(Foto: Andina)
(Foto: Andina)
Marco Sifuentes

En la tarde del domingo 4 de junio –cuando el escándalo empezaba a estallar– algunos tuiteros influyentes recibieron una llamada telefónica. Era una agencia de comunicación que te ofrecía 150 dólares por cada tuit en el que apareciera una fotografía tuya tomándote un producto de Gloria. Ellos te enviarían el producto y, por correo electrónico, unos modelos de tuits y el hashtag a utilizar.

Suele ser más o menos habitual que las agencias publicitarias organicen campañas con ‘influencers’, a quienes se les paga por compartir un contenido auspiciado. Esto puede caer peor o mejor pero ya resulta algo relativamente normal en el panorama de las redes en todo el mundo. Lo que no es común y resulta francamente arriesgado, por no decir disparatado, es que una marca en plena crisis intente recurrir a esta estrategia.

La jugada debe haber salido mal porque a los pocos días, desesperadamente, los trabajadores del Grupo Gloria recibieron un correo interno en el que se les explicaba que –¡por fin!– iban a poder acceder a las redes sociales desde las computadoras de sus oficinas. ¿Para qué? Para que tuiteen en apoyo a la empresa. Pero ojo: solo por unos días. Luego, de vuelta al ostracismo digital.

Las campañas subrepticias fueron expuestas y –gracias a estas y varias otras metidas de pata comunicacionales de la empresa– desde entonces, la opinión pública ha empezado a buscar las letras chiquitas en todo lo que suene a defensa de Gloria.

Así, cualquier información que no contribuya a la paranoia o a la supuesta defensa del consumidor es descartada por sospechosa. No hay cabida para matices o para abordar ángulos distintos a los que yo creo que son los centrales. O estás con los consumidores o eres un vendido, gritan las redes. O estás con la empresa o eres un demagogo, sentencian los diarios. Lo que faltaba: otra polarización más.

Pero las consecuencias de todo esto podrían exceder todos los cálculos. Durante años no se aprobó –ni siquiera sabíamos que estaba redactado– el reglamento de la mal llamada Ley de Comida Chatarra (una ley cuyos abundantes problemas expusimos la semana pasada, el menor de los cuales es que no se ocupa de la comida chatarra). Resulta que en cuestión de días se elabora y se lanza esta semana, así de fácil.

Además, en pleno escándalo se propone desde el Congreso la prohibición de la leche en polvo como insumo (ojo: no la venta directa). ¿También se aprobará en días? Y en pleno escándalo también se está difundiendo, irresponsablemente, que uno de los ingredientes de las leches envasadas, la carragenina, es cancerígena (algo descartado por el doctor Elmer Huerta ).

Mientras tanto, ni el Indecopi ni la Digesa pueden explicar cómo es que sus idas y venidas terminaron por inundar a la opinión pública con leche derramada. Solo un consejo: no lo hagan como Gloria.