Marwa se casó dos días después de que Kabul cayera en manos de los talibanes con uno de sus amigos, gay. Ahora, esta joven lesbiana de 24 años está “aterrorizada” y solo piensa en una cosa: pasar desapercibida.
“Cuando los talibanes tomaron el poder en Kabul, fue una pesadilla, lloraba, me quedaba escondida en casa”, recuerda la joven en una nota de voz enviada a la AFP a través de WhatsApp.
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“Me decía: ‘los talibanes van a venir a matarme’”, continúa la vocecilla de Marwa. Su nombre ha sido modificado por razones de seguridad. “Acabé pidiéndole a un amigo que preparara los documentos de matrimonio” para “poder salir de nuevo al exterior” sin miedo y, en el futuro, “irme del país”.
Han pasado más de 20 años desde el primer mandato de los talibanes, pero el recuerdo de cómo aplicaban la ley islámica y la brutalidad que ejercieron contra los homosexuales continúa helando la sangre de la comunidad LGTBIQ+ (lesbianas, gays, trans, bisexuales, intersexuales, ‘queer’ y otros) afgana.
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En aquel entonces, la homosexualidad, un tema que sigue siendo tabú en el país, se entendía como una desviación y podía ser castigada con la pena de muerte.
Pero el ascenso al poder de gobiernos prooccidentales, después de 2001, supuso una ligera inflexión. La homosexualidad seguía siendo considerada una infracción penal, pero la pena de muerte solía ser conmutada por una pena de prisión.
Aún así, la policía continuaba deteniendo a las personas LGTBQI+, que solían ser víctimas de “discriminación, agresión y violación”, según un informe de la administración estadounidense publicado en 2020.
De 2001 a 2021, “la comunidad LGTB tenía muchos problemas a causa de la policía y de la sociedad, pero había adquirido un poco de libertad”, señala Artemis Akbary, cofundador de la asociación Afghan LGBT, refugiado en Turquía.
“Había lugares seguros en los que sus miembros podían verse, como un café en Kabul en el que, cada viernes, se encontraban y bailaban”, cuenta a la AFP. Ese lugar se mantenía en secreto, pero ahora, sus amigos ya no pueden “arriesgarse” a ir allí, añade Akbary.
Lapidados o aplastados
Desde que retomaron el poder, los fundamentalistas apenas han informado de sus intenciones. Pero las declaraciones que un juez talibán hizo en julio no hicieron presagiar nada bueno para la comunidad.
Entrevistado por el diario alemán Bild, Gul Rahim consideró que las personas homosexuales debían ser condenadas a muerte por lapidación o aplastadas contra una pared de ladrillo.
Más recientemente, corrió la información de que un joven homosexual habría sido violado y golpeado por unos hombres que le habían prometido ayudarle a dejar el país.
En un contexto así, la psicosis no ha hecho más que aumentar.
Muchos hombres y mujeres ya no salen de casa, y tratan de borrar cualquier rastro de su vida anterior, tanto en las redes sociales como en la calle, advierten las oenegés y los testimonios recabados por la AFP.
Cuando llegaron los talibanes “dejamos de salir de casa durante dos o tres semanas”, admite Abdullah -nombre ficticio-, un homosexual de 21 años de Herat (oeste). “Desde hace poco, hemos vuelto a salir, intentamos tener una apariencia simple para que los talibanes no nos identifiquen”.
“Antes, podíamos llevar ‘jeans’ y camisetas, algunos homosexuales también se maquillaban. Esto ya no es posible”, añade.
Al joven también le preocupa que se dé marcha atrás en los avances de los últimos años, como el espacio que dedicaban algunas revistas a la cuestión del género o a los derechos de la comunidad LGTBQI+.
Esto les incitaba a “quedarse en Afganistán y no irse, para reforzar la comunidad LGTB aquí”, subraya.
“Ningún futuro”
Irse. Muchos dieron el paso ya a principios del verano, cuando provincias y ciudades empezaban a caer en manos de los islamistas.
“Muchas personas huyeron a Pakistán, algunas lograron pasar a Irán”, explica Arnaud Gauthier-Fawas, portavoz de inter-LGTB Francia. Para los que se han quedado, “está claro que la reapertura del Ministerio de la Promoción de la Virtud y de la Represión del Vicio es, de lejos, la espada de Damocles más peligrosa”.
Marwa, que no ha hablado con su familia desde que hace tres años reveló que era homosexual y se negó a ser víctima de un matrimonio amañado, no se hace ilusiones.
“Para nosotros no hay ningún futuro. Todo miembro LGTB debe prepararse para una muerte lenta, por aislamiento, hambre, tristeza, depresión o estrés, o a que lo maten los talibanes o los miembros de su familia”, afirma.
“Los talibanes no han cambiado, simplemente mienten mejor que antes”, advierte, dirigiéndose a la comunidad internacional.
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