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Democracia y algoritmos
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En medio de un evento en Utah, el conservador Charlie Kirk fue asesinado de un disparo en el cuello. Más allá de lo que el influencer representaba políticamente, la pregunta es inevitable: ¿matar al otro por sus ideas puede considerarse democrático? Claramente no. La democracia consiste en reconocer la diferencia, no en suprimirla.
El filósofo Emmanuel Levinas lo expresó con claridad: el rostro del otro me interpela, me recuerda que enfrente hay una vida vulnerable que no puedo reducir a objeto ni a enemigo. No se trata de coincidir, sino de aceptar que esa diferencia funda nuestra responsabilidad. Democracia significa convivir con lo distinto, no borrarlo del mapa.
El riesgo de olvidar esto se hace evidente en la política actual, sobre todo en las redes sociales, donde circula gran parte del activismo y la disputa pública. Como explica la teórica Zizi Papacharissi, allí predominan los “públicos afectivos”: comunidades que se alimentan de la indignación, la burla o el escándalo. Los algoritmos premian lo que genera más likes o retuits, reforzando lo que ya creemos y empujándonos a ver al otro no como interlocutor, sino como enemigo.
Décadas atrás, Jürgen Habermas imaginaba una esfera pública deliberativa, guiada por la razón. Ese ideal hoy parece lejano: la racionalidad argumentativa se ve atravesada por emociones intensificadas por la tecnología. Sin embargo, ni Habermas ni Papacharissi excluyen la posibilidad de acción democrática. El desafío es pasar de la indignación inmediata a una afectividad capaz de reconocer la humanidad del otro.
Aquí el aporte de Levinas resulta crucial: no hay democracia sin la ética del rostro, sin ver en el adversario a alguien que me prohíbe matarlo, excluirlo o reducirlo a caricatura. La ética precede a la política. La democracia muere cuando la diferencia se concibe como algo a eliminar, y no como un desafío a convivir.
Por eso la democracia se juega en dos frentes. En la esfera institucional, garantizando derechos básicos como la libertad de expresión y el acceso a información veraz. Y en la esfera afectiva, aprendiendo a reconocer en el contrario no a un enemigo, sino a un rostro que interpela.
La violencia, sea física o simbólica, nace de la incapacidad de humanizar al contrario. Levinas lo dijo en términos radicales: el rostro me prohíbe matar. Papacharissi y Habermas recuerdan que, en el espacio público, esa prohibición se negocia entre emociones, tecnologías y argumentos. Pero el principio es el mismo: la democracia comienza con un gesto tan sencillo como difícil, mirar al otro como humano antes que como enemigo.

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