En diciembre, Dina Boluarte cumplirá dos años en el poder. Es más tiempo del que estuvieron cuatro de los cinco presidentes que la precedieron (PPK, Merino, Sagasti y Castillo duraron menos de dos años en el poder; la única excepción fue Vizcarra).
Bajo estándares peruanos, dos años no es poco tiempo como presidente. Sin embargo, Boluarte evidencia estar tan poco preparada para afrontar una crisis hoy como lo estaba el primer día que puso un pie en Palacio de Gobierno. La última edición de esta saga de graves errores presidenciales (pero qué importa, nadie me saca de acá) es el manejo de la ola de incendios forestales que actualmente azota al Perú. El cruce entre la gestión de la emergencia y el empeño de la mandataria en viajar a Nueva York pinta un –acertado y amargo– dibujo de dónde se encuentran sus prioridades.
Se entiende perfectamente la importancia que puede tener un foro como el de la ONU en Nueva York. Lo que resulta incomprensible es la incapacidad de la presidenta para manejar cualquier aprieto en el que se ve envuelta. A la mayoría de los peruanos probablemente nos da igual si Boluarte se va a Nueva York. Con sus demostradas habilidades en la gestión de crisis, ¿quién realmente la ve como una figura esencial para controlar los incendios?
El malestar viene más por la noción –cada vez más generalizada– que se consolida en cada interacción que tiene con la prensa y la ciudadanía: Boluarte no sabe dónde está parada (ni quiere saberlo). Podrá ser verdad o no, pero es la percepción que la población tiene de ella. En la práctica, eso es lo que importa.
La presidenta continúa en el poder sostenida por todo excepto sus propios méritos. Su figura le ha sido útil y conveniente a otras fuerzas políticas. Esto puede cambiar a medida que las elecciones se acercan, pues el costo político de mantenerla en el poder cobrará relevancia electoral. A esto sumémosle que no se ha ganado ni un atisbo de apoyo por parte de la opinión pública. El día que el cálculo político implique la remoción de Boluarte del poder, la ciudadanía no la va a defender.
La presidenta nos demuestra (una y otra vez) que carece de astucia política. Si tuviera un poco de esto, estaría ahorita enrumbada a Nueva York, y los incendios, en manos capaces. En lugar de eso, los peruanos debemos ser testigos de su lamentable esfuerzo por aparentar que le interesa liderar esta crisis.
Quizás el fuego se apague solo, ¿quién necesita un presidente cuando nadie parece al mando?