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La muerte lenta de un gigante
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La muerte lenta de un gigante

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Cuando un extranjero, sobre todo de países ajenos a Latinoamérica, piensa en el Perú, posiblemente la imagen mental más recurrente sea la clásica foto de , con su simbiosis única entre arqueología, naturaleza y encanto mágico.

Si ese es el poder cultural global de la ciudadela inca para nuestro país, cualquiera pensaría que el Perú invierte grandes sumas en cuidar la joya de la corona y se preocupa en gestionarla con suma atención. La realidad, sin embargo, no podría ser más lejana.

De acuerdo con un reciente libro publicado por el Instituto Peruano de Economía y el Instituto Cusqueño de Economía, Machu Picchu sufre un envejecimiento prematuro que ha deteriorado la calidad de la visita. Desde el 2020, el santuario habría dejado de recibir cerca de cinco millones de turistas con respecto de su tendencia prepandémica.

Los motivos son múltiples. A pesar de recaudar unos S/215 millones por año en derechos de admisión, Machu Picchu recibe solo S/7 millones anuales –el resto se reparte entre otras necesidades culturales del país–. La venta desordenada de boletos en Machu Picchu Pueblo, a disposición de la entonces ministra de Cultura y hoy condenada Betssy Chávez, hace el acceso impredecible y se maltrata así al turista para demandarle más recursos. A ello se suman los constantes bloqueos por intereses locales, como el que se dio hace apenas tres meses por la licitación del transporte desde Aguas Calientes. Difícilmente se pueda culpar entonces al turista global que, con el mundo abierto a su disposición para visitar, elige saltarse el destino que carece de infraestructura, gestión y de un mínimo de predictibilidad sobre si –una vez en el Perú o en el mismo Aguas Calientes– logrará acceder a la atracción central.

La ruta para rescatar Machu Picchu no es nueva. Diferentes documentos de gestión la han delineado por años, como el Plan Maestro 2015-2019 (aún vigente), el Plan de Uso Público, entre otros con sello estatal y compartidos con la Unesco. En ellos se detallan las acciones necesarias, que incluyen un sistema de reservas online que gestione toda la capacidad de admisión (como sucede en cualquier lugar del mundo), habilitar más rutas del Camino Inca para ampliar el terreno de visita y segmentar la oferta, mejor articulación vial, construcción de al menos un centro de visitantes, etc. Nada de esto es desconocido. Tampoco faltan recursos. El problema de fondo de Machu Picchu es la falta de voluntad política para rescatarlo. Su eventual colapso sería –proporcionalmente hablando– la joya en la corona de la desidia en la gestión pública y de su captura total por pequeños intereses.

Editorial de El Comercio.

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