Este lunes se cumplieron dos años desde que Martín Vizcarra Cornejo asumió el cargo de presidente tras la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski y desde entonces no ha sido ajeno a las dificultades. De hecho, su asunción al puesto representó la cúspide de una crisis política que había deslegitimado al Poder Ejecutivo, luego de que la oposición parlamentaria (que se mantuvo hostil hacia el Gobierno desde que fue derrotada en el balotaje del 2016) revelase una serie de videos en los que funcionarios afines a la administración Kuczynski ofrecían obras a diversos parlamentarios a cambio de votos en contra de la vacancia del otrora mandatario.
Desde aquel entonces, empero, con un Congreso definido por su prepotencia y tras el estallido de un escándalo de corrupción en el sistema de justicia, Vizcarra se vio obligado a tomar decisiones radicales y muchas veces cuestionables. Así, en su primer mensaje por Fiestas Patrias, convocó un referéndum para implementar una serie de reformas constitucionales (que incluían reemplazar el Consejo Nacional de la Magistratura con la Junta Nacional de Justicia y prohibir la reelección de los legisladores) y, luego de meses de tensiones con el Poder Legislativo, en gran medida en el contexto de la reforma política que pretendía lograr el Gobierno, el presidente determinó (amparándose en problemáticas interpretaciones de la Constitución) la disolución del Parlamento.
No obstante, la naturaleza de la crisis generada por la expansión planetaria del coronavirus es muy distinta a cualquier trance que hayan tenido que navegar el mandatario y su equipo. Esta vez, el rival no representa intereses políticos o hace distingos ideológicos a la hora de hacer daño, sino que amenaza silenciosamente a toda la humanidad. De acuerdo con los expertos, las medidas adoptadas por el jefe del Estado, que incluyen una cuarentena obligatoria para todo el país, son las adecuadas y el innegable temple que el señor Vizcarra ha demostrado a la hora de tomar acciones drásticas en esta coyuntura ha hecho que el porcentaje de personas que apoyan su gestión se dispare (87%, según la última medición de Ipsos).
Sin embargo, las mismas voces especializadas que hoy saludan la imposición del aislamiento social advierten que la lucha contra el mentado agente patógeno será una de largo aliento y, en esa línea, será fundamental que el Gobierno no baje la guardia. Como se sabe, además de las consecuencias a la salud que trae el coronavirus (cuyas repercusiones continuarán padeciéndose por meses), con el paso del tiempo empezarán a notarse con cada vez mayor potencia los estragos económicos de este apuro. Buena parte del sector informal, que se vale del día a día para sobrevivir, ya lo está sufriendo por el estado de emergencia. Asimismo, en este punto, una recesión global parece más posible que nunca y, a la larga, empresas nacionales y extranjeras pueden terminar quebrando, con el costo en puestos de trabajo que esto pueda entrañar.
Las decisiones que se tomen desde el Ejecutivo para lidiar con esta circunstancia tendrán que ser igual de firmes que aquellas que hoy procuran acotar el impacto de la pandemia en el país. En ese esfuerzo, será clave que el presidente y sus funcionarios mantengan la transparencia que han estado demostrando y que viejas prácticas, como las evidenciadas por el cónclave en el que hace unos meses se decidió traer abajo el proyecto Tía María, no se repitan. La confianza, en fin, entre el Estado, los ciudadanos y el sector empresarial será vital si se tiene que recurrir a medidas extremas. Vizcarra, en suma, debe usar su poder y el respaldo ciudadano de manera responsable, sin caer (y evitando que otros funcionarios caigan) en el abuso.
Hoy, el Perú y el mundo enfrentan una hora muy oscura y el liderazgo de quienes ostentan el poder político, pero sobre todo el del inquilino de Palacio de Gobierno, será pieza clave para salir airosos. Recién ha dado las primeras vueltas de esta maratón, señor presidente, y tiene que mantener el ímpetu hasta el final.