"En corto, Castillo es un profesor que no deja dudas: su propuesta está divorciada de la democracia". FOTO: Pedro Castillo
"En corto, Castillo es un profesor que no deja dudas: su propuesta está divorciada de la democracia". FOTO: Pedro Castillo
Gonzalo Ramírez de la Torre

Cuando debe explicar cómo logrará la prosperidad del país con medidas que históricamente han generado lo contrario, es un pésimo profesor. En cambio, es uno muy bueno cuando se trata de despejar las dudas sobre la naturaleza del régimen que pretende liderar. Así, cualquier peruano que lo escuche a él, a quienes lo rodean, o que lea su plan de gobierno, termina por tener muy claro que el suyo no será un gobierno que respete el Estado de derecho. De hecho, cada vez es más evidente que su administración se asemejará más a la tragedia venezolana que al paraíso de los trabajadores y del “pueblo” que promete.

Habrá algunos a los que esto último les parezca exagerado, habrá otros a los que sea justamente esta posibilidad la que los lleve a apoyar al candidato del lápiz. En todo caso, habría que ser muy ciego u optimista para no tomar nota de las señales de alarma (o para creer que con un acuerdo se diluirá una agenda autoritaria sostenida durante toda la campaña).

Para empezar, un gobierno de Castillo tendrá en la mira a instituciones básicas para salvaguardar la democracia. Él y sus seguidores lo han dicho. Han hablado de desactivar el y la , así como de la disolución del Congreso para suplantarlo por una asamblea constituyente. Sobre esto último, , fundador de , ha sido claro al decir que “la derecha” quiere “encasillarnos en el artículo 206” (el que señala cómo se debe modificar la ley de leyes), una aseveración que pinta casi como un capricho cumplir las normas vigentes. Y un presidente que no cumple la ley es un dictador.

Por otro lado, el plan de gobierno del candidato de marras no tiene pudor para describir su animosidad contra los medios de comunicación. Habla de censuras previas y de leyes para regularlos (“el socialismo no aboga por la libertad de prensa”, dice). Y sin el libre ejercicio de la prensa no hay democracia.

Su actitud también delata a un déspota en potencia. Su renuencia a transparentar su equipo técnico (“a mí no me van a poner la agenda, yo sabré cuándo pongo mi equipo técnico al servicio del país”) y su tendencia a imponer condiciones antes que consensuarlas (la organización casi unilateral del debate del sábado pasado) lo comprueban. Y no hay democracia sin transparencia ni búsqueda de compromisos.

A esto se le añade su visión proteccionista, confiscatoria, anacrónica y prepotente de la economía: bloqueo a las importaciones, estatización de industrias “estratégicas”, revisión de tratados internacionales, obligar a que el 70% de las utilidades de las transnacionales “se quede en el país”, Estado empresario, etc. Un cúmulo de políticas guiadas por pasiones revolucionarias cincuenteras, pero no por las abundantes evidencias que las demuestran como rutas al fracaso.

En corto, Castillo es un profesor que no deja dudas: su propuesta está divorciada de la democracia. Lástima que algunos votantes no presten atención en clase…