"A los jugadores, les pedimos el entendimiento de que el fútbol es lo único que nos queda".
La precariedad institucional sostenida durante años nos vuelve a absorber. Una serie de accidentes nos construyen y dibujan de rojo y blanco este mes de octubre. Mes de la fe. La selección peruana lucha contra el infortunio. Pero se opone al dolo con nuevos nombres y apela al escarbo en lo más profundo de nuestras raíces y ligas para rescatarse a sí misma. Perú se ubica en la última posición de la tabla de las Eliminatorias. Suma apenas tres puntos en ocho partidos jugados, con cero victorias, tres empates y cinco derrotas.
Agonizamos entre las lesiones, el universo corto y el encontrar de manera urgente nuevos líderes que reformen al grupo y lo hagan victorioso. Perú, sin jugadores en ligas top y ante la ausencia de Lapadula, Tapia y Advíncula, se apoya en sus jugadores locales, unos surgidos en la Copa Perú y otros en el fútbol playa. Y se queda a la humilde espera de ver brillar a los más jóvenes, aquellos que ya pisaron tierra extranjera y a quienes les rogamos una jugada limpia, un automatismo de progreso en ataque, una luz de creatividad, o lo que sea oportuno para sentirnos una selección competitiva que esté a la altura de esta hinchada frenética y melancólica.
A los jugadores, les pedimos el entendimiento de que el fútbol es lo único que nos queda. Lo único que nos puede mantener distraídos de las extorsiones, los asesinatos y la protesta. O, al menos, mínimamente felices durante dos horas, lo que dure la madrugada y su resaca al amanecer.
Jorge Fossati enfrentará en esta doble jornada lo que podría significar la última oportunidad de luchar por un cupo mundialista. Bajo su mando, empatamos ante Colombia y perdimos contra Ecuador.
Bendito 3-5-2, que se haga tu voluntad. Regrésanos la fe. Eres nuestra única certeza.
Irónico que el rojo sea el color que recuerde el dolor, y el blanco, la esperanza. ¿Cuál se sobrepondrá en esta fecha doble? Elijo creer. Es el mes de los milagros.
"Insistir en adaptar jugadores a su molde sin que sean las fichas que encajan da cuenta de que Jorge Fossati es un soldado que muere con las botas puestas".
Hay responsabilidades compartidas en el presente de una selección que no logra encontrar el rumbo. Señalar como único responsable a Jorge Fossati sería, por lo menos, injusto.
Con la salida de Ricardo Gareca, las negociaciones fallidas para su renovación, la llegada de Juan Reynoso con un estilo diametralmente opuesto al de su antecesor y el manotazo de ahogado contratando a Jorge Fossati, se ha generado una pérdida de identidad absoluta sobre las formas y la historia del juego peruano conocido en el mundo. El ‘famoso’ chocolate parece ser un recuerdo lejano de un fútbol que encantaba a propios y ajenos.
Pero todo esto no puede servir como excusa ante la falta de resultados o, peor aún, de identidad. Jorge Fossati tuvo en sus manos la posibilidad que no le dieron a Juan Reynoso: la Copa América. Y, después de más de 20 años, Perú quedó fuera en primera ronda ante algunos optimistas que se conformaban con haberle hecho un buen partido a Canadá en medio del desánimo popular. Él también es responsable de este presente de escasas autocríticas y abundantes excusas porque cuando llegó a la selección ya conocía muy bien su realidad e incluso la dificultad para encontrar jugadores de recambio.
Su terquedad a la hora de usar un sistema táctico que a la vista de los resultados no está funcionando y donde los Quispe, Grimaldo y Reyna no tienen lugar (al menos no en su mejor versión) lo llevaron a tener nueve partidos sin encontrar un 11 definitivo.
Insistir en adaptar jugadores a su molde sin que sean las fichas que encajan da cuenta de que Jorge Fossati es un soldado que muere con las botas puestas. La pregunta en tal caso sería: ¿vale la pena morir o volver a la esencia y seguir con vida?