Cuando irrumpió la pandemia en el 2020, países alrededor del mundo –tanto ricos como pobres– implementaron medidas restrictivas y severas para enfrentar la enfermedad. Se cerró el mundo y la reducción de libertades básicas se normalizó. No así en Suecia, sin embargo, que fue una excepción notable al patrón global.
En Suecia no se impusieron encierros colectivos, ni el uso de mascarillas, estados de emergencia, cierres de negocios, toques de queda o clausuras de colegios primarios, restaurantes o de las fronteras. En cambio, el Gobierno Sueco recomendó, pero no obligó, el distanciamiento social, el trabajo a distancia y otras medidas razonables de precaución.
Según el primer ministro Stefan Lofven, del Partido Socialdemócrata, el sentido común y la responsabilidad individual debían guiar al país. Se aplicaron algunas restricciones –por ejemplo, sobre el número de personas en reuniones públicas–, pero eran mínimas y se enfatizó la voluntad del ciudadano por encima de los mandatos gubernamentales.
Por ello, Suecia fue altamente criticada en Europa y más allá. Fue descrita como un Estado paria en “The New York Times” y condenada por haber incurrido en un experimento riesgoso y sin precedentes, especialmente dado que su tasa de mortalidad por COVID-19 llegó a estar muy por encima de las tasas de los países vecinos en el 2020.
Un estudio nuevo del sueco Johan Norberg revisa la experiencia de su país durante la pandemia y sostiene que, desde el punto de vista sueco, fue el resto del mundo, no Suecia, el que incurrió en un experimento peligroso. Después de todo, la reducción drástica e inédita de tantas libertades por parte de tantos países fue lo novedoso.
Tal y como sostuvo el epidemiólogo oficial sueco, las políticas restrictivas de otros países europeos no tuvieron un fundamento científico histórico. Es más, decía, la estrategia de no sacrificar los derechos fundamentales de los suecos era superior. Al principio habría más muertes que en otros países, pero, a medida que la población adquiría inmunidad, esos números deberían caer por debajo de los otros países europeos.
A más de tres años desde que se anunció la pandemia, ¿cuáles han sido los resultados? Para mediados del 2020, Suecia sí experimentó entre cinco y diez veces más muertes debido a la pandemia que sus vecinos (pero todavía por debajo de las de España e Italia). Aun así, sufrió un total de muertes que apenas alcanzó el 7% de lo predicho por los modelos usados por otros países para justificar sus medidas represivas.
Durante los años de la pandemia (2020-2022), la tasa de mortalidad sueca debido al coronavirus fue de 2.322 muertes por millón de personas. Eso lo posicionó solo un 40% por encima de los países vecinos, pero por debajo de buena parte de Europa y muy por debajo de Estados Unidos y el Reino Unido.
Sin embargo, tal y como observa Norberg, debido a que los países no usan los mismos criterios a la hora de calcular las muertes por COVID-19, los expertos prefieren estimar las muertes en exceso que ocurrieron durante la pandemia –es decir, el número de muertes en comparación con un período anterior–. Usando ese criterio, Suecia experimentó las menores muertes en exceso en Europa. Usando diferentes metodologías, varias fuentes concluyen que Suecia logró tener la más baja o una de las más bajas muertes en exceso de toda Europa y menos de la mitad de las de EE.UU.
¿Qué de otros factores? Mientras que la actividad económica mundial fue menor luego del 2021 comparado con proyecciones antes de la pandemia, la sueca fue mayor. Norberg documenta que, en términos de educación, salud mental y violencia doméstica, el desempeño sueco también parece haber sido superior.
Debemos agradecer a los suecos por recordarnos que nuestro primer instinto ante una crisis no debe ser sacrificar nuestras libertades. Es una lección para tener en mente durante la próxima pandemia.