciudad” ¿Cómo haces ahora?
Bueno, quizás tampoco tenga tantas ganas de encontrarme a mí mismo, quizás prefiera al contrario, desencontrarme (risas). No, yo imagino que eso que lo debo haber dicho con respecto a unos planes que tenía en esta época que mencionaste, cuando tenía 18,20 años y quería hacer largos viajes para encontrarme a mí mismo, que era un poco una consigna de la época que tenía que ver con esto que tu decías antes, el hippismo y todo aquello. Entonces, yo había planeado un largo viaje hasta la India con muy poca plata, tomarme un año o dos, porque no podía volver a la Argentina. Entonces, me di cuenta de que cuando uno está en una sociedad tan ajena, sin ningún contacto con la mayor parte de las personas no me encontraba nada, porque uno para encontrarse tiene que interactuar, estar en un lugar en el que le importen cosas y pueda participar y pensar. Entonces, decidí no hacer ese viaje a la India y quedarme en Francia a estudiar. Así que supongo que esa respuesta tenía que ver con esa época en que yo podía querer encontrarme a mí mismo. Después me encontré más de lo que yo había querido y ahora, como te digo, prefiero desencontrarme.
- Comentaste en alguna entrevista la experiencia que tuviste con “La historia”, tu libro favorito, y parecías decepcionado, porque decías que nadie lo había leído. Entiendo que en la carrera de un periodista y un escritor hay muchas decepciones, incluso más fuertes. ¿Por qué seguir? ¿Por qué continuar?
Porque es lo que más me gusta hacer en la vida, es como mejor la paso, lo que me interesa, es la forma en que miro el mundo y en que me siento parte de él. Las decepciones o no son como parte de otro plano. La decepción de un texto, ya sea de ficción o no ficción, no tiene nada que ver con la producción de ese texto, para mí. O sea, yo lo hago y mientras lo hago me importa más que nada en el mundo. Si después se lee o no se lee, se ve o no se ve, es otro punto totalmente separado. Yo pasé casi diez años escribiendo “La historia” y es el libro que más me importa haber escrito. Sin embargo, se ha leído poco, mucho menos que otros que me importan mucho menos, pero ese es otro tema que no tiene que ver con mi trabajo. Por supuesto, me encantaría que se leyera más “La Historia” que algún otro, pero no lo puedo decidir, no tengo ninguna tentación de intentarlo. En cambio, sí sé que lo que me importa seguir haciendo es buscando cosas para escribir y que si no fuera por eso la pasaría mucho peor en la vida.
SINFÍN
Autor: Martín Caparrós
Editorial: LITERATURA RANDOM HOUSE
Páginas: 488
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