El presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, debería asumir el cargo el 10 de enero. Pero el régimen chavista no lo permitirá y, basándose en la ficción de lo que fue quizás el mayor fraude de la historia latinoamericana, pretende perpetuar a Nicolás Maduro en el poder.
Con mucha razón, el régimen teme al poder popular de la oposición. González ganó las elecciones con un abrumador 67% de los votos. Sabemos eso porque la oposición, liderada por María Corina Machado, pudo recolectar la gran mayoría de las actas de votación. Para hacer eso, entrenó a 600.000 ciudadanos venezolanos por todo el país en el monitoreo de las elecciones, la documentación de las actas y su presentación pública en tiempo récord.
Todo eso agarró al régimen de sorpresa. No solo colapsó su apoyo –incluso en lugares que tradicionalmente servían de base al chavismo–, sino que la oposición se mostró sofisticada y preparada.
Y sigue así. Machado ha llamado a que salga el pueblo venezolano a las calles una vez más un día antes del juramento presidencial. González está en una gira internacional que incluye visitas con los presidentes de Argentina, Uruguay y Estados Unidos antes de lo que dice será su regreso a Caracas para la toma de posesión.
No sabemos qué ocurrirá. Lo cierto, sin embargo, es que, como dice Machado, “Venezuela ha cambiado para siempre y para bien”. Por primera vez en 25 años de chavismo, Machado ha podido hacer lo que los líderes de oposición anteriores no pudieron: unificar tanto a la oposición como al país con un mensaje claro de cambio y de optimismo, y con una capacidad organizativa sorprendente.
Esto se debe a que por más de 20 años Machado ha elaborado una estrategia para derrocar a la dictadura y ha promovido una visión consistente y coherente sobre la transformación que necesita su país. Como le dijo a la periodista Anne Applebaum recientemente, se trata de alterar completamente “la relación que teníamos entre los ciudadanos y el Estado”. “Solo hemos sabido que el Estado decidía por nosotros. Ahora va a ser al revés. Vamos a tener a la sociedad en el poder y tomando sus propias decisiones, y al Estado a su servicio”.
Se trata de un cambio de valores. Como dice Applebaum, “el movimiento político de base que ella y sus colegas crearon ha transformado actitudes y forjado nuevas conexiones entre las personas […]. Su equipo, con sus líderes en todo el país, construyó no solo un movimiento para un candidato o unas elecciones, sino un movimiento para el cambio permanente. La escala de su logro –el número de personas implicadas y su alcance geográfico y socioeconómico– sería notable en una democracia liberal. En un Estado autoritario, este proyecto es extraordinario”.
Todo esto constituye un problema serio para el régimen. Por eso, ha recurrido a la represión al puro estilo castrista. El régimen ha matado a sangre fría a decenas de manifestantes y ha encarcelado a miles de personas. Cinco miembros del equipo de Machado se encuentran refugiados en la embajada de Argentina, no les otorgan salvoconductos, están sitiados por las fuerzas de seguridad del régimen y les han cortado la luz y el agua por más de un mes. A Machado, quien se encuentra en Venezuela en la clandestinidad, la han acusado de traición a la patria. A González el régimen le ha dicho que lo encarcelará si vuelve.
Los venezolanos se lo están jugando todo por su libertad. Con algunas excepciones, sin embargo, los gobiernos democráticos del mundo han guardado demasiado silencio respecto de los atropellos chavistas. El silencio diplomático sobre los refugiados en la embajada es una vergüenza y la presencia de gobiernos democráticos en una investidura de Maduro sería una vergüenza mayor. Es hora de que el mundo democrático se ponga a la altura.