En más de 20 años de vida pública, he apoyado firmemente a Israel y a su pueblo tanto en palabras como en hechos, construyendo instalaciones médicas allí, cofundando un centro de liderazgo, apoyando sus innovadores programas locales y financiando otras buenas causas. Nunca me he involucrado en su política interna ni he criticado sus iniciativas gubernamentales. Pero mi amor por Israel, mi respeto por su pueblo y mi preocupación por su futuro me están llevando a hablar en contra del intento del gobierno actual de abolir el Poder Judicial independiente de la nación.
Bajo la propuesta de la nueva coalición de gobierno, una mayoría simple del Parlamento Israelí podría anular a la Corte Suprema de la nación y pisotear los derechos individuales, incluso en asuntos como la libertad de expresión y de prensa, la igualdad de derechos para las minorías y los derechos de voto. El Legislativo podría incluso ir tan lejos como declarar que las leyes que aprueba no son revisables por el Poder Judicial. El gobierno de Benjamin Netanyahu está cortejando con el desastre al tratar de reclamar ese poder, poniendo en peligro las alianzas de Israel en todo el mundo, su seguridad en la región, su economía y la democracia sobre la que se construyó el país.
El daño económico ya se está sintiendo, como lo ha demostrado el golpeteo del shéquel, la moneda israelí. Una amplia franja de líderes empresariales e inversores se han pronunciado en contra de la propuesta del gobierno, pública y privadamente. Y en una señal inquietante, algunas personas ya han comenzado a sacar dinero del país y a revaluar sus planes para el crecimiento futuro allí. El extraordinario aumento de la posición económica de Israel durante la última generación puede ser el mayor logro de Netanyahu. Es justo decir que ningún primer ministro ha hecho más para transformar su economía en una potencia global. Sin embargo, a menos que cambie de rumbo, corre el riesgo de tirar por la borda todo ese progreso.
Pero no es solo la economía. La seguridad de Israel se basa en parte en una relación con los Estados Unidos basada en valores compartidos que solo puede sostenerse mediante un compromiso con el Estado de derecho, lo que incluye un Poder Judicial independiente capaz de defenderlo. Si Israel se retira de ese compromiso a largo plazo y mueve su modelo de gobierno hacia uno que refleje los de los países autoritarios, corre el riesgo de debilitar sus lazos con Estados Unidos y otras naciones libres. Eso sería una pérdida devastadora para la seguridad de Israel, dañaría las perspectivas de una resolución pacífica del conflicto palestino e incluso podría poner en peligro el futuro de la patria judía.
En los Estados Unidos, nuestra Constitución no es perfecta, pero sus numerosos controles y equilibrios han sido esenciales para proteger y promover los derechos fundamentales y mantener la estabilidad nacional. Estados Unidos también ha tenido un lujo que Israel no: vecinos amistosos en nuestras fronteras. Israel está en uno de los barrios más peligrosos del mundo, enfrentando amenazas de Irán y otros que Netanyahu llama con razón existenciales. Cuanto más dividido está en casa, más débil parece ante sus enemigos. Espero fervientemente que Netanyahu convenza a su coalición de la necesidad de prestar atención a la súplica del presidente Isaac Herzog de retroceder en este empeño.
En el 2014 abordé un vuelo de El Al, la aerolínea de bandera israelí, sin temer ningún peligro. Israel toma medidas extraordinarias para garantizar la seguridad de los pasajeros de sus aerolíneas. Saludándome en la pista ese día estaba el primer ministro Benjamin Netanyahu, al que agradecí por el apoyo de Israel a Nueva York y a los Estados Unidos después de los ataques del 11 de setiembre. Los aliados cercanos unidos por valores compartidos se unen en tiempos de necesidad, no solo para apoyarse mutuamente, sino para reafirmar las obligaciones inviolables que tenemos de defender esos valores. Es por eso que me estoy levantando ahora.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times