Editorial El Comercio

, el partido del hoy prófugo , llegó por primera vez al Congreso tras las elecciones del 2021. Era la bancada oficialista, pues su candidato presidencial, , se había impuesto en la segunda vuelta, y contaba con 37 miembros. Un número nada desdeñable habida cuenta de la dispersión en el hemiciclo que había dictado el voto de la primera ronda. Hoy, sin embargo, menos de tres años después, esa bancada solo consta . El último en alejarse de ella ha sido Wilson Quispe, pero en realidad la diáspora de los exrepresentantes cerronistas empezó a los pocos meses de haberse iniciado el gobierno de Castillo y se ha sostenido a un ritmo parejo a lo largo del tiempo.

Los argumentos esgrimidos para las renuncias y expulsiones en el referido grupo congresal han sido por lo general asuntos de coherencia ideológica y supuestas complacencias hacia otras colectividades políticas o el propio Ejecutivo (con el que Perú Libre dejó de tener sintonía en diciembre del 2022, tras el rápidamente conjurado golpe del entonces presidente y su reemplazo por la actual mandataria). Este último caso no ha sido, desde luego, la excepción, pero la partida del legislador Quispe ha supuesto una suerte de versión paroxística de ese viejo drama. Curiosamente, él ha renunciado y ha sido también expulsado, en medio de acusaciones cruzadas con la organización política y sus antiguos compañeros de bancada sobre desviaciones doctrinarias y acomodos con distintos adversarios: Quispe le ha imputado al partido un alineamiento con el fujimorismo, mientras el partido le ha imputado a él una actitud cómplice con el Ejecutivo. Si recordamos, no obstante, la habitual ecuación que se hace en la izquierda a propósito de los intereses de Fuerza Popular y este gobierno, lo descabellado de ambos planteamientos queda en evidencia.

Lo que el desmembramiento de la bancada de Perú Libre pone sobre el tapete, en realidad, es la pobre consistencia con la que se arman las listas parlamentarias antes de cada elección. Tales listas no son otra cosa que un vehículo en el que los valedores de diversos intereses o meros afanes de poder se suben, sin mirarse mucho unos a otros, para llegar a un cierto destino apetecible para todos. Pero una vez allí, se entiende, cada uno podrá tirar para su lado hasta que la endeble amalgama ceda y, sin grandes lamentaciones, la artificial coalición se disuelva. Los que sufren las consecuencias, por supuesto, son los ciudadanos que endosaron su respaldo a tal o cual opción partidaria en la creencia de que esta ofrecería en el Legislativo una visión y un comportamiento consistentes y orgánicos durante los siguientes cinco años, y de pronto descubren que eso no era así ni por asomo.

En el caso del cerronismo, además, esta figura presenta agravantes insoslayables. El exgobernante regional de Junín se encuentra, como recordábamos al principio, , pues pesa sobre él una condena a tres años y seis meses de cárcel por corrupción, cometido en el contexto de la concesión del . Y, por si eso fuera poco, se le acaba de reabrir una investigación fiscal por supuestas irregularidades durante la construcción . El problema es que la negación de esa circunstancia no solo contamina la acción legislativa de los 11 parlamentarios que todavía subsisten en la mentada bancada, sino que constituye, al parecer, un requerido acto de fe para sus integrantes.

De cualquier forma, si uno lo piensa, la crisis que afecta a la bancada de Perú Libre encuentra réplicas en, prácticamente, todas las otras. Lo que sucede es que, mientras más numeroso sea el grupo congresal que presenta el síntoma, más visible habrá este de resultar. Acción Popular, Alianza para el Progreso, Renovación Popular o el fujimorismo, por citar solo algunos ejemplos, han estado lejos de ser inmunes al fenómeno… Mientras este cíclico “rompan filas” no sea arreglado de alguna forma en nuestro sistema político, la conducta errática de nuestro Poder Legislativo, nos tememos, será endémica.

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