Karen Pagliaro recorre la calle principal de Matlacha sorteando árboles derribados, cascotes y vehículos abandonados sin saber muy bien adónde ir. Ese pueblo de 800 habitantes, repartido entre dos islotes, quedó aislado después de que el huracán Ian dañara los dos puentes que lo unen al resto de Florida.
“Nos sentimos un poco olvidados”, lamenta esta profesora de 50 años que perdió su casa por culpa de la tormenta. “Pensamos que (las autoridades) enviarían ayuda, agua, suministros y cosas, pero nos dijeron que no, que nos fuéramos”, añade.
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Hasta el miércoles, Matlacha era un pequeño paraíso del suroeste de Florida, un pueblo pesquero de coloridas casas de madera construido en torno a una calle ancha. Un lugar en el que disfrutar del mar, del buen clima, de los restaurantes de marisco y de pequeñas galerías de arte. El huracán lo cambió todo.
Tres días después de su paso, la Guardia Costera, los bomberos y ciudadanos de las localidades cercanas se acercan hasta el pueblo en bote para rescatar a los últimos habitantes que quedaron atrapados ahí tras negarse a evacuar antes de Ian.
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Otros residentes, aquellos que sí abandonaron la isla, hacen el viaje en sentido contrario desde la tierra firme para comprobar los daños sufridos en sus casas.
Christian López observa el embarcadero donde los servicios de emergencia evacúan a la gente, pero él no tiene intención de marcharse, a pesar de perder su casa.
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“Prefiero quedarme acá que ir a otro sitio y quedar en la calle. Aquí al menos tenemos un techito y vamos a tratar de componer la trailer (caravana) donde vivimos”, dice este joven de 25 años.
“No tengo ningún plan”
A otro extremo de Matlacha, la calle principal quedó cortada por una enorme grieta que la gente sortea gracias a un puente improvisado con una tabla metálica.
Aquí y allá, decenas de personas caminan cansadas, con la mirada perdida. La mayoría comparten la misma incertidumbre de no saber qué hacer ni tener adónde ir.
“No tengo ningún plan”, dice John Lynch, resignado. La casa de este vecino de 59 años se está hundiendo en el mar y se dispone a abandonarla.
“Hemos estado aquí durante 25 años (…) Es desgarrador porque aquí es donde planeamos vivir el resto de nuestras vidas”, lamenta.
Karen Pagliaro tampoco sabe qué va a hacer a partir de ahora. No tiene dónde ir y la escuela donde trabaja tuvo que cerrar temporalmente por los destrozos del huracán. Lo que sí tiene claro es que quiere regresar a vivir a Matlacha.
“Es nuestra querida ciudad y nos encanta estar aquí”, dice.
Cerca del embarcadero, Jim Bedra no comparte ese sentimiento. Este septuagenario está a punto de abandonar el pueblo con su esposa, Kathy, y su perra, Luna, en un bote de la Guardia Costera.
La semana pasada quiso evacuar la isla con Kathy y su hijo de 31 años, pero los dos lo convencieron de quedarse en el lugar donde vivían desde 2013.
Ya no tiene casa y su voz se quiebra al pensar en su situación. “Nos vamos a quedar en un albergue, me imagino. Esta no es la jubilación que buscábamos”, dice Bedra, que quiere regresar a su estado de origen, Ohio, en el norte de Estados Unidos.
“Nunca quiero volver aquí”, afirma antes de subir al bote que lo llevará a tierra firme.
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