“¡No necesito sus lágrimas, señor!”, le espetó despectivamente la presidenta Dina Boluarte al periodista que le reclamó que tuvo que llorar frente a cámaras para que ella inspeccionara in situ los incendios forestales. Algo totalmente opuesto podría haber atravesado el inconsciente presidencial cuando vio el sufrimiento comprensiblemente desconsolado de Kenji Fujimori por la muerte de su padre.
Si así pensó, solo lo sabe ella, pero sus actos parecen hablar en ese sentido.
Dina Boluarte buscó y logró un protagonismo político importante en el duelo por la muerte de Alberto Fujimori. Hasta donde se sabe, no fue la familia la que lo solicitó, sino Boluarte la que decidió que hubiese tres días de duelo, incluyendo un homenaje con alfombra roja en el patio de honor de Palacio de Gobierno, para quien fue condenado por la justicia peruana.
Lo ocurrido es insólito. Boluarte, cuando fue candidata a la vicepresidencia, tuvo expresiones durísimas, incluyendo palabras racistas contra el fallecido. “En los 90 apareció un personaje de apariencia oriental y nos dijo a todo el pueblo peruano ‘trabajaré con honradez, tecnología y trabajo’. ¿Y qué nos dio? ¿Honradez? Es el octavo presidente más corrupto del mundo. ¿Trabajo? Lo primero que hizo fue despedir a miles y miles de trabajadores. ¿Tecnología? Desde los 90 hasta la fecha, el Perú ni siquiera es capaz de producir la llanta de ese tractor en que se subió ese señor oriental”.
No son muchos los que tienen esa capacidad de mutar de esa manera sin sonrojarse. Otro tipo de persona en su situación habría optado por el respeto al dolor ajeno y una prudente distancia política. Pero hizo lo contrario, reforzando la percepción extendida de que, más que principios, ella tiene fines. Tuvo entonces unos y tiene otros ahora. El más notorio, seguir contando con el apoyo del Congreso y su protección frente a las denuncias constitucionales de la fiscalía.
Es que no le queda de otra porque ha tocado fondo en cuanto a apoyo ciudadano. Las principales encuestadoras coinciden en los últimos tres meses en que su aprobación fluctúa entre el 5% y el 7%. A estas alturas es obvio que mucho más arriba de eso no llegará ni con diez gatitos ron ron cantando a coro con ella.
Por eso, lo ocurrido la semana pasada pone en aprietos también a Keiko Fujimori y su candidatura presidencial. Ello, en la medida en que no hace sino reforzar (sentido abrazo de por medio) la imagen de cercanía política entre ambas señoras. Esto, en un momento en el que ya diversas fuerzas políticas, dentro y fuera del Congreso, toman cada vez mayor distancia del Gobierno. De otra manera no se puede leer el rechazo parlamentario a autorizar el viaje de Boluarte a las Naciones Unidas.
Las necesidades electorales son implacables y serán cada vez más las que marquen las decisiones de los diversos actores, Fuerza Popular incluida. Es por ello que Dina Boluarte solo tiene asegurada plenamente su estabilidad hasta el 29 de julio del 2025; fecha a partir de la cual una vacancia no traería consigo el cierre del Congreso.
Puede que ello ocurra o no. Dada la extrema fragmentación, puede que no logren consenso en quién sería el reemplazo, pero estoy seguro de que la idea ya ronda en la mente de muchos de los aspirantes a una nueva curul para el 2026 (¡casi todos!).
Coda: A la destrucción y pérdida de vidas que vienen causando los incendios forestales hay que añadir que los bomberos enfrentan carencias injustificables para hacerles frente. Ello empeora este año, cuando la Intendencia Nacional de Bomberos del Perú, que depende del Ministerio del Interior, solo ha ejecutado –hasta setiembre– un mísero 15,5% de su magro presupuesto. Volveré sobre el tema.