“Los Grammy siguen siendo corruptos. Me deben transparencia a mí, a la industria y a mis fans”, disparó por Twitter el canadiense Abel Tesfaye, más conocido como The Weeknd, viendo cómo su exitosísimo álbum After Hours era olímpicamente desdeñado en cada una de las 90 categorías que considera la Academia. Es más, ni siquiera la millonaria rotación de su single “Blinding Lights”” mereció una mínima consideración. Entonces se volvieron a instalar las sospechas sobre una institución suficientemente cuestionada por sus imperdonables olvidos, premiaciones inmerecidas y estrellatos deslucidos. Y aunque esos y otros dilemas ensombrecieron la noche, el acto más importante de la industria musical se desarrolló discretamente en el casino MGM de Nevada.
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El hecho fue, ciertamente, escandaloso. Y solo abonó en el desprestigio de una institución que jamás pudo acreditar la omisión. Además, ya venía seriamente dañada desde adentro: con 62 años de gobierno exclusivamente masculino, acababa de despedir a Deborah Dugan, su primera mujer presidenta, bajo endebles acusaciones de abuso laboral. Considerando una trayectoria pródiga en revelaciones de machismo, racismo y sexismo, ese cese intempestivo se tradujo como respuesta del ala más retardatario y conservador. Antes de irse, Dugan dijo que aquel era “un club de tíos, con un ambiente de trabajo tóxico, acoso sexual y discriminación de raza y género”. Fue pródiga, además, al denunciar arbitrariedades en las nominaciones. Y dio el portazo.
De cal y arena
Así, antes de la ceremonia los ánimos ya estaban caldeados. “A menos que les envíes regalos, no hay consideraciones de nominación. El año que viene les enviaré una canasta de dulces”, tuiteó el británico Zayn Malik, ninguneado como The Weeknd. Y después del acto también: “Yo tenía siete canciones en las listas de éxitos de manera simultánea y el mejor lanzamiento de una rapera en toda una década. Pero el premio se lo dieron al hombre blanco Bon Iver”, tuiteó la trinitense Nicki Minaj echándole gasolina a lo que ya era un infierno. En el que, hay que reconocerlo, brillaron dignamente históricos como Beyoncé, Taylor Swift y Billie Eillish, aunque esta última agarró la estatuilla como si fuese ajena. “Esto va para ella”, dijo, señalando a Megan The Stallion.
Y entonces sobrevoló el recuerdo de hace unos años cuando postulaba para álbum del año el Lemonade de Beyoncé y le dieron el Grammy a Adele. “No puedo aceptar el premio. Estoy muy, muy agradecida, pero la artista de mi vida es Beyonce”, dijo esta última dejando con los crespos hechos a los académicos que habían votado por ella. O la vez que el premiado Eddie Vedder dijo en plena ceremonia: “No sé lo que esto significa, creo que no significa nada”. Y también cuando otro premiado, Glen Hansard de The Frames, declaró: “Los Grammys no son más que una máquina gigantesca de promoción para la industria de la música. Se dirigen a un público de inteligencia baja y alimentan a las masas. No se dedican a honrar las creaciones de los artistas. Es el negocio de la música celebrándose a sí mismo”.
Nada de lo cual impedirá reconocer su idoneidad en el reconocimiento de colectivos como Black Pumas, Post Malone o Haim que escoltaron el “Folklore” de Taylor Swift en su consagración como álbum del año. O la casi inevitable premiación como canción del año a “No puedo respírar” de H.E.R. edificado sobre poderosos cimientos antiracistas. He ahí también la pertinente presencia de Billie Eilish y Roddy Ricch en esa categoría, el lanzamiento mundial de artistas como Ingrid Andress, Phoebe Bridgers, Doja Cat, Chika, Noah Cyrus, Kaytranada o D Smoke. E, inclusive, el reconocimiento de actos de roots y garage (Brittany Howard), indie folk (Phoebe Bridgers), indietrónica (Tame Impala) y dance (Disclosure).
AMAs y amos
Y si los oxigenados BTS se fueron del Grammy con las manos vacías —perdieron ante el “Rain on Me” de Lady Gaga y Ariana Grande en el rombo a mejor interpretación de dúo o grupo pop que compartieron, entre otros, con los infumables J Balvin y Bad Bunny—, se tomarían el desquite en los American Music Awards: obtuvieron un estruendoso hat-trick, incluyendo la categoría artista del año, convirtiéndose en el primer grupo asiático en obtener tan codiciada presea.
Si bien el asunto generó una comprensible indignación a ambos lados del Atlántico, considérese que los coreanos lideran el ejército más grande y mejor organizado del mundo: se llama ARMY. Y los AMAs obedecen el voto a través de dos portales: su web oficial y TikTok; pese a lo cual será posible advertir la versatilidad de una jovencísima Olivia Rodrigo proyectándose al horizonte junto a los no menos talentosos 24kGoldn, Giveon, Masked Wolf y The Kid Laroi. Será digno reconocer que en el rubro ‘latino’ continúan dominando los reguetoneros caribeños y los colectivos charros —La Arrolladora Banda El Limón de Rene Camacho y Los Dos Carnales, por ejemplo— y que los premios Billboard han sido completamentre entregados a Maluma y su pandilla. Pero los AMAs filtraron un hilo de esperanzadora luz electrónica gracias a las remezclas de Illenium, Marshmello y Regard en su duelo de bandejas con veteranos como Tiësto y David Guetta. Así las cosas, es de esperar que el 2022 sea más propicio, por favor.
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