La semana pasada, mi artículo concluía, sin mucha originalidad, que el drama político peruano al filo de su bicentenario era que nadie sabía aún a ciencia cierta el tipo de gobierno que iba a hacer Pedro Castillo. Horas después de entregarlo se difundió que, ese día, se anunciaría el Gabinete, y pedí a los editores cambiar el final por algo así: “Luego de publicado ya habrá Gabinete y parte de la incertidumbre se habrá disipado”.
No fue necesario.
Y no es cualquier Gabinete de inicio de período. Las orientaciones de todos los presidentes anteriores eran conocidas y los nombres de los futuros ministros más o menos previsibles. En cambio, nunca como ahora, saber quiénes lo integren puede dar indicios de la orientación del gobierno.
Estamos ante un presidente sujeto a presiones muy fuertes y muy lento para tomar decisiones. Y esto tiene un nombre: Vladimir Cerrón. De allí la importancia de saber qué tipo de político es.
La primera cosa a recordar es que Vladimir Cerrón viene de una cuna política. Su padre, filósofo y científico social de izquierda, fue cruelmente torturado y asesinado en los años de la violencia de Sendero Luminoso. Un crimen no esclarecido, pero generalmente atribuido a grupos paramilitares. Sin duda, sus hijos se nutrieron de sus reflexiones y comprensiblemente quedaron marcados por el crimen.
Vladimir, luego de estudiar por largos años la carrera y el posgrado en Medicina en la Cuba de los 90, funda Perú Libre (primero llamado Perú Libertario), partido con el que consigue dos veces ser elegido gobernador de Junín. Pocos recuerdan que fue candidato presidencial en el 2016 y que rondaba el 0% cuando retiró su lista para no perder la inscripción, engreimiento que aún la ley permitía.
De ahí la historia es más conocida. Es condenado a prisión efectiva por cargos de corrupción para luego, cortesía de una sala judicial de Junín, bajarle la extensión de la pena para que fuese solo condicional.
De Vladimir Cerrón se pueden decir muchas cosas, pero es un político consistente. Está marcado a fuego por la lógica del radicalismo de los años 70. Hacer política es construir un partido para la revolución y llegar al poder para quedarse. Él y sus fieles repudian la “democracia burguesa”.
Así, para Perú Libre la eventualidad de ganar elecciones o llegar por otra vía es un tema de circunstancias y estrategias del momento.
Al ser condenado no podía ser candidato a la presidencia, y si no participaba, Perú Libre perdía la inscripción y, por tanto, su eficacia como herramienta.
Es en ese proceso que busca a Pedro Castillo, un maestro rural de hogar católico conservador, que se hace bastante conocido en el 2017 por la huelga magisterial de las facciones Conare, que estaban mucho más a la izquierda del Sutep oficial, controlado por décadas por el partido maoísta Patria Roja. Su imagen de luchador justiciero se forjó de la mano del fujimorismo, que en su búsqueda de liquidar a PPK, emularon el dicho “primero los chilenos que Piérola” y, vía el Congreso, le dieron fama y carta de ciudadanía.
Para el 2021 el objetivo no era ganar. Cerrón no había construido un partido para dárselo a Castillo. Y este creía saber que la aventura no iba a pasar de ganar una figuración razonable en primera vuelta para aspirar a otras cosas después; lo que era por cierto funcional a Cerrón que, en ese escenario optimista, mantenía inscripción y conseguía, por primera vez, una bancada parlamentaria que le permitiera mayor difusión de sus ideas.
Como sabemos, el optimismo se les quedó corto.
Vladimir Cerrón siente ahora que la historia se le ha adelantado y que el objetivo de la revolución, ya teniendo el gobierno, está mucho más cerca. Lo ha dicho públicamente: el verdadero revolucionario toma el poder para quedarse.
Y acá es cuando Castillo, que en su momento había aceptado sin pestañear el programa e ideario de Cerrón, parece dudar de embarcarse en tamaños objetivos. Por ello, Cerrón ejerce una presión pública y privada feroz para alinearlo. Le importa un comino que el 85% de la población lo rechace, “la vanguardia tiene que guiar al pueblo”. Tiene a su favor el controlar una parte importante de la bancada, así como el estigma de la “traición”, con que resumen el gobierno de Ollanta Humala.
El sábado, en el congreso de Perú Libre, Cerrón habría sido ninguneado por Castillo y este contestado con un discurso muy radical, recordándole que el partido lo había llevado al poder. El lunes, Cerrón parecía recuperar terreno y se hacía visible en los equipos de transferencia.
El martes, luego de revisar la prensa y los noticieros matinales, daba la impresión que algunos de los nombres que se suponían confirmados o rechazados por Castillo no lo serían tanto.
Aún no sabemos realmente cuál es el curso que tendrá el gobierno que surja de esta confrontación. Quizá ni siquiera el gabinete y el discurso de 28 julio sean suficientes para tener las certezas a las que tenemos derecho.
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