Renato Cisneros

No puedo terminar el año sin hacer pública la decisión que tomé hace ya algunas semanas y que sin duda representará un desafío personal y profesional, además de un giro radical en mi estilo de vida: voy a candidatear al Congreso. A raíz de la invitación que recibí meses atrás por parte de una de las pocas figuras de talante democrático que quedan en el ecosistema político nacional –líder de un movimiento que cuenta con inscripción electoral–, y después de discutirlo largamente con mi familia y un reducido grupo de buenos amigos, he optado por dejar las tribunas de la opinología y saltar a la arena. O por lo menos intentarlo.

Imaginarán que no ha sido una decisión sencilla. Primero, porque implicará regresar al Perú después de haber radicado casi una década en España, mi segunda patria; segundo, porque me veré obligado a poner en pausa las actividades a las que venía dedicándome y que tantas gratificaciones me han deparado: la escritura, la impartición de clases y, desde luego, las colaboraciones periodísticas. Sin bien la práctica de ninguna de ellas riñe legalmente con el rol político, lo haré por un gesto de transparencia y para encauzar todas mis energías al que será mi objetivo primario desde el inicio del próximo año: alcanzar un escaño como senador de la República.

No es la primera vez que una agrupación política me hace una propuesta para integrar sus filas, pero sí la primera en que me siento realmente dispuesto a aceptarla sabiendo el enorme riesgo que constituye. Quizá alguien se pregunte: ¿por qué?, ¿a qué se debe esta apuesta que parece de antemano perdida? No creo que sea tan difícil comprenderlo. Cerca de cumplir cuarentainueve años, he sentido nacer en mí una suerte de deber para con el Perú. Llámenlo deuda afectiva, si quieren. Tanto mi dilatada carrera en medios de comunicación, como mis aportes –espero no menores– en el ámbito literario, me han permitido analizar continuamente las tragedias de la sociedad peruana y, al mismo tiempo, reconocer la necesidad de enfrentarlas con otras miradas, otros aires, otros discursos.

Digo esto para que quede claro que mi decisión de tentar una curul no es producto de la coyuntura, aunque, como imaginarán, es imposible permanecer indiferente a esos escándalos recientes que comprometen la imagen ya menoscabada del Legislativo. (Por cierto, de comprobarse que al interior del Congreso operaba una red de proxenetismo, en lugar de denostar moralmente tan inédita situación, podríamos plantear útiles debates paralelos: ¿no ha llegado acaso el momento de pensar en una formalización del meretricio al interior de las dependencias del estado? Dejo la pregunta suelta, ya habrá tiempo de discutirla).

Escribo esta columna solo para compartir con los lectores la decisión comentada líneas arriba de lanzarme a la política. Si los ciudadanos me premiasen con su voto en las contiendas del 2026, no solo encontrarán en mí a un legislador infatigable, sino a un representante que promete desde ya elevar el nivel de la discusión en la Cámara Alta con un espíritu asambleísta. Me haría especial ilusión, además, continuar con el legado familiar y seguir las huellas de Alfonso Anacleto Cisneros Barbarán, mi tío bisabuelo, quien en 1875 integró el Senado teniendo como vecinos de escaño a hombres como don Rufino Arróspide o Fernando de Paula Molina, cuya decencia es menester homenajear.

Espero que a raíz del compromiso que asumo desde hoy, otros colegas, sean periodistas o escritores, decidan participar e intervengan en la batalla política desde la posición ideológica que mejor los represente. En mi caso, solo puedo decir por ahora que trabajaré en un movimiento de centro que ensalza los siguientes valores: Compromiso, Activismo, Verdad, Independencia, Alternancia y Respeto. Las iniciales de esos conceptos dan cuenta de nuestra postura frente a la realidad nacional

Dedico las últimas líneas de este comunicado a todos los Santos Inocentes que hoy, 28 de diciembre, celebran su día, y consienten bromas tan pesadas como esta. Ni me lanzo a la política, ni dejo de escribir, ni me mudo de país. Sentarme en el Congreso es algo que no ocurriría ni en la más vejatoria de mis pesadillas.

Feliz año. Salud por lo que viene.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Renato Cisneros es escritor y periodista

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