La y la tecnología impulsada por la están revolucionando aceleradamente nuestras sociedades y economías. Ninguna industria es ajena a esta transformación, aunque los efectos varían según el sector. Frente a esta ola de cambios, es inevitable preguntarnos: ¿dónde están los límites? ¿Y quién debe definirlos? En este contexto, el rol de las empresas, y también del Estado, adquiere una relevancia particular. El cambio es irreversible, pero su impacto puede canalizarse de manera positiva si existe un marco de autorregulación ético que actúe como freno de emergencia.

Durante la conferencia Latinoamericana de Esomar, Joaquim Bretcha ofreció una interesante analogía con el mundo de la arquitectura para ilustrar este momento de cambio. En 1885, en la ciudad de Chicago, se construyó el Home Insurance Building, considerado el primer rascacielos moderno. No era la construcción más alta de la historia (las pirámides o los templos antiguos ya habían alcanzado alturas impresionantes), pero fue la primera edificación de gran altura destinada a oficinas o viviendas, no a fines religiosos o simbólicos. Esto fue posible gracias a tres innovaciones fundamentales: el uso del acero como material estructural, avances en la tecnología de cimentación y, sobre todo, la invención del freno de emergencia para ascensores. Esta última innovación fue decisiva: hasta entonces, los ascensores eran peligrosos, y su uso masivo era impensable. El freno de emergencia permitió que las personas confiaran en subir a edificios altos y así nació una nueva forma de habitar y trabajar.

En el mundo empresarial actual, ese “freno de emergencia” tiene un equivalente claro: la ética y la autorregulación. En un entorno donde la innovación ocurre más rápido que la legislación, las empresas tienen la posibilidad y la responsabilidad de establecer sus propios marcos éticos que orienten el uso de tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial. No se trata solo de cumplir la ley, sino de anticiparse a los riesgos, de proteger la privacidad, de ser transparentes en los algoritmos, de evitar sesgos y de poner a las personas en el centro del desarrollo tecnológico. Cuando las organizaciones no se autorregulan, es el Estado quien debe intervenir con medidas muchas veces reactivas, rígidas o punitivas. Es el equivalente institucional de accionar un freno de emergencia externo, con todas las consecuencias que ello puede tener para la innovación, la libertad empresarial y la competitividad. La historia nos demuestra que los vacíos éticos generan desconfianza, y la desconfianza exige control. Por eso, construir confianza debe ser un objetivo estratégico para toda empresa en la era digital.

El desafío no es menor. En sectores como la investigación de mercados, el márketing, la salud o las finanzas, el uso de datos personales y algoritmos plantea dilemas profundos. ¿Hasta qué punto se puede perfilar a un consumidor? ¿Cómo garantizar que una decisión automatizada no reproduzca discriminaciones? ¿Qué pasa con los derechos de quienes ni siquiera entienden cómo opera la tecnología que los afecta? La ética no debe ser una reflexión secundaria ni un área aislada dentro de las organizaciones, sino un eje transversal de toda estrategia.

Además, actuar con ética no es solo una obligación moral, también es una ventaja competitiva. Las empresas que adoptan principios claros, que comunican con transparencia sus decisiones tecnológicas, que rinden cuentas y que ponen límites donde otros no lo hacen, ganan reputación y fortalecen sus relaciones con clientes, colaboradores y la sociedad en general.

El mundo empresarial tiene hoy la oportunidad de liderar este proceso. De la misma manera que el freno de emergencia permitió que los rascacielos despegaran sin temor, el marco ético puede permitir que la transformación digital avance sin poner en riesgo a las personas. Porque en tiempos de cambio vertiginoso, el verdadero progreso no es solo llegar más lejos o más rápido, sino hacerlo con responsabilidad, sin perder de vista lo esencial: el impacto que generamos en la vida de los demás.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Urpi Torrado es CEO de Datum Internacional

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