Serio 'selfie' del autor de "El galán imperfecto", uno de los escritores más corrosivos del país del sur. (Foto: Facebook)
Serio 'selfie' del autor de "El galán imperfecto", uno de los escritores más corrosivos del país del sur. (Foto: Facebook)
Enrique Planas

Se trata del escritor chileno que mejor conoce los aceitados mecanismos del humor. Dueño de una obra cargada de ironía e ingenio, desatada comicidad y resignado existencialismo, nadie como él para reflexionar sobre el tema que menos gracia hace hoy en su país: la derrota de su selección de fútbol y la eliminación del Mundial. Le pregunto: ¿Se puede bromear con eso?

"Yo estoy feliz", responde al otro lado de la línea Rafael Gumucio (Santiago, 1970), autor que llega hoy a Lima invitado por el Festival de la Palabra en el Centro Cultural de la Católica. "Chile es un país que ama el fútbol, pero que el fútbol no lo ama a él –sentencia–. Por desgracia, estos años fuimos triunfadores, y no todos los países que saben perder, saben ganar. Así que soy el único chileno feliz con esta derrota. Servirá para que entremos en razón".

— ¿Por qué crees que la selección de fútbol chilena es considerada la más antipática de Latinoamérica?

En general, los chilenos tenemos fama de antipáticos. Nunca hemos sabido ganar. Por cierto, espero que la derrota nos devuelva la amistad perdida.

— ¿Comenzaste tu carrera literaria en el taller del escritor Antonio Skármeta. Él solía repetir en sus clases la frase “Si no duele no vale”: El dolor como germen de la buena literatura. ¿Seguiste ese consejo?

Mucho tiempo le hice caso. Luego me di cuenta de que la frase está profundamente equivocada. Porque creo que, cuando duele, es porque cuesta. Y yo pienso que, en literatura, lo que cuesta no es necesariamente algo bueno. Para mí, lo cercano, lo normal, lo que puede parecer sin interés, puede ser buena literatura. En mi caso, cuando entiendo lo que escribo, cuando siento que lo estoy pasando bien, es señal de que voy bien. Con el tiempo he valorado la facilidad.

— ¿Cuándo rompiste con la visión romántica del dolor como motor literario?

Creo que al escribir “La deuda”, una novela que me costó mucho. Fue muy difícil y no resultó como esperaba. En el fondo, el dolor era una señal de que estaba lejos del tema. Por eso, me di cuenta de que todos mis escritos que han tenido cierto valor o éxito, eran los que me resultaban fáciles. Claro, el dolor está. Uno habla de cosas que importan y que preocupan, pero es otro tipo de dolor, uno que implica placer también.

— En una novela como "Los platos rotos", dedicas un capítulo a Pinochet y Don Francisco. Allí consideras que los chilenos son hijos de ambos personajes. ¿En qué coinciden ambos?

En que mientras Pinochet impuso el neoliberalismo a la mala, Don Francisco lo hizo querible. Nos mostró una mística del libre mercado.

— ¿Podríamos decir que se trata de la dupla policía malo/ policía bueno?

Exactamente. Aunque a esta altura, ya no sé quién es quién. Don Francisco es cada vez menos querido por aquí. Su gran obra, la Teletón, por ejemplo, ha estado dirigida por gente muy corrupta. Y Mike Patton, el vocalista de la banda Faith No More, le llamaba "Don Corleone". Eso es bastante revelador. (Ríe).

— Eres director del Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales. El nombre ya parece una broma...

¡Es real! Es un instituto que quiere estudiar y sobre todo fomentar el humor en Chile.

— ¿Surgió acaso por un déficit de humor?

No. ¡Al revés! Hay una gran tradición de humor en Chile, pero desconocida y ninguneada. Varios de los diarios y revistas más leídos del país, históricamente hablando, son humorísticos. Varios de los mejores libros de la literatura chilena, también. Pienso en autores como los cronistas Joaquín Edwards Bello o Roberto Merino. O en el mismo José Donoso, un autor muy serio con cosas muy cómicas si las miras desde otra perspectiva. ¡Y Nicanor Parra, por supuesto! Es el gran humorista y poeta chileno. Hay una tradición valiosa que nosotros preferimos no mirar.

—¿Por qué el chileno prefiere no mirar esa tradición?

No es un problema chileno. Es un problema de los países latinos, que creemos que la seriedad tiene un valor. Los gringos, que son gente muy seria, tienen instituciones humorísticas. Nosotros somos al revés: tenemos instituciones serias que nos tomamos a broma. No nos tomamos muy en serio las leyes, los tribunales o los parlamentos, pero somos muy solemnes. Nos gustan los disfraces, pero en el fondo no nos tomamos en serio nada.

— ¿Cómo definir el carácter del humor chileno?

Es un humor carcelario, de patio de colegio. De alineación, de destrucción del otro, con un fuerte componente irónico y un juego de palabras permanente. La verdad, es muy parecido al peruano. Como el que puedes encontrar en “La ciudad y los perros” o en “Los cachorros”.

— Has escrito por mucho tiempo en la revista de humor político "The Clinic". ¿Cómo defender el espacio del humor frente a unas redes sociales cada vez más políticamente correctas?

Hay mucho humor en las redes sociales, pero mucho mal humor también. Lo que me molesta mucho de ellas es su petición de coherencia. Yo creo mucho en la frase de Groucho Marx que dice: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Creo en la posibilidad de tener más de un principio, más de una moral, más de una idea fija. Por otro lado, las redes sociales han acentuado mucho la idea de la identidad: Soy gay, soy heterosexual, soy negro, soy indio, soy blanco. Yo no creo mucho en la gente que es algo. La gente que dice estar muy segura de lo que es, es porque no lo sabe realmente.

— Quería hablar de tu última novela: "El galán imperfecto". Curioso el objeto de su humor: el pene y la circuncisión.

Creo que, en el caso mío, el pene no podría ser objeto de lirismo ni de tragedia. El mío no da para ninguna épica. Solo podría escribirlo en broma.

— Es interesante que, para las autoras mujeres, la vagina es un símbolo de reivindicación. Para los hombres, el pene suele ser objeto de humor.

Es que los hombres tenemos un cuerpo humorístico. El pene es un amigo cercano, es el Sancho Panza del Quijote, o viceversa. Por eso los hombres nunca estamos solos en una habitación. Siempre lo tenemos a la mano.

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