Los espectáculos del bailarín y coreógrafo Pepe Hevia (La Habana, 1971) destacan siempre por su potencia visual: ambiciosos despliegues de movimientos, colores, vestuarios e iluminación que guardan correlación por el que llama su “segunda pasión”, el cine. En ese sentido, cita a Chaplin, Tarkovsky, Almodóvar y Lars Von Trier como creadores que lo inspiran.
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Pero lo suyo no es solo la forma, sino también el fondo. Tal es el caso de “Vital”, su más reciente puesta en escena, que se divide a su vez en dos partes: la primera, “Dejar ir/Orquídea azul” aborda el tema del desarraigo y la liberación (en especial con su patria, como lo explica más adelante); la segunda, “Bolero”, es una reinterpretación del clásico de Maurice Ravel. Como preámbulo a las dos únicas funciones de “Vital”, que presenta con la Hevia Dance Company, conversamos con él.
–¿De dónde surge “Vital”?
Como la palabra indica, es una mirada a la relación que yo he mantenido con la creación durante toda mi vida. Yo soy de los que entienden la vida a través de un ejercicio del movimiento, y es algo que descubrí cuando tenía apenas cinco años. La creación para mí no viene desde otro filtro que no sea ese punto vital. Yo no soy de los que está esperando el soporte económico o la invitación a festivales para crear una obra. Mis obras son siempre una continuidad con respecto a la interior. Es un acto vital. Y eso es algo que intento generar en los integrantes de mis elencos también.
–Tiene un tono bastante optimista a pesar de los tiempos oscuros que vivimos, ¿no?
En este mundo tan complicado y contrastado, imagínate qué pasa con la danza. es lo último de la fila en cuanto a soportes económicos, plataformas, etc. Todo se hace como más complejo. Pero justamente por eso es que hay que tener mucho más claro que lo que hacemos es vital, está por encima de ciertas condiciones.
–Mencionas que empezaste en la danza desde muy niño. Entiendo que puede ser ventajoso en cierto aspecto, ¿pero no puede también quemar etapas, afectar el desarrollo natural de un infante?
En caso, yo vengo de una familia de estructura poco sólida. Mi padre se fue poco antes de que yo naciera, con lo cual mi madre se convirtió en una guerrera; mamá y papá, trabajaba y estudiaba. Así que desde pequeño me sentí muy desencajado, diría que fui un niño solitario. Pero descubrí que el arte era un punto en el que yo me sentía a salvo. Hice televisión, empecé bailando y todo eso se fue convirtiendo en un ritual. Entonces, por un lado, tengo que reconocer que todo eso me salvó; pero, por otro lado, es cierto que fue muy complejo. Tuve unos problemas tremendos con todos los colegios entre los que me iban cambiando. Cuando tenía siete años hice mis primeras giras internacionales. Había un gran rigor en los horarios de ensayo, en las grabaciones de televisión, a un nivel demasiado elevado para niños de esa edad. Pero para mí fue la salvación de mi vida. Y mi madre y mi familia entendieron que, sin bailar, yo no era un niño feliz. Ese soporte fue importantísimo.
–Más adelante, sales de tu país y te afincas en España. ¿Dejaste Cuba por los problemas que afronta hasta ahora?
Cuba nunca ha sido un ejemplo de bienestar, y ahora menos. De hecho, uno de los segmentos de “Vital” [”Dejar ir”] tiene mucho que ver con Cuba. Es como ese adiós que de alguna manera le he dicho a un país al que no le veo solución, y del que me he tenido que arrancar muchas emociones. Como pasé mi infancia tan refugiado en el arte, escapé de la pobreza extrema en la que vivía, que es un detalle que no me gusta mencionar, pero que sí formó parte de mi niñez. Yo me gradué como bailarín profesional en el año 89, y en el año 92 me invitan a Barcelona para formar parte de un elenco catalán. Eso fue una salvación, la oportunidad de salir de un país destruido. En Cuba no había vida, no había electricidad, no había comida, no había medicamentos, no había transporte. Yo ya no tenía como desplazarme a mis ensayos, ni siquiera tenía energía porque no había comida. Era una cosa desesperante, y hoy creo que está todavía peor.
Y luego de España viene el Perú. ¿Qué significa este país para ti?
En el 2010 hubo una ruptura en Barcelona a nivel económico. Se quitaron todos los presupuestos de las compañías de danza, entre ellas la mía. Por suerte, por esa época empiezan a invitarme de varios países, Ecuador, Costa Rica, Perú, y entre todos esos procesos es que en el año 2013 me establezco aquí en Lima. En el Perú hay varias cosas que me marcan. Una es la edad, porque a pesar de que me siento con muchísimos menos años de los que tengo, igual está allí el reloj que me persigue de alguna manera. Es como que con tantos comienzos en mi vida, parece que no voy a lograrlo. A veces siento como que tengo que echar raíces en algún lugar. Pero con trabajo intenso he ido formando una familia de artistas. Además, pasa algo muy curioso, y es que a nivel de danza contemporánea yo siento que el Perú es un país con mucho talento, con muchos bailarines brillantes, con artistas independientes muy creativos… pero no hay soporte. No tenemos una compañía nacional que nos represente realmente con una identidad, una fuerza creativa a nivel internacional. Los coreógrafos van apareciendo con proyectos de pequeñas temporadas. Crean algo y después pasan dos o tres años. No hay una continuidad. Y crear una compañía no es hacer un espectáculo cada dos años, sino mantener una continuidad diaria, junto a tus bailarines, crear un laboratorio, un espacio de formación, donde la gente joven que pase por allí absorba una formación. Es fundamental que pisen escenario y vivan la experiencia diaria.
–¿Has pensado en ti sin la danza?
Amigo, cuando llega esa pregunta, esa reflexión, prefiero ni responderla. Sinceramente. Prefiero ni pensarlo porque me digo: mi cuerpo funciona muy bien, pero ya no estoy bailando. Ya no estoy en el escenario, solo bailo para mis bailarines en el día a día. Y cuando mi cuerpo deje de funcionar, estará mi mente creando obras e incluso llevándolas desde el punto de vista audiovisual, porque el cine es mi otra pasión. El ser humano siempre puede reinventarse y hacer mil cosas. Yo no concibo no bailar. Y no lo visualizo porque entonces pierdo el sentido del juego en el que estoy. Entraría en una contradicción, o una especie de depresión y de locura. Entonces prefiero visualizar y sentir que la danza va a estar absolutamente hasta el último día de mi vida en este plano. Yo vine a hacer esto, vine a hablar a través de mi cuerpo, vine a crear. Y espero poder seguir haciéndolo. Esa pregunta que me haces me la he hecho yo también. Pero me quedo helado y huyo de ella siempre.
“Vital”, de la Hevia Dance Company, se presentará el 29 y 30 de octubre en el Teatro NOS (Av. Camino Real 1037, San Isidro). Entradas a la venta en Teleticket.
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