La elección de la Mesa Directiva del Congreso que liderará dicho poder del Estado en el período anual de sesiones 2024-2025 es crucial. El presidente que la encabece no puede responder a la imposición del cuoteo político, como se ha venido eligiendo hasta hoy.
Los congresistas y los líderes de las agrupaciones políticas que estos integran tienen que ser conscientes de que la situación requiere un alto nivel de consenso y desprendimiento, de forma que se elija pensando en el más destacado, en aquel que pueda asumir el liderazgo, incluso del país.
Recordando la historia reciente, no se puede negar que fue muy importante que en la legislatura en la que Pedro Castillo cambió de Palacio, dejando el de Gobierno por el de Justicia, el Congreso tuviera como cabeza a José Williams Zapata. No digo que su gestión al mando del Legislativo estuviera exenta de críticas y no puedan señalarse algunos cuestionamientos, pero, en los momentos críticos que vivió el país, su participación fue gravitante para hacer respetar el sistema democrático. No era un político tradicional, sino un militar retirado, que se había desempeñado como jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, director académico del Centro de Altos Estudios Nacionales y quien lideró la operación Chavín de Huántar. Es decir, un hombre aplomado y cuajado, que supo actuar cuando se pretendió alterar el Estado de derecho.
Se requiere alguien que genere ese respeto, que tenga peso propio y que no sea percibido como el títere de quien lidera el grupo político que lo llevó en la lista congresal. Hoy, no importa a qué grupo pertenece, lo que el país se juega es, llevando el tema al extremo, hasta su continuidad democrática. Por lo tanto, a contrapelo de los comunicados y declaraciones que algunos grupos y personas vienen propalando, buscando propiciar un levantamiento o hasta la insurgencia ciudadana –algo que en su momento les resultó con la efímera presidencia de Manuel Merino de Lama–, hoy lo que tenemos que reclamar es seriedad en la elección de la Mesa Directiva congresal.
El llamado “bloque democrático” tiene la alta responsabilidad de proponer un candidato que, incluso sin pertenecer a algunos de los partidos ancla de dicho sector, tenga experiencia, genere respeto y nos dé tranquilidad; que lleve a la práctica lo que en su momento hizo Ántero Flores-Aráoz cuando presidió el Congreso: entregó su carnet partidario y suspendió su militancia. Lo hizo, soy testigo de excepción, pues me desempeñé como primer vicepresidente de esa Mesa Directiva, no como gesto mediático, sino que lo llevó a la práctica realmente.
En resumen, necesitamos a alguien que responda al país, no a un grupo; que no crea que se llega ahí para incrementar la ya abultada planilla o para generarse algún beneficio para cuando ya no se esté en la Mesa Directiva o se deje el cargo parlamentario. Tampoco para allanarle el camino a alguien con miras a las próximas elecciones generales.
En buena cuenta, se requiere a quien esté en condiciones de asumir con seriedad, responsabilidad y patriotismo su función, cualquiera sea el lugar donde las circunstancias políticas le deparen. Esto, que debería ser una situación natural, en el Perú de hoy se ha convertido en una tarea titánica que, si se logra, sería, sin lugar a duda, toda una proeza.